México – Mientras miles de migrantes hondureños cruzan México, la capital del país viste su centro histórico con las tradicionales ofrendas del Día de Muertos, que este año están dedicadas a los calvarios que pasan las personas forzadas a abandonar su hogar.
Cinco figuras esqueléticas, conocidas como catrinas, decoran las plataformas ubicadas en la céntrica plaza del Zócalo y homenajean a los migrantes con motivo de la festividad mexicana más universal, celebrada cada 1 y 2 de noviembre.
Representan las migraciones un joven latinoamericano con suéter rojo, un republicano español exiliado por la Guerra Civil (1936-1939) que trae una maleta en la mano, una mexicana indígena con ropajes tradicionales, un judío ultraortodoxo con sus característicos rizos y una mujer asiática con ropas austeras.
La presencia de estas catrinas migrantes de gran tamaño busca establecer una analogía entre los peligros que han atravesado los migrantes a lo largo de la historia y las dificultades por las que pasan las almas de los difuntos antes de alcanzar el inframundo.
Pero cualquier decoración del Día de Muertos resulta incompleta sin el icónico altar en el que se depositan fotos de los difuntos y todo tipo de objetos para rendirles homenaje.
El gigantesco altar del Zócalo, situado frente a la catedral de Ciudad de México, simula cuatro pisos de azulejos azules y amarillos con fotografías dedicadas a migrantes fallecidos y a artistas icónicos de la cultura mexicana como Chavela Vargas.
Tampoco faltan la tradicional flor naranja del cempasúchil, calaveras, velas, fruta, sal, agua, juguetes y el pan de muerto, un dulce que abarrota las panaderías mexicanas durante estas festividades.
«Hasta arriba siempre va la foto del difunto, una ofrenda siempre debe tener básico lo que viene siendo agua y sal. La sal significa el camino de la vida, siempre debe tener veladoras porque es la luz que alumbra su camino de otro mundo hacia este», explica a Efe Liliana, una mexicana de 18 años.
Su amiga Vanessa aplaude que no se haya perdido este festejo ancestral. «Es muy bonito seguir las tradiciones y todo esto, porque es algo muy México», resalta.
Durante estas festividades, instituciones públicas y privadas abren sus puertas para mostrar al público majestuosas ofrendas. Como el Antiguo Colegio de San Ildefonso, donde se originó el movimiento estudiantil de 1968, que fue violentamente reprimido por el Estado.
A 50 años de esos hechos, la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) ubicó en el claustro de este edificio colonial una colorida ofrenda dedicada al movimiento estudiantil que marcó la historia mexicana.
El recuerdo a los seres queridos que fallecieron mediante ofrendas se reproduce, de distintas maneras, en todo México.
En el Istmo de Tehuantepec, en el sureño estado de Oaxaca, se celebra el Xandu’, una ofrenda en el interior de viviendas para honrar a los muertos.
En la comunidad zapoteca de Juchitán de Zaragoza se vive con plenitud este sincretismo producto de la cultura zapoteca y española.
Y se rinde culto a los muertos de dos maneras de acuerdo al gusto de las familias, utilizando los altares o colgando un arco con pencas de plátano o caña adornado con flores, frutos y panes y en el suelo, se coloca un petate repleto de todo tipo de platillos, dulces, panes y bebidas.
La palabra zapoteca Xandu’ significa santo y se refiere a la celebración a los muertos, que aquí coincide con el viejo calendario lunar de los antiguos binnizá (zapotecas), y se celebra solo para quienes murieron hace seis meses y hasta dos años.
De acuerdo con la tradición, los espíritus de las personas que partieron al menos seis meses atrás tienen permiso para visitar a sus familiares y disfrutar de los manjares que les ofrecen.
Algunos relatos aseguran que saben cuándo un difunto los visita cuando algo del altar, una fruta o una flor, se mueve o cae sin explicación alguna.
En la celebración del Xandu’, los amigos y vecinos del difunto, hombres y mujeres, visitan las casas para llevarles flores, una veladora y una cooperación económica, y a cambio reciben tamales de mole, pan y café.
Y en el caso de los hombres, también algunas copas de mezcal.
Las visitas permanecen entre quince minutos y una hora, dependiendo de la cercanía con los fallecidos. Ello permite hacer más llevadera la velada a los difuntos, que puede alargarse hasta la mañana siguiente.