Foto cortesía Suyapa Medios.

Tegucigalpa – “Nuestro país no está ciego, nos damos cuenta de las realidades, el problema sería si somos indiferentes”, reflexionó este domingo el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez.

– “No hay peor pobreza que una vida sin sentido”, citó el también coordinador de cardenales del Vaticano.

Antes las desigualdades sociales que existen el arzobispo de Tegucigalpa, exhortó a la fraternidad.

Subrayó que todos debemos poder ver el dolor ajeno y tratar de ayudar en lo poco que se pueda.

Tras reflexionar sobre la parábola del rico y Lázaro concluyó que no se puede pensar en gozar la vida simplemente y olvidarse de vivir en la verdad, “se pueden amasar fortunas que humanamente nos tranquilizan, se pueden acumular experiencias compensatorias, vivir aturdidos por el éxito y fracasar en la empresa de llegar a ser plenamente uno mismo”, caviló.

Grandes masas de seres humanos están esperando participar al menos de las migajas de los bienes de la tierra, agregó.

“Lázaro representa a millones de pobres en el mundo y también en nuestra Honduras y en Tegucigalpa. Todos esos Lázaros pobres que han perdido todo en las colonias al pie del Cristo del Picacho”, apuntó.

Comparó que también son Lázaro todas aquellas víctimas de las inundaciones por los ríos Ulúa o Chamelecón.

“El rico de la parábola es el sistema económico en el que un 10 % de la humanidad acapara el 80 % de los bienes de la tierra”, enfatizó.

Acto seguido dijo que muchos ricos creen tenerlo todo, pero en realidad carecen de lo esencial. “No hay peor pobreza que una vida sin sentido”.

Lo que pone de relieve esta parábola es la insensibilidad, la ceguera que puede producir llenarse de cosas y vivir ansiando un materialismo que después deja vacíos.

No obstante, reiteró que Honduras no está ciego y se da cuenta de sus realidades.

 A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del santo evangelio según san Lucas (16,19-31):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».