El Cairo – Alaa y Fady son solo dos de las decenas de miles de gazatíes que han sido expulsados de sus hogares por la violencia israelí y se han visto obligados a abandonar su país, sus familias y sus medios de vida.
En El Cairo han tenido que reinventarse para sobrevivir y soñar con el futuro en un país donde oficialmente no existen y no pueden acogerse como refugiados.
Alaa al Haddad, arquitecta y madre de dos hijos, recuerda su travesía desde su hogar en Gaza al paso de Rafah que une el enclave palestino con Egipto como un capítulo insoportable, con más explosiones que recursos básicos.
«Solo queríamos que los niños durmieran», cuenta a EFE desde la capital egipcia.
El relato de los gazatíes en Egipto, unos 100.000 según diferentes estimaciones, está plagado de silencios, por el horror, el drama y la ambigua situación en la que se encuentran. Si bien la población los ha recibido con los brazos abiertos y simpatía, oficialmente las tornas cambian.
Para Egipto, recibir a gazatíes como refugiados es aceptar las imposiciones del sionismo para «limpiar» Gaza de palestinos, implica un peligro estratégico en la península del Sinaí, que se podría convertir en una base para ataques contra Israel y podría ayudar a generar un caldo de cultivo para el desarrollo de grupos radicales.
Además, Egipto, que vive una acuciante crisis económica y ya recibe millones de refugiados de otros conflictos como los de Sudán, Yemen o Siria, no tiene los recursos para asimilarlos.
Y sin embargo, aquí han llegado a través del supuestamente impracticable cruce de Rafah, algunos con autorizaciones humanitarias, pero otros muchos a cambio de haber pagado grandes sumas de dinero para que algunas autoridades hicieran la vista gorda en su tránsito hacia el país de los faraones, donde están en un limbo sin bombas, pero sin muchas opciones.
Tejidos hacia un mejor futuro
Alaa coordina ahora un taller artesanal donde, junto a decenas de mujeres gazatíes, se reúnen para tejer a mano bordados que preservan su patrimonio cultural y cuentan la historia de Palestina, como la ‘Nakba’ (‘catástrofe’, en árabe) o las intifadas.
Los padres de Alaa lograron llegar a España tras salir de la Franja y ahora viven en Barcelona con su hermana. Con esperanza, Alaa sueña con un futuro similar: «Siempre me dicen que el pueblo español es muy propalestino. Mis sobrinos tienen todos los derechos y van al colegio sin problema… Eso quiero para mis hijos.»
En Egipto, Alaa describe las dificultades para encontrar un lugar donde vivir, ya que los caseros evitan alquilar a palestinos «porque no les conviene tener inquilinos sin residencia» y las pocas viviendas que se les ofrecen cuestan hasta el triple de su valor.
Para Yasmin Eid, de 32 años, farmacéutica y madre de cuatro niños, el escenario es parecido. No puede escolarizar a sus hijos en El Cairo porque «el colegio más barato cuesta 2.000 dólares para los cuatro», un precio exorbitante para quienes han perdido todos sus ahorros al huir de Palestina.
Mientras, Yasmin intenta ganarse a vida en un proyecto de panadería y repostería palestina para poder pagar el precio inflado del alquiler.
Cimientos de una nueva vida
De igual manera, Fady Eisa, de 39 años, cruzó a Egipto desde el norte de Gaza junto a su mujer y sus cuatro hijos.“Salimos dos días antes del cierre del cruce, llegamos a Egipto como desplazados, no como refugiados ni inmigrantes, no tenemos residencias, por lo tanto no podemos pedir ayudas de cualquier parte ni siquiera buscar trabajo”, relató a EFE.
Emocionado, Fady recuerda que apenas una semana después de abandonar Gaza, la casa que él mismo construyó en 2005, “quedó hecha cenizas tras un bombardeo”, como le contó por teléfono un amigo.
Arquitecto de profesión y profesor de vocación, trabaja como voluntario en un taller donde imparte clases de maquetas a niños desplazados de Gaza. En estos talleres, todos plasman “la idea de reconstruir Gaza con sus nuevas visiones”, un sueño para todos los que perdieron sus hogares.