México – Han pasado 10 años de la peor masacre en contra de migrantes en México, incluidos 26 hondureños, sin embargo, en el galerón del Rancho El Huizache en una de las brechas del Ejido 6 de Enero, en San Fernando, Tamaulipas, el tiempo se ha detenido. 

– A 10 años, nueve de los 72 cuerpos hallados no han sido identificados; tampoco hay una sola sentencia de los detenidos, por lo que las familias siguen esperando justicia.

Cabe destacar que, en su homilía de este domingo, el papa Francisco tuvo un recuerdo para los 72 migrantes asesinados hace 10 años en la masacre de San Fernando, en el estado mexicano de Tamaulipas y que cayeron «en el viaje de la esperanza».

«Eran personas de distintos países que solo buscaban una vida mejor», dijo el papa, después del rezo del Ángelus en la plaza de San Pedro.

«El Señor nos pedirá cuentas de todos los migrantes que han caído en el viaje de la esperanza» y que «han sido víctimas de la cultura del descarte», señaló Francisco.

Recordó que este 24 de agosto se celebra el décimo aniversario de esta masacre mientras los familiares de las víctimas «todavía hoy siguen pidiendo justicia y la verdad sobre lo que ocurrió».

El memorial colocado en el lugar de la matanza hace dos años por activistas e integrantes de la Casa del Migrante de Saltillo es el triste recuerdo del asesinato de 72 personas a manos de Los Zetas, rememora en un reportaje el diario Milenio.

Los 22 kilómetros de terracería que recorrió Luis Freddy Lala Pomavilla, migrante ecuatoriano de 18 años, quien logró sobrevivir el horror de ese lugar, parecen eternos, aunque el recorrido es en vehículo escoltado por policías estatales.

A los lados de la brecha, se ven tierras sembradas de sorgo, en otras ya la planta está seca; en un punto, un pequeño cementerio con tumbas recientes es testigo de las pocas personas que se animan a transitan por el lugar.

La galera se encuentra a un lado del camino, por fuera parece indefensa, hay que atravesar grandes matorrales que tratan de esconder el terror que se vivió el 22 de agosto del 2010.

En el lugar se colocó una cruz en memoria de los migrantes asesinados. Al final de la galera, recargada en la pared, se encuentra una gran cruz, con 72 pequeños crucifijos, que representan a los 58 hombres y 14 mujeres que fueron ejecutados en el lugar; de los cuales 24 eran hondureños, 14 salvadoreños, 13 guatemaltecos, cinco ecuatorianos, tres brasileños y un ciudadano indio.

Al lugar de la masacre nadie quiere acercarse, comenta un vecino del ejido; a un costado de la gran cruz, en una de las paredes laterales, las avispas hicieron un panal, nadie las molesta porque nadie va a ese lugar, y sólo el aire entre las ramas de un árbol intensifica el ambiente de tristeza.

A lo largo de las tres únicas paredes de la galera, los criminales formaron contra la pared, de rodillas y con las manos y pies atados a los migrantes que se negaron a pagar por su libertad y a trabajar para ellos.

Primero los golpearos para después dispararles por la espalda, luego el tiro de gracia en la cabeza, para asegurarse que no vivieran para contar el horror del lugar. Sin embargo, Luis Freddy Lala, quien, pese a tener una herida de bala en su cuello que salió por la mandíbula, caminó durante la noche para pedir ayuda, siendo rechazado en el camino por una persona que encontró, siguiendo hasta el amanecer a un retén del Ejército, donde lo auxiliaron y denunció los hechos.

Hilario del Pozo Noyola, sacerdote de la parroquia de San Fernando, en el municipio del mismo nombre, recuerda que a partir del 2010 y en tan sólo cuatro años, más de la mitad de la población se fue del lugar, huyendo de la violencia e inseguridad.

“No cabe en San Fernando, una familia que no haya sido tocada o lastimada por esta situación, como iglesia tenemos ese compromiso de dar el apoyo espiritual y moral, para todas las personas que tienen el deceso o la experiencia de un secuestro o de un familiar, fueron situaciones lamentables las que se vivieron”, relató el religioso al periódico Milenio.

San Fernando para los migrantes se ha convertido en signo de muerte, en una tumba de olvido y la de aquellas víctimas, fue la puerta que abrió el horror que pasan los que se atreven a cruzar por ese poblado a 184 kilómetros de Ciudad Victoria. En abril del 2011 fueron hallados en 47 fosas clandestinas otros 193 cuerpos y desde entonces, se han reportado más hechos violentos en San Fernando, relacionados con migrantes.

“La experiencia del migrante es una situación muy triste y lamentable, que lo buscan, no por hacer daño a otros lugares, lo buscan por una finalidad, llevar la prosperidad a sus propias familias, eso es lo que los hace arriesgar sus vidas y dejar todo lo que tienen, sus raíces, su cultura, pero nunca dejan de tener su corazón en su lugar de origen”, señala el sacerdote.

El ambiente en San Fernando sigue siendo tenso, algunos pobladores aseguran sentir miedo, ya que los secuestros y asesinatos continúan, el último de ellos el de Luciano Leal Garza, un niño de 15 años, quien fue engañado en un perfil falso de Facebook, para ser secuestrado. Pese al pago de dos rescates de cuatro millones y medio de pesos, el menor no fue entregado y sus padres siguen buscando pistas junto a las autoridades, para dar con su hijo.

El padre de este, de nombre también Luciano, señala que sus hijos han crecido en medio de un ambiente violento, por lo que no pueden salir a la calle libremente y no es para menos, pues la familia ha pasado por cinco secuestros.

“Yo fui secuestrado en el 2012, estuve 32 días, enseguida una tía, hermana de mi mamá, hace dos años y medio mi hermano fue secuestrado, poco tiempo después, tres, cuatro meses, un primo, está desaparecido, tiene ya dos años, y ahora pasa lo de mi hijo”, lamentó.

En San Fernando, los secuestros son habituales, sin embargo, explica el papá de Luciano, casi siempre son personas mayores, dueños de negocios, empresarios, ganaderos, pero nunca de niños, hasta ahora.

En las calles son pocas las personas jóvenes que transitan, quienes lo hacen por necesidad, saben que corren peligro y tienen que cuidarse de los delincuentes. Algunas de las familias que han decidido quedarse en San Fernando, lo hacen esperando encontrar a un ser querido que fue arrebatado con violencia del hogar, pese a correr también el mismo riesgo.