Mérida – Cuando la autenticidad más absoluta del amor a la música y el combate a las adversidades se viste de negro elegante, la identidad lleva el nombre de Raphael, un artista cuyo regreso a los escenarios esta noche tras seis meses de lejanía no querida ha sonado a un canto a la vida.

Y es que Raphael, después de que le fuera diagnosticado un linfoma cerebral primario a finales del pasado año, ha vuelto a pisar un escenario y, para más inri (bendito), interpretar nada más y nada menos que 30 canciones, tantas como las veces que el público se ha puesto en pie para aplaudirle.

El teatro romano de Mérida ha visto temblar sus 2.000 años de antigüedad cuando el jienense, con solo 82, ha salido al escenario para desplegar su propia historia, esa que le ha encumbrado a ser, a seguir siendo aquel que cada noche lo sitúa como un eterno icono de la música.

Y es que Raphael ha vuelto y eso es suficiente para que esta noche haya sido su gran noche y las caveas del teatro emeritense -en las que no cabía un alma más- han sido testigos de ello junto a un público entregado, agradecido, expectante y hasta corista.

Mérida, 16 jun (EFE).- Cuando la autenticidad más absoluta del amor a la música y el combate a las adversidades se viste de negro elegante, la identidad lleva el nombre de Raphael, un artista cuyo regreso a los escenarios esta noche tras seis meses de lejanía no querida ha sonado a un canto a la vida.

Y es que Raphael, después de que le fuera diagnosticado un linfoma cerebral primario a finales del pasado año, ha vuelto a pisar un escenario y, para más inri (bendito), interpretar nada más y nada menos que 30 canciones, tantas como las veces que el público se ha puesto en pie para aplaudirle.

El teatro romano de Mérida ha visto temblar sus 2.000 años de antigüedad cuando el jienense, con solo 82, ha salido al escenario para desplegar su propia historia, esa que le ha encumbrado a ser, a seguir siendo aquel que cada noche lo sitúa como un eterno icono de la música.

Y es que Raphael ha vuelto y eso es suficiente para que esta noche haya sido su gran noche y las caveas del teatro emeritense -en las que no cabía un alma más- han sido testigos de ello junto a un público entregado, agradecido, expectante y hasta corista.

En algunas canciones, las más íntimas de su repertorio, como ‘Si no estuvieras tú’, ‘Amo’ y ‘Volveré a nacer’, Raphael ha cantado sentado. Diez músicos -un piano sobresaliente- le han arropado en este regreso en el que el artista ha navegado por su extenso océano de trabajos en los que han soplado bastantes vientos de vinilo.

‘Yo sigo siendo aquel’, ‘Cierro mis ojos’, Mi gran noche’, ‘A veces llegan cartas’ y ‘Hablemos del amor’, entre otras, han permitido al público subirse a ese barco de antaño cuyas velas siguen casi intactas.

Testigos y presentes de este retorno -desde la lejanía- han sido algunos dioses y diosas de ‘la chanson’, esa bebida musical francesa que siempre ha acompañado al artista y a los que rinde homenaje en su último trabajo «Ayer… aún”.

Su guiño más íntimo ha sido para Édith Piaf al interpretar ‘Padam padam’, ‘La vie en rose’, ‘Ja ne regrete rien’ e ‘Hymn a l’amour

Con ese mismo barco de vida y música ha cruzado el Atlántico para poner en pie al público con ‘Que nadie sepa mi sufrir’, de los argentinos Ángel Cabral y Enrique Diezo, y ‘Gracias a la vida’, de la chilena Violeta Parra.

Cuando parecía que ponía fin con dos clásicos, ‘ Estar enamorado’ y ‘Ámame’, la sonrisa de Raphael, presente en toda la noche, se ha agigantado aún más para regalar cinco iconos: ‘En carne viva’, ‘Qué sabe nadie’, ‘Yo soy aquel’, ‘Escándalo’ y ‘Como yo te amo’.

«En canto vuela, con sus alas: armonía y eternidad», escribió Rubén Darío para describir -sin haber conocido a Raphael- lo que significa cantar a corazón abierto por parte de quien cose con su voz el telar de la música.