Fotografía del 19 de febrero donde aparece Edwin Pérez, dominicano de 29 años y asistente médico que se ocupa de electrocardiogramas y la preparación de los pacientes en las visitas a la clínica de cardiología en Virginia en la cual ha trabajado un año y dos meses. EFE/Jorge A. Bañales

Washington – Los inmigrantes, que forman un contingente desproporcionadamente alto en el sector de la salud, siguen batallando contra la covid-19 entre el drama cotidiano de pacientes que mueren en soledad y el miedo de ser ellos mismos los contagiados o quienes contagien a otros.

«Una ve a cómo los pacientes llegan caminando, hablando. Cómo empeoran en poco tiempo y terminan en el ventilador», dijo a Efe Jessica Mejía, una técnica clínica y asistente de enfermería que trabaja en un hospital de Virginia.

Para Edwin Pérez, asistente médico en una clínica de cardiología también en Virginia, la huella mayor que ha dejado un año de covid-19 es «el miedo: independientemente de que hayas ido a la mejor escuela, a uno nunca lo preparan para lidiar con una pandemia».

Aunque los inmigrantes suman alrededor del 17 % de la fuerza laboral de Estados Unidos, según el Instituto de Política Migratoria, ellos son el 28 % de los médicos, el 24 % de los dentistas y el 38 % de quienes cuidan de pacientes y ancianos en sus hogares.

Por su parte, Kaiser Health News, una plataforma que analiza información sobre la salud, indica que al menos 3.542 trabajadores en este sector han muerto después que contrajeron el coronavirus en sus puestos de labor.

Entre esas muertes, las enfermeras representan el 32 %, el personal de apoyo que incluye enfermería, ambulancia y técnicos suman el 20 % y los médicos otro 17 %. De todos ellos, el 15 es de origen latino.

LA BREGA EN EL HOSPITAL Y EN LA FAMILIA

«Lo más difícil es el cansancio», señaló Mejía, de 29 años de edad. «Hacemos todo lo posible por los pacientes y de cualquier manera, mueren. Es difícil verlo día a día, que requieren oxígeno suplementario porque el cuerpo necesita un ventilador».

Dado que es bilingüe, a Mejía le asignaron en la unidad de cuidados intensivos del hospital la atención los pacientes que sólo hablan español, y esto la puso en contacto con otra pena de la pandemia.

«En la cultura hispana somos bien enfocados en la familia, pero estos pacientes si están en la cuarentena no pueden salir, no pueden estar en contacto con su familia», dijo. «Y puede ocurrir que los hermanos, el esposo y la esposa, estén enfermos».

Para ella la pandemia ha tenido también un impacto en su familia de ascendencia mexicana: «Mi abuelita, de 77 años, tuvo la covid, y pasó un mes completo para que se recuperara».

Mejía tiene tres sobrinos que «no están batallando mucho con la escuela virtual sino, más bien, con la soledad, la falta de contacto físico y contacto social. No ven a sus amigos».

«En el hospital hemos visto más y más menores de 18 años que llegan con depresión, o con ideas de suicidio», agregó. «Somos criaturas sociales. El aislamiento sin ver amigos, familia, sin convivir, es difícil».

El hospital en el cual trabaja Mejía, temprano en la pandemia se estableció un fondo que subsidia algunos días de licencia por enfermedad para los empleados.

EL MIEDO POR SÍ MISMO, LA CAUTELA POR LOS DEMÁS

«Te levantas para ir a tu trabajo porque hay quienes necesitan de ti para seguir viviendo y seguir sanos», dijo Pérez, dominicano de 29 años y que se ocupa de electrocardiogramas y la preparación de los pacientes en las visitas a la clínica en la cual ha trabajado un año y dos meses.

En ese consultorio la mayor parte de los clientes son «personas de la tercera edad. El paciente sólo me ve a mí y quizá al médico en un día, pero yo veo 25, 50 pacientes por día».

«Aparte de cuidarse uno mismo, uno quiere cuidar a los pacientes, quiere cuidar a su familia», añadió. «En la clínica lo conversamos, y uno aprende a convivir con esto que es algo que llegó y no para irse tan rápido».

«Han muerto muchas personas», continuó. «En el consultorio decimos que si nos enfermamos no querríamos sufrir tanto, ni quisiéramos que uno de nosotros fuera ‘culpable’ de contagiar a los pacientes. Aun con el miedo, velamos más por los pacientes y por la familia».

La infección con la covid-19 merma la absorción de oxígeno «y los pacientes que llegan para su examen, sin síntomas o porque sienten que les ‘falta aire’ los controlamos con el oxímetro», explicó. «Si está bajo de 90 tenemos que conectarlo al tanque de oxígeno y llamar a la ambulancia».

«Tenemos pacientes que tuvieron la covid-19 y cuatro meses después siguen cargando con sus tanques de oxígeno por el daño pulmonar que tuvieron», dijo.

En el consultorio de cardiología los empleados no tienen licencia paga por enfermedad, y quienes se han enfermado, si pueden hacerlo, han seguido trabajando desde sus casas, en una demostración más de que el personal sanitario de Estados Unidos, el país más afectado por la pandemia, ha demostrado que son más esenciales que nunca.