Una parroquia católica en Colorado se convirtió gradualmente en un santuario para las víctimas de tráfico humano, con ayuda para ellas y sus familias, en un estado en el que se investiga anualmente un centenar de estos crímenes. EFE/Archivo

Denver (CO) – Una parroquia católica en Colorado se convirtió gradualmente en un santuario para las víctimas de tráfico humano, con ayuda para ellas y sus familias, en un estado en el que se investiga anualmente un centenar de estos crímenes.

La Parroquia Ángeles Guardianes, en Mead, a 30 millas al norte de Denver, donde se denuncia la mayor parte de estos delitos, además promueve programas educativos para la comunidad sobre la prevención de la trata de personas.

Esta situación y el crecimiento de la parroquia impulsaron a su párroco, Alan Hartway, a modificar la misión de su congregación, pidiendo que fuese oficialmente designada por la Arquidiócesis de Denver como «santuario para víctimas del tráfico humano».

La designación se aprobó en 2018 y este centro de peregrinaje comenzó a funcionar como tal este mes.

Para que la parroquia funcionase como un lugar de peregrinaje, el padre Hartway gestionó incorporar al altar reliquias de Josephine Bakhita (1869-1947), canonizada en 2000 y considerada como la santa patrona de los ministerios de hospitalidad.

Bakhita, nacida en Sudán, fue vendida como esclava en su niñez y llevada a Italia, donde eventualmente se convirtió al catolicismo, obtuvo su libertad, y fue monja.

Estadísticas del Centro de Estudios de Políticas Públicas (CPPS) revelan que se investigan en Colorado de 100 a 150 casos de tráfico humano al año.

A nivel nacional, el Índice Global de Esclavitud (GSI) de 2018 estima que más de 400.000 personas en el país viven «en condiciones de esclavitud moderna», siendo Luisiana, Tenesí y Florida, los estados más afectados.

El padre Hartway reconoce que la misión de su iglesia no se limita a «orar por las víctimas», sino que también incluye «recibir a las personas con el respeto que merecen» y «educar a la comunidad sobre la realidad de la esclavitud moderna».

Familiarizar a la congregación con la historia de Bakhita servirá «para desarrollar el sentido completo de nuestro santuario», sostuvo el religioso.

Pero a la vez, dijo, se necesita que las personas «tomen consciencia» de los efectos del tráfico humano.

El santuario está abierto «a todas las personas, sin importar su idioma, color o raza», enfatizó Hartway, porque las víctimas del tráfico incluyen personas de distintas etnias, religiones y nacionalidades, especialmente niños, adolescentes, mujeres e inmigrantes.