Vista de la fila de clientes que aguardan su turno para entrar al economato de Cáritas en el distrito madrileño de Tetuán, donde familias y personas necesitadas pueden comprar alimentos y otros productos de primera necesidad a precio subvencionado. EFE/Rafael Cañas

Madrid – La crisis causada por la pandemia ha golpeado duro a las comunidades de latinoamericanos en España, con frecuencia en el nivel más frágil de la escala social, y ahora muchos de ellos se ven abocados a la pobreza y a la ayuda para sobrevivir.

A menudo atrapados en empleos temporales o informales, los latinos se han visto afectados de forma desmedida por el huracán que se ha llevado por delante, hasta ahora, casi 950.000 empleos.

Muchos de ellos, sobre todo en grandes ciudades, han visto la solución a la supervivencia en comedores sociales o diversos esquemas de reparto o compra subsidiada de alimentos.

Es el caso de Vianeida y Miguel Josué, clientes en el economato de Cáritas en el distrito madrileño de Tetuán, una zona popular muy golpeada por la crisis.

En este establecimiento se paga únicamente la quinta parte del precio normal de alimentos y otros productos de primera necesidad, dentro de un límite mensual establecido en función del número de integrantes de la familia.

«NO PODEMOS COMPRAR EN UN SUPERMERCADO»

«Esto es una ayuda excelente», reconoce Vianeida. Esta compra no la pueden hacer «en un supermercado normal».

Con una familia de cinco personas y solo una trabajando, deben pagar el alquiler mensual de 550 euros en el popular barrio de Estrecho, además de electricidad, agua o teléfonos. «Ahora se nos está haciendo duro» pagar la renta, dice la mujer, que teme perder el apartamento.

«Si no cancelamos nos mandan a desocupar», confiesa Vianeida, quien trabajaba cuidando a dos ancianos antes de la pandemia pero perdió su empleo por el temor de sus patronos a contraer la enfermedad.

«Ellos tienen mucho miedo, están aislados en las casas», explica. Su hijo Miguel Josué trabajaba como repartidor de comida, pero también perdió su ocupación. Su marido no llegó a encontrar trabajo y colabora en la parroquia.

Esta familia tenía un establecimiento de joyería y reparación de relojes en Barinas (Venezuela): «por la situación nos tocó cerrar».

Ahora, esperan ansiosos a que la situación mejore para poder volver a trabajar y poder valerse por sí mismos.

Clientes y voluntarios de Cáritas, en el economato que esta organización tiene en el distrito madrileño de Tetuán, donde personas necesitadas pueden comprar alimentos y otros productos de primera necesidad a precio subvencionado. EFE/Rafael Cañas

SOBREVIVIR SIN PAPELES

Jenny Salas tiene 24 años y lleva dos residiendo en Madrid. Antes de la pandemia sumaba dos empleos pese a no tener permiso de trabajo: repartía comida con el servicio a domicilio de Uber y trabajaba en una inmobiliaria. Desde entonces, hace dos meses, no tiene ningún ingreso.

«Ha sido bastante difícil, fue un golpe que nadie se esperaba, nos quedamos sin trabajo, sin entrada económica», cuenta a Efe esta mexicana, quien desde el comienzo de la pandemia acude al céntrico Teatro del Barrio, que estos días da cobijo a la Plataforma La Cuba, un banco de alimentos gestionado por vecinos que atiende a unas 5.000 personas con regularidad.

En el caso de Jenny, ella recibe una cesta semanal con alimentos como arroz, aceite, «a veces carne», leche, fruta, verdura o artículos de higiene, todo ello donado y repartido con cita previa por vecinos de Lavapiés, un céntrico y popular barrio de Madrid con una gran actividad asociativa.

«Hasta hace un mes no sabía que esto es por los vecinos, que no es del Gobierno», señala.

La voluntaria Marta Curiel lamenta que las instituciones no se hagan cargo de todas las personas que en Madrid recurren a diario a estos bancos de alimentos improvisados.

«Somos vecinos, no profesionales y es muy complicado gestionar esto», explica.

Una realidad aún más complicada para quien no tiene documentos legales y tampoco posibilidad de acceder a ayudas públicas, aunque  gracias a la organización ciudadana se ve más aliviada estos días. «Cuando uno no tiene papeles todo es más difícil», lamenta Salas.

NO SOLO EN GRANDES CIUDADES

El agravamiento de la situación no es exclusivo de Madrid o las grandes ciudades. En Guadalajara (centro) un templo evangélico con feligresía latina también se ha organizado para ayudar a personas que se han visto súbitamente sumidas en la necesidad, sean fieles o no.

El pastor Yovani Murcia, venezolano, coordina este grupo de ayuda a feligreses en situación de necesidad, que luego se abrió a personas de fuera de la congregación. Hasta ahora auxilian a unas quince familias.

«Muchos dependen de sus trabajos de cuidado de personas mayores, de logística», explica. Y como consecuencia «de la brevedad de sus contratos», muchos se han visto en el desempleo repentinamente y no pueden pagar el alquiler o enviar remesas a sus familias.

Lo que más demandan estas personas son productos alimenticios, aunque también «ayuda para suministros y alquiler».

Wilson Danilo Bernal es uno de los fieles beneficiarios de esta obra social, tras ser despedido el 14 de marzo (día de la aprobación del estado de alarma en España) por una empresa de distribución de los pedidos de cadenas de comida rápida.

