Los Ángeles (EEUU) – El salvadoreño Israel de la Cruz Meléndez, de 75 años, emigró a Estados Unidos en 1980 y hasta la fecha no sabe leer ni escribir, pero ello no fue impedimento para que a base de memoria haya logrado la ciudadanía en el país de acogida.
«Para los que no quieren, que dicen que no, que no puedo. ¡Sí se puede!», exclamó a Efe el inmigrante, un trabajador jubilado que vive de una pensión de 800 dólares que no le permite pagar un alquiler y que lo obliga a dormir en sofás de amigos, o en su propio automóvil.
«A veces pasa uno situaciones difíciles, pero hay que superarlas», declaró el salvadoreño.
Bethzy García, de la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes de Los Ángeles (CHIRLA) y que ayudó De la Cruz Meléndez en su proceso de obtención de ciudadanía, no duda en calificar de ejemplo al septuagenario, que además padece de problemas auditivos.
Desde 2017, el inmigrante comenzó a memorizar preguntas y respuestas sobre la Historia y los símbolos de Estados Unidos, que forman parte del cuestionario del examen para el trámite y que le leían en voz alta los activistas.
En diciembre del año pasado tomó la prueba, en español, para mayores de 65 años, pero lo reprobó. No se rindió, lo volvió a dar el pasado 5 de marzo y pasó con éxito.
«Una gran felicidad la que yo sentí cuando me dieron el diploma y me dijeron aquí está, terminó, es tu ciudadanía y la tienes que usar», recordó el salvadoreño, luego de la ceremonia de jura celebrada el pasado 26 de marzo en el Centro de Convenciones de Ontario, en California.
En EE.UU. hay alrededor de 8,6 millones de inmigrantes con residencia permanente y derecho a la naturalización que no dan el paso para reclamar su ciudadanía, según datos de la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Designados (NALEO) de ese país. De esa cifra, los latinos suman unos 4,4 millones.
«Yo, que no puedo leer ni escribir, lo hice y lo logré», alegó el septuagenario.
Originario del municipio salvadoreño de Uluazapa, Israel de la Cruz Meléndez decidió migrar a EE.UU. hace 39 años, cansando de que mientras trabajaba como chófer de autobuses interprovinciales era detenido por «uno y otro bando» durante los años de conflicto interno en su país.
«Algunos buses los incendiaban, y para no andar en ese peligro pagué un coyote y me vine donde unos amigos a Los Ángeles» (sur de California), recordó De la Riva Meléndez.
El inmigrante logró luego la residencia permanente a través de la amnistía para indocumentados que en 1986 firmó el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan (1981-1989).
En EE.UU. trabajó como valet en Beverly Hills y operario de limpieza de edificios, y desde que recibió su número de seguridad social nunca faltó a su cita con las autoridades tributarias.
Ahora, con ciudadanía en mano, lo primero que quiere hacer es ejercer su derecho al sufragio, «porque a veces con el voto se pueden cambiar cosas».
Pedro Monzón, 65 años, es un chófer de camiones, y actualmente desempleado, que a menudo invita a su amigo y compatriota Israel a comer «café con pan» o un almuerzo «estilo salvadoreño» en su vivienda.
«Lo admiro porque ha hecho ese gran esfuerzo y ahí se ve que no hay motivo para no hacerse ciudadano», declaró a Efe Monzón, quien confesó que gracias al ejemplo de su amigo él también está pensando en hacerse ciudadano.
Bethzy García dijo a Efe que a causa de la edad y sus bajos recursos De la Cruz Meléndez pudo calificar para quedar exonerado del pago de los 725 dólares que implica el trámite de ciudadanía, un freno para no pocos inmigrantes.
La activista destacó entre los beneficios de hacerse ciudadano el «ya no correr riesgo de deportación, viajar a otro país sin límite de tiempo para regresar como los residentes y más beneficios de salud y retiro».
«Además, si en su vejez desean retirarse en sus naciones de origen, el Gobierno estadounidense les puede enviar a ese país el dinerito de su pensión», añadió.