Sao Paulo – El padre Julio Lancellotti colecciona amenazas desde que decidió ponerse del lado de los sin techo de Sao Paulo hace más de tres décadas. Pero nada le detiene, ni la pandemia ni una denuncia judicial aún en curso del hoy presidente Jair Bolsonaro. Él sigue decidido a combatir la desigualdad de Brasil.
A sus 71 años, este sacerdote al que alguno de sus colegas dentro de la Iglesia católica tildan de «comunista» sale a la calle todos los días para atender a la población más vulnerable de la mayor ciudad del país.
«Busco la coherencia de aquello en lo que creo», afirma con humildad en una entrevista con Efe.
La lluvia no es una disculpa para él, tampoco el virus pese a ser del grupo de riesgo. Ahora asiste a cientos de sus «hermanos de la calle» equipado con mascarilla, guantes y protector facial.
Pero su labor social incomoda profundamente a algunos vecinos y comerciantes de la Mooca, el barrio de clase media donde Julio actúa como párroco en la Iglesia San Miguel de Arcángel.
«Ya dijeron innúmeras veces ‘Muerte al padre Julio’, ‘Ese cura tiene que morir’, ‘Tiene que irse de aquí’, que ‘estropeo’ el barrio…», cita.
La última vez que sufrió un incidente parecido fue la semana pasada, cuando una persona le gritó desde una moto: «¡Padre hijo de puta que defiende drogadictos!».
También es una piedra en el zapato para los políticos. En 2017, Bolsonaro, líder de la extrema derecha brasileña, procesó al religioso después de que éste le describiera como un «machista, racista y homofóbico» durante una homilía. La causa aún continúa abierta.
Ahora, el religioso acusa al actual jefe de Estado de «dejar quemar» el Pantanal y la Amazonía, donde los incendios forestales han aumentado desde que asumió el poder en 2019.
«Aún estoy vivo porque creo que no molesté todo lo que tenía que molestar. Si hubiera incomodado más, ya habría muerto a los 33 años como Jesús», señala en alusión al profeta.
UN «SANTO» PARA LOS SIN TECHO
Nada más terminar la misa de las 07.00 de la mañana comienza el ajetreo en la parroquia de San Miguel Arcángel, modesta, pero acogedora. Dos de las cuatro paredes del local son puertas de vidrio abiertas al mundo.
También hay algunos bidones distribuidos en el local para recoger el agua de la lluvia y varias fotografías de la Santa Dulce de los Pobres, a la que profesa una enorme devoción.
En la puerta, se agolpan familias enteras, con niños pequeños en los brazos, a la espera de ayuda.
«Con la pandemia todo se agravó; todo lo que era pobreza se agudizó», indica el también coordinador de la Pastoral del Pueblo de Calle de la Archidiócesis de Sao Paulo.
La desigualdad quedó «más patente» que nunca, aunque, para Julio, el origen no es la crisis sanitaria, sino «los privilegios, la corrupción y un desarrollo depredador» que fomenta cada vez más la «exclusión» de los pobres.
Julio abandona su parroquia. Dos voluntarios le acompañan. Cargan carritos con mantas, mascarillas, alimentos y otros productos de primera necesidad con rumbo hacia una de las unidades del Centro Social Nuestra Señora del Buen Parto.
Por el camino, algunos sin techo se acercan al sacerdote. Éste les escucha, conversa con ellos, un gesto simple pero de enorme valor para una población «invisible» y estimada en unos 24.344 personas, según el último censo de la Alcaldía de Sao Paulo, que afirma dar asistencia a casi la mitad.
Entre 2015 y 2019, el número de personas que viven en la calle se disparó un 60 % en la capital paulista.
«Están tan acostumbrados a ser maltratados que la violencia contra ellos se banalizó», denuncia el religioso, gran admirador del obispo español Pedro Casaldáliga, cuyo reciente fallecimiento aún recuerda con emoción.
En la puerta del centro hay unas 500 personas aguardando para tomar el desayuno de beneficencia. Todos parecen conocerle. En el interior ayuda a distribuir el material con ayuda de funcionarios de la Alcaldía de Sao Paulo.
Uno por uno, Julio pone un gorro de invierno en la cabeza de los sin techo, como a Emerson Aparecido, quien lleva cuatro de sus 38 años viviendo en la calle. Su último trabajo, peluquero.
«Tiene un lugar reservado en el cielo. Es un santo, es San Julio», opina.
UN INCÓMODO PARA LOS POLÍTICOS
A lo largo de sus 35 años como sacerdote, Julio ha plantado cara a autoridades políticas y policiales.
«Ya enfrenté tropas de choque, bombas de gas, violencia, ya fui agredido por la policía, ya participé en manifestaciones, ya intentaron matarme algunas veces. Como dice el refrán, si sales a la lluvia, es para mojarse», explica sin miedo.
Ahora está siendo objeto de una campaña difamatoria por parte de uno de los candidatos a la Alcaldía de Sao Paulo de cara a las elecciones municipales de noviembre, Arthur do Val, quien le tildó de «proxeneta de la miseria».
Julio ve esos ataques como un intento de movilizar el electorado de derechas. En 2017, el choque fue con el entonces diputado federal Jair Bolsonaro. Pese a esos intentos por «destruirle», él sigue centrado en su único objetivo de luchar contra la desigualdad.
«El diálogo de los poderosos con los débiles es siempre para que todo se quede como está, para que nada mude», sentencia.
Julio también acostumbra a vestir un delantal cuando realiza sus labores sociales. El de este lunes era morado con la frase «El amor sí puede cambiar la realidad».