Tegucigalpa – El cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga reflexionó este domingo sobre las últimas masacres que han tenido lugar en Honduras y señaló que nadie le puede quitar la vida a nadie y que “la vida es Dios”.

– Pidió a los periodistas centrarse en el bien y dejar de publicitar solo lo malo en Honduras. “Que triste es que cada día los noticieros en lugar de comenzar con una noticia buena, lo único que aparece es catástrofes, accidentes, matanzas e incendios”, dijo.

Durante la homilía celebrada en la Catedral Metropolitana de Tegucigalpa San Miguel Arcángel, el arzobispo manifestó estar triste por la sed de venganza y la muerte de hasta menores en masacres en Honduras.

“Cosas tan tristes como esas masacres que ocurren, matan hasta niños inocentes simplemente porque quieren una venganza contra una familia”, caviló el religioso.

Consideró que acciones como las masacres, es estar lejos de Dios y no tener presente que la vida es de Dios.

“La vida es sagrada y se tiene que respetar”, agregó al tiempo que destacó que hoy se celebra la fiesta de presentación del Señor Jesús al templo.

Medios deben destacar lo positivo

En otro tema, el cardenal hondureño criticó el énfasis que hacen los medios de comunicación en noticias negativas y pidió también destacar lo positivo.

“Qué triste es que cada día los noticieros en lugar de comenzar con una noticia buena, lo único que aparece es catástrofes, accidentes, matanzas e incendios”, externó.

Al respectó cuestionó: “¿Cómo quieren que uno comience positivo el día?, hay gente que ya no quiere ver noticias”.

“El bien es mucho más, pero no se publicita, solamente se publicita el mal y no digo que no hay anunciarlo, pero porque concentrarse en eso”, dilucidó.

En ese sentido, ejemplificó que el mundo hoy solo está preocupado por el virus que comienza en China.

“Los noticieros internacionales, gran parte del espacio solo hablan de eso, cómo quieren que el mundo sea positivo y que nos llenemos de esperanza”, increpó el religioso.

Finalmente, subrayó que las tinieblas no pueden dominar la comunicación social y al mundo y enfatizó que Jesús es la luz del mundo.

A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del evangelio según san Lucas (2,22-40):

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.