Huixtla (México) – A pesar de una silla de ruedas roja y algo oxidada que dificulta la enorme travesía que tiene todavía por delante, Sergio Cáceres es uno de los miles de migrantes hondureños que conforma la caravana que recorre estos días México con un único propósito, cumplir el sueño americano.
«No tengo ni trabajo. Soy hondureño de San Pedro Sula. No tengo fuerza en los pies y tengo 20 años así», destacó hoy a Efe este hombre de 40 años, de mirada afable y hablar tranquilo, mientras apuntaba sus enclenques piernas cubiertas por una manta.
«(Me enteré) de la caravana de abril pasado, pero me la perdí», lamentó acostado en una iglesia que ha prestado sus instalaciones a esta caravana conformada por más de 7.000 centroamericanos, en su mayoría hondureños pero también procedentes de otras naciones como Nicaragua, El Salvador o Guatemala.
Su sueño es el mismo de todos, arribar a Estados Unidos, esa tierra prometida en la que esperan trabajo, salud y bienestar. Y ello sin temer al presidente Donald Trump, extremadamente duro con la inmigración ilegal desde su arribo a la Casa Blanca.
«Mi sueño es llevar a la mujer a Estados Unidos», recalcó Cáceres, quien no obstante dejó su familia en su país, lacerado por la pobreza y la violencia de las pandillas.
El hombre padece dolencias parecidas a las de muchos de sus compañeros de fatigas, aquejados de deshidratación y dolores musculares tras varios centenares de kilómetros a sus espaldas.
«Me duelen mucho las pompis (nalgas) y la cintura», aseveró el hombre, arropado entre mantas y de apariencia débil.
Normalmente, continuó, se mueve lentamente con sus propios pies gracias a un andador. «Pero ahora con andador no iba a avanzar», detalló Sergio.
Tremendamente agradecido, apuntó hacia arriba y señaló a César Ruedas, su apoyo, su guía y su gran compañero de trifulcas en este difícil periplo.
«Él es mi chófer, y Dios me lo puso en mi camino», añadió con la voz rota.
Ambos se conocieron en la terminal de San Pedro Sula (Honduras), donde se inició esta odisea, que según relatan los propios migrantes se estuvo gestando durante varias semanas.
Cercano a la treintena y muy tímido, César se encoge de hombros cuando se le pregunta por su altruista ayuda, que le dificulta sin duda un viaje ya de por sí complejo. «Él (Sergio) venía batallando (sufriendo)» desde el inicio del trayecto, se limitó a comentar a Efe.
Parejas y grupos de amigos como se forjan en esta caravana que ha puesto en jaque a varios países de Centroamérica y Norteamérica, y amenaza con dificultar las relaciones, ya de por sí tensas, entre México y Estados Unidos.
Este lunes, en Tapachula (estado de Chiapas), tres hombres de entre 20 y 50 años se congratulaban por haber atravesado ilegalmente y de noche el río Suchiate, que divide Guatemala de México, y de esta manera se habían podido sumar al contingente, con una amplia presencia de mujeres, niños y niñas.
Por delante, les esperan más de 2.000 kilómetros hasta la frontera norte por la ruta más directa hacia el noreste, pero hasta 4.000 kilómetros si optan por la ruta noroeste para llegar a Tijuana y de allí entrar a Estados Unidos.