Tegucigalpa – No caer en el error de creer que somos el centro de todo, pidió este domingo el cardenal Óscar Andrés Rodríguez durante la fiesta de Asunción de María, madre de Dios.
Durante la homilía de la misa celebrada en la Basílica Menor Nuestra Señora de Suyapa, el arzobispo de Tegucigalpa recordó que María fue asunta en cuerpo y alma, por lo que refirió que hoy se celebra también la mayor fiesta de humanismo.
No obstante, el también coordinador del Consejo de Cardenales del Vaticano reflexionó que no debemos caer en el error de creer que somos el centro de todo.
“A veces podemos caer en el error de creer que somos el centro de todo, yo, yo, lo mío, sin embargo cuando decidimos alabar a Dios y darle gracias expresamos que el centro de nuestra vida está en Dios”, caviló el religioso.
En ese orden, exhortó a hacer al igual que la madre María de Dios el eje de nuestras vidas.
“Hoy celebrando la fiesta de Asunción de María al cielo, celebramos que María fue asunta al cielo en cuerpo y alma, quiere decir que María en la plenitud integral de su persona ha sido transformada por la resurrección de Jesús”, agregó.
Cuando se afirma que la madre María ha sido asunta supone que ella ha entrado en la plenitud de la pascua y ese es el camino que traza para cada persona, continuó.
“La manera como María vivió, se relacionó, amó, sufrió, compadeció, todo en ella es eterno en Dios, María es total y plenamente dichosa y feliz, por eso hoy podemos decir que celebramos la fiesta de nuestra esperanza terrestre”, apostilló el cardenal hondureño.
Recordó que el papa Francisco en el rezo del Ángelus esta mañana invitó a visitar un templo mariano y recordar a la madre de Dios y darle gracias por la glorificación de su madre.
Al respecto, acentuó que los hondureños cuentan con la dicha de poder visitar la Basílica Menor que es un templo mariano.
“Hoy como María podemos volvernos a Cristo Jesús resucitado en nuestro corazón para decirle tú eres nuestro salvador”, oró.
A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del Evangelio según Lucas 1, 39-56:
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Entonces dijo María:
“Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre
y su misericordia llega de generación en generación
a los que lo temen.
Ha hecho sentir el poder de su brazo:
dispersó a los de corazón altanero,
destronó a los potentados
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes
y a los ricos los despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su siervo,
como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia
para siempre’’.
María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.