Varios vecinos del barrio madrileño de Lavapiés preparan las cajas de alimentos que reparten a cientos de personas diariamente. EFE/Macarena Soto

Bernal, que lleva en la iglesia evangelista de Colombia más de 26 años y tres en la comunidad de Guadalajara, señala que la situación le cogió «muy mal económicamente, porque no tenía dinero ahorrado».

Explica que, sin su salario, no puede «responder por el alquiler del piso», ni hacerse cargo de los pagos de un auto financiado ni tampoco enviar dinero a su familia. «Soy el único que trabajo y en Colombia mis padres tienen una edad muy avanzada», lamenta.

Aunque su necesidad actual es «principalmente económica», también ha acudido a la obra social para conseguir productos de primera necesidad, y destaca el apoyo de toda la congregación: «Nos ayudamos de la mejor forma que podemos», detalla.

ESPERANZA PESE A LAS DIFICULTADES

Pero no todo son situaciones de agobio y escasez, también hay esperanza entre la gente que empieza a salir adelante. Luis Núñez, un peluquero venezolano con seis años en España pudo reabrir su negocio Santa Cruz de Tenerife (Islas Canarias) tras casi dos meses cerrado y superar una situación «complicada».

«Afortunadamente teníamos algunos ahorritos y pudimos aguantar, pero si alguien no tiene algo de ahorro es muy difícil», reconoce.

Para reabrir tuvo que invertir en materiales y equipos exigidos que aseguran la higiene y la asepsia del negocio. «Hay peluqueros que yo conozco que no tenían el dinero para hacer esa inversión y no han abierto», recalca.

En su caso, tuvo que gastar «alrededor de 2.000 euros», debido sobre todo al aumento de precio del material desechable y a tener que usar mascarillas y artículos desinfectantes.

Luis reabrió, igual que muchas peluquerías del país, el pasado día 4 y con cita previa. Tuvo un «trabajo brutal» la primera semana por la acumulación de gente que necesitaba cortes de pelo tras casi dos meses en casa, pero ya ha visto bajar la clientela.

Su esposa, también venezolana, hace manicura y pedicura en el mismo establecimiento, pero puede trabajar muy pocas horas porque tienen en casa a sus tres hijas y las escuelas están cerradas hasta septiembre.

Aunque pudo reabrir, Luis no ve «normalización del negocio», ya que «una vez todos pelados, esto ya va a bajar». La economía de las Islas Canarias depende del turismo y nadie sabe «cuándo va a arrancar ese sector», lo que dejará a buena parte de la población en situación «precaria».

COLAS EN UNA CALLE VACÍA

Mientras tanto, en el economato de Cáritas actúan como en un supermercado cualquiera, examinando y eligiendo productos. El establecimiento no tiene publicidad ni altavoces que vocean promociones.

Cuando llenan sus carros, normalmente hasta los topes porque es una compra semanal, acuden a una de las dos cajas, donde se identifican como miembros del programa de Cáritas, pagan la cuenta y salen.

Para facilitar el trabajo en un local pequeño, solo puede entrar un cliente cuando sale otro, lo que inevitablemente genera colas en la calle.

Son sobre todo mujeres, a veces con capuchas, mascarillas y gafas de sol para ocultar los rostros. Aguardan su turno con paciencia y recelan de la cámara.

La fila contrasta con la importante calle Bravo Murillo, justo en la esquina, tradicionalmente bulliciosa y ajetreada, y ahora semidesierta a pesar de ser ya mediodía, por culpa del confinamiento que se mantiene en Madrid.

Aún así, la línea no es muy larga, comparada con las de otros lugares de la capital española, como los cientos de personas que se congregan los domingos en una plaza del barrio de Aluche, donde una asociación de vecinos también organiza una entrega de alimentos al no tener un local.

En Lavapiés, todos los días, cerca de la una, se forma una larga cola en la puerta trasera del Teatro del Barrio, donde se hacen repartos gratuitos de comida caliente a las personas más vulnerables, cuyo número ha aumentado considerablemente durante la pandemia.

DEMANDA DE AYUDA «MUY SUPERIOR A LAS POSIBILIDADES»

De vuelta al interior del economato de Cáritas, el director del establecimiento, Dimas Noguera, explica a Efe que el proyecto busca pasar de la simple entrega de alimentos a que los clientes puedan «comprar de una forma diferente y más digna».

Junto a un despacho en el que su mesa convive con paquetes de pañales y latas de salsa de tomate, reconoce que la necesidad ha crecido mucho por culpa estos últimos dos meses.

«La demanda es muy superior a las posibilidades», explica, antes de recordar que esto no es un supermercado, sino «un proyecto social», pues las familias acuden desde ocho parroquias de la zona, dentro de un proyecto de acompañamiento.

El programa normalmente tiene a 230 familias y con «un esfuerzo» se ha ampliado a 250, pero es «un proyecto limitado», remarca.

En los peores momentos «tuvimos escasez de productos básicos: como harina, arroz, azúcar leche o papel higiénico», por lo que tuvieron que buscar alternativas de otros proveedores, añade.

Esa escasez fue puntual y el economato está ahora muy surtido. Lo que no faltan estos días en Madrid, y en el resto de España, son personas empobrecidas y proyectos para apoyarles, al menos en lo más básico.