Fotografía cedida por la organización "The Immigrant Story" de Yesica Perez Barrios, aún indocumentada, que cruzó la frontera con 16 años junto con una sobrina de 7 y sufrió "el miedo y la desesperación de ser separada de su sobrina y experimentó los centros de detención de menores". EFE/The Immigrant Story

Portland (OR) – Detrás de muchos de los niños o adolescentes indocumentados que llegan a EE.UU. hay la persecución de un sueño, un anhelo que queda atrás en el duro camino y que la exposición «Sueños Postergados» (Dreams Deferred) reúne desde este viernes en la Sociedad Histórica de Portland (Oregón).

Seis adultos que llegaron a EE.UU. en su infancia, tuvieron en su día que elegir entre sus cosas para decidir «qué se llevaban y qué dejaban en casa».

Algunos de estos objetos protagonizan una exhibición que quiere aumentar la empatía y crear una comunidad más inclusiva, que contrarreste el clima de retórica y violencia antiinmigrante del país.

Sankar Raman, fundadora de la organización sin fines de lucro «The Inmigrant Story», que presenta la muestra, dice a Efe que «la combinación de la historia, el retrato y el objeto atesorado de cada individuo, permite a los espectadores mirar a los ojos de esa persona, leer detalles íntimos sobre su vida y ver un artefacto profundamente significativo de su historia.»

La exposición está diseñada para amplificar a través de narraciones breves, historias de objetos y fotografías las voces de los indocumentados que llegaron a EE.UU. y crecieron navegando por la escuela, el trabajo y la vida social sin documentos oficiales.

El pasaporte de una niña de 9 años llamada Xiomara Torres, que huyó de la guerra de Guatemala y que llegó a ser una ilustre juez en Oregón; la camiseta con la Virgen de Guadalupe estampada que Iván Hernández llevó puesta en su trayecto desde México en busca de su padre y el juego de canicas con las que Bernal Cruz se entretenía en su viaje son algunos de los objetos que dan emoción a cada historia.

«Todos son un poderoso recordatorio de que somos seres sentimentales y que queremos llevar nuestro pasado y recordarlo de una forma u otra», dijo Raman.

Los objetos se presentan junto a una fotografía de aquellos niños, ya adultos, en una interpretación del reconocido fotógrafo local Jim Lommasson, que extiende en esta exposición su proyecto «What We Carried».

Lommasson explica a Efe que «los objetos transportados se convierten en algo más que recuerdos de hogares y vidas que quedan atrás. A medida que estos elementos ordinarios se llevan a través de la frontera, se transforman en algo sagrado».

Los protagonistas, denominados «soñadores» (dreamers), comparten en su propio idioma relatos breves de su puño y letra acerca de la historia de sus objetos en las propias fotografías, dándole un aspecto personal a cada situación.

«Mi esperanza es que con esta exposición comprendamos mejor lo que es ser un refugiado y lo que significa venir a un nuevo país e intentar encontrar un hogar», dice Lommasson.

«Estamos viviendo en un tiempo racista polarizado y la supremacía blanca y el nacionalismo se están imponiendo en todo el mundo. Al conocer a nuestros vecinos, nos damos cuenta de nuestra humanidad común y sabemos que todos somos uno», añade.

El artista asegura que su objetivo es que el espectador piense en lo que podría llevarse si tuviera que huir de su hogar y su tierra natal: «Creo que este es un proceso fundamentalmente empático».

La jueza Xiomara Torres, una de las protagonistas de la exposición, recuerda en declaraciones a Efe que cuando se llega a EE.UU. siendo un niño se aprende lo difícil que es ser indocumentado y cuesta mucho «superar ese miedo a contar tu historia y reconocer que llegaste sin papeles».

Yesica Perez Barrios, aún indocumentada, cruzó la frontera con 16 años junto con una sobrina de 7 y sufrió «el miedo y la desesperación de ser separada de su sobrina y experimentó los centros de detención de menores».

Su historia conmovió a Lommasson, quien asegura que todos los que escuchen o lean el registro de su viaje intentarán imaginarse en su posición y preguntarse si podrían sobrevivir.

La mexicana Liliana Luna, quien llegó a los 15 años a EE.UU., recuerda que «de joven estaba segura que no quería venir a los Estados Unidos por la cultura del país y el racismo.

«Para mí, Estados Unidos fue probablemente el peor castigo», afirma.

Si Miguel Rodríguez llegó con 4 años con su familia en busca de tratamiento para su hermana quien sufrió fuertes quemaduras con agua hirviendo, el guatemalteco Bernal Cruz huyó de su país cuando a su padre, militar de profesión, le propusieron ser parte de un equipo de tortura.

«Nos gustaría que todo el mundo se diera cuenta de que detrás de los términos ‘inmigrantes indocumentados’ o ‘extranjeros’ se encuentra un individuo con una historia», comentó Raman sobre uno de los objetivos principales de esta muestra que estará abierta hasta el próximo 12 de Abril.