Madrid – Las fronteras cerradas son un negocio para la industria de defensa y los traficantes, pero para entender las motivaciones de las 40.000 personas que murieron intentando llegar a Europa el cómic de investigación periodística ‘¿A quién benefician las migraciones?’ analiza también los lugares de origen y tránsito de este éxodo.

Garbuix Books publica este miércoles en español este trabajo en profundidad de la periodista y documentalista franco-finlandesa Taina Tervonen (premio Louise Weiss de periodismo europeo y premio internacional True Story) y el dibujante francés Jeff Pourquié, editor de la revista Rita.

Sus 175 páginas dejan constancia de años de análisis macroeconómico y político y descripción de casos reales. Viajan de los despachos europeos, donde entrevistan entre otros al director de Frontex, a los campos de inmigrantes en Sicilia (Italia, 2016) y a países de origen y tránsito como Níger (2018) y Senegal (2021).

Hablan con transportistas, migrantes que pagan 800 dólares para viajar en cubierta y 300 en bodegas de barcos que reportarán beneficios de entre 250.000 y 500.000 dólares a los traficantes, así como con los trabajadores que tratan con esta realidad que les lleva a la depresión y en ocasiones al suicidio, relata un oficial del cuerpo de bomberos de Sicilia.                                            

También siguen la vida, complicada y en ocasiones exitosa, de quienes han logrado establecerse en París (2020), sus pesadillas burocráticas para la regulación y las organizaciones que les ayudan.

Económicamente, concluyen, sacan beneficio de esta situación que se inicia cuando Europa decide convertirse en una fortaleza en los años 90 con las industrias de defensa y de pesca (con flotas esquilmando las costas), las redes de traficantes de personas y las empresas que controlan las cadenas de subcontratación.

Pero también «para los europeos, las migraciones son un maná económico del que nos aprovechamos de rebote, a través de los bienes y servicios que consumimos», afirman.

Tervonen aprovecha su conocimiento de la lengua wólof (vivió en Senegal hasta los 15 años) para mantener horas de conversaciones con habitantes de zonas costeras del país y preguntar por su experiencia como migrantes o como familiares de ellos.

«En 1989 los pescadores aún ganaban lo suficiente como para pagarles los estudios a sus hijos. Ahora hay tres opciones: trabajar por una miseria, no trabajar o salir a probar suerte», explica uno de los entrevistados.

Las mujeres están entre las grandes perdedoras de este relato. Como trabajadoras, su pequeña industria del pescado seco se enfrenta a las fábricas que han empezado a convertirlo en comida para peces criados con acuicultura. «El pescado de los pobres es el alimento del pescado de los ricos», dicen.

Pero, sobre todo, se muestra el sufrimiento de que quienes ven desaparecer de improviso a sus hijos y maridos y están días y semanas sin saber de ellos, en el mejor de los casos. Por ejemplo, el marido sastre de una de ellas, que dejó atrás a tres hijos menores y sigue atrapado en España sin trabajo ni dinero.

Una madre relata que a veces no solo no reciben dinero de familiares emigrados, sino que ellas mismas tienen que enviárselo.

Tervonen habla también con adolescentes que esperan en los guetos de Agadez (Níger) su oportunidad de salir hacia Libia, como Ibrahim, de 15 años, que huyó de Mali por la guerra y no sabe nada de su familia, o Mohamed, de Costa de Marfil, que ha pagado mil euros por el trayecto hasta allí.

«Me han hablado del peligro, del desierto, del tráfico de esclavos en Libia y a veces me da miedo. Pero no puedo volver a casa, allí también es peligroso», relata uno de ellos.

«Percibo en sus voces la convicción inquebrantable de la adolescencia, creen que los problemas y los accidentes son cosas que pasan a otros, que a ellos les irá bien», reflexiona Tervonen. EFE