Ginebra – Los vacíos legales y el desconocimiento de cuáles son sus derechos cuando llegan a otro país suelen determinar la vida de un niño migrante, refugiado o solicitante de asilo, como han relatado ante la ONU y en primera persona niños de Perú, Ucrania, Siria, Gambia o Afganistán, desarraigados de sus comunidades por conflictos o la pobreza extrema.
Uno de ellos ha sido Sheyla, activista peruana de 17 años y defensora de los derechos de los niños, quien en un acto con organizaciones intergubernamentales y representantes estatales en la sede de la ONU en Ginebra advirtió de que esta falta de protección que padecen los menores migrantes proviene en muchos casos del rechazo.
«Adaptarse a una nueva cultura es difícil a esta edad, pero se vuelve más complicado cuando los niños llegan y se dan cuenta de que no son vistos ni tratados como los demás, enfrentándose a situaciones de discriminación y xenofobia», afirmó Sheyla el viernes en un diálogo coordinado por la representante especial de la ONU para la violencia contra los niños, Najat Maalla M’jid.
Estos menores, aseguró la joven, tienen que afrontar una nueva realidad que «acaba con sus sueños», al limitar su acceso a una alimentación, educación, alojamiento y otros servicios de calidad.
La importancia de las comunidades de acogida
Sheyla, que tuvo que trasladarse con su familia desde los Andes hasta la costa peruana en busca de una mejor vida, recordó que un buen recibimiento de las comunidades de acogida es fundamental para los desplazados como ella, así como para los más de un millón de extranjeros que residen actualmente en el país latinoamericano.
«Nos apoyaron económicamente y al principio nos brindaron un hogar donde poder dormir, y con el trabajo que consiguieron mis padres poco a poco fueron ahorrando hasta comprar la casa donde vivimos ahora», explicó Sheyla en declaraciones a EFE.
No obstante, reconoció que, aunque su familia pudo salir adelante, ella o cualquier otra persona que se ve obligada a abandonar su lugar de origen podrían encontrarse en una situación de vulneración de sus derechos, por lo que instó a los Estados a poner en marcha estrategias que den una «verdadera protección» a los migrantes y, en concreto, a los menores.
En esta misma línea versó el discurso de Sofia, ucraniana de 15 años y refugiada en Rumanía, que pidió a los gobiernos más espacios donde los niños migrantes puedan expresarse libremente para reclamar sus derechos y crear conciencia en las comunidades de acogida.
“Si la gente escucha las experiencias de los niños que han tenido que abandonar sus hogares, entenderán todo de una forma más acogedora, ya que cambiarán su forma de pensar sobre los niños refugiados”, dijo Sofia a los participantes en el diálogo.
La educación, pilar de la adaptación
Desde que en 2022 tuvo que abandonar Ucrania a causa de la guerra, Sofia ha continuado con su formación desde Rumanía de forma telemática, ya que considera que la educación es “una parte fundamental en la vida de un niño que no puede simplemente interrumpirse cuando estallan los conflictos”.
Por su parte, Bakary, natural de Gambia, puso de relevancia que la posibilidad de continuar con la educación en los países de acogida también se ve a menudo mermada por la compleja justicia administrativa y los procedimientos de asilo para los menores migrantes, los cuales llegan en muchos casos solos y son tratados como adultos.
“¿Qué hacen los Estados y los gobiernos para adaptar estos procedimientos a los niños para que se sientan cómodos y puedan ir a la escuela a perseguir sus sueños y convertirse en miembros activos de la sociedad?”, preguntó Bakary a las organizaciones y representantes presentes.
También Sedra, de 16 años y procedente de Siria, recordó esta carencia de asesoramiento jurídico, penal o psicológico por parte de las autoridades receptoras, lo cual se suma al trauma que ya traen consigo los menores por el proceso de la migración al dejar atrás sus hogares y seguir rutas migratorias peligrosas e incluso, en algunos casos, mortales.
“Además de los procedimientos legales adaptados, creo que lo que falta es tener en cuenta el bienestar psicológico de los niños desplazados, porque debido al miedo y la intimidación a los que se enfrentan, estos niños quedan traumatizados sin forma de curarse”, dijo Sedra en conexión telemática desde Canadá.
Ante el convulso contexto actual mundial, los jóvenes pidieron a las organizaciones presentes, entre ellas la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), que pusieran en marcha estrategias, así como a los gobiernos mejores planes de inversión, para acabar así con esta doble discriminación que sufren como menores y migrantes.