Tegucigalpa (Proceso Digital /Joel Perdomo) – Si yo volviera a nacer, volvería a ser médico, es una profesión que requiere muchos sacrificios, pero que considero, vale la pena, porque se trata de salvar vidas, dijo el doctor Óscar Edgardo Díaz Pineda, presidente de la Asociación de Médicos Intensivistas de Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) en San Pedro Sula, norte de Honduras.
– He visto morir muchas personas, entre ellas, familiares y valiosos amigos, dijo el doctor.
– A un médico intensivista le toca ver hasta 35 pacientes y a algunos hasta 70 al día.
– Para controlar la pandemia es necesario vacunar el 70% de la población y eso se lograría en tres años.
El doctor Díaz es de trato suave y afable, él es uno de los médicos intensivistas hondureños que ha estado al frente de la pandemia desde sus inicios. Además de atender a pacientes durante largas y cotidianas jornadas, también ha dedicado valioso tiempo a la investigación para buscar contener la pandemia que ha generado 3,255 muertes y 126,113 contagios en el país.
“Lamentablemente he visto a muchas personas morir, pero también he visto a muchas recuperarse, levantarse cuando se ha creído que todo ha estado perdido”, así es un día para un médico, en medio de esas duras realidades que se viven a diario en las salas de cuidados intensivos, relató el galeno.
En una amplia conversación con Proceso Digital, el doctor Díaz, contó el drama que viven los intensivistas y todos los médicos de Honduras, que atienden a la población fuertemente golpeada por el COVID-19.
Díaz, es de los pocos profesionales intensivistas con los que cuenta el sistema sanitario del país; y consciente de ello, se ha convertido en uno de los galenos más laboriosos, tras la llegada de la pandemia, pues médicos con su especialidad solo hay 16 en Honduras.
Proceso Digital quiso llevar a sus lectores una mirada humana de un trabajador de la primera línea contra el coronavirus, que simboliza esa lucha de los que hacen honor al juramento hipocrático y que en su batalla en este país centroamericano ya han perdido 54 vidas de colegas.
Díaz dijo, en tono vehemente, que ama su profesión, que disfruta servirle a la humanidad y que, aunque siempre se ha visto expuesto, no se arrepiente de nada, porque siempre ha tenido claro que su preparación profesional, cada vez tiene más sentido y que sus días están comprometidos en salvar vidas.
Una vida con pacientes críticos
El COVID-19 vino para cambiar muchas cosas en el entorno médico, – dijo el doctor Díaz -, y agregó que “nosotros lo hemos entendido, pero hace falta que también las personas entiendan, que se está frente a una enfermedad que sigue siendo desconocida, peligrosa y que exige que todos caminemos en una sola dirección”.
Desde la llegada de la pandemia, el doctor Díaz no ha tenido un fin de semana libre, las jornadas de trabajo pasaron a ser de 18 o más horas, – “porque sería difícil para mí, irme sabiendo que hay muchas personas en un estado de salud crítico que necesitan de un médico” externó.
Sus días transcurren observando a los pacientes más delicados que llegan a las unidades de cuidados intensivos en el IHSS, no es una situación fácil, porque para atender pacientes afectados por el COVID-19, se requiere de estudios diarios y un médico intensivista jamás deja de estudiar.
Aunque él no lo comenta, este médico, también ha atendido en salas de críticas de otros hospitales y sanatorios de San Pedro Sula en muchas jornadas, en las cuales ha servido ad honoren, aun arriesgándose más allá.
La salud en estado de abandono
Sobre la situación sanitaria de Honduras, el intensivista reflexionó expresado que Honduras, ha cometido muchos errores en el marco de la pandemia, pero su problemática en el sistema de salud, viene desde muchos años atrás, y ahora con la presencia del COVID-19, es momento de reaccionar y no olvidar que el virus está dejando tantas heridas y lecciones, que deben verse como retos y desafíos.
Prosiguió su meditación expresando que hay que invertir en el ser humano, en su salud como en su educación, porque son temas donde se visibiliza la precariedad, en que muchos hondureños viven, históricamente son sectores que han sido abandonados; estos descuidos se notan en el subdesarrollo, en el que nos han tenido sometidos quienes toman decisiones en este país.
Considera que no puede seguir habiendo indiferencia por el trabajo que realizan los médicos del país, pues a su juicio, debe haber compromiso y coherencia, tanto de gobernantes como de la población.
Enfatizó que no es aceptable, que mientras los doctores arriesgan sus vidas para salvar otras, afuera, las personas continúan actuando como si nada estuviera pasando.
Manos limpias
Para el doctor Oscar Edgardo Díaz Pineda, la honestidad y la transparencia de las autoridades es fundamental para atajar la embestida de la pandemia que, para este enero, muestra signos preocupantes al volver a llenarse, casi en su totalidad, las salas UCI.
En ese sentido, apostilló que, para poder superar la pandemia, se necesita que quienes toman decisiones, sean personas con manos limpias y que a la par de ellas, la población sea consciente, capaz de reconocer que, con disciplina y educación, aunque se tengan recursos limitados, el país puede perfectamente salir adelante.
A su juicio lo peor de la pandemia en Honduras, se vivió en los meses de junio y julio del 2020, porque colapsó el sistema de salud y se dio el caso de muchas personas, que ni siquiera lograron llegar a un hospital para recibir ayuda médica, “ese fue un escenario crítico, del cual no estamos exentos de que se pueda repetir”.
Y es que sostiene que enfrentar la pandemia, está siendo más difícil de lo que podría ser, porque hay una conducta ciudadana que no permite avanzar. Es inconcebible que con todo lo que hemos pasado como país, todavía haya personas en las calles sin mascarilla, incluso hay aglomeraciones por simples reuniones sociales y políticas.
Hacen falta médicos especialistas
Hay otras situaciones de carácter estatal, como la mala administración de los escasos recursos, que incluso ahora tienden a ser menores, tras la llegada de los fenómenos naturales que dejaron devastado al país y que han dejado un grave impacto negativo en la lucha contra el coronavirus, manifestó el especialista, quien a diario lidia con pacientes afectados por el mortal virus en las salas de cuidados intensivos.
Esas y otras situaciones, nos indican que tendremos un año 2021 muy complicado, concluyó.https://www.youtube.com/embed/Vo_sDsM6160?feature=oembed
Un día en la vida de un intensivista
El doctor Díaz, relató que un día para un médico intensivista, “es pasar de un hospital a otro, porque el recurso humano de nuestras especialidades es muy escaso, no hemos tenido descanso alguno y hay momentos que el estrés postraumático, se apodera de nosotros al ver tanta crisis en nuestros hospitales”.
Asimismo, indicó que la preparación de los especialistas es una tarea pendiente, hay que apostarle a la profesionalización, porque cada día están apareciendo nuevas enfermedades.
Igualmente dijo que “nuestros pueblos cada día están más enfermos, porque no existe, en primer lugar, el hábito de la prevención y a ello se suma la precariedad del sistema”.
Ampliar la seguridad social
El galeno contó que hace algunos años, preocupados por esa crisis sanitaria que había en Honduras, un equipo de expertos organizó un taller para analizar el sistema de salud, con la intención de encontrar soluciones, donde se invitaron diversos sectores, sociales, empresariales y políticos.
Recuerdo que nos encontramos con la sorpresa de que ninguno de los políticos que habíamos invitado llegó a la cita. Entendí que el tema de salud, no es un tema que represente votos, – según los políticos, – en ese entonces se pretendía organizar la atención primaria de la salud en las comunidades.
“El problema de salud es que está muy disgregado, o como decimos en Santa Bárbara, “está en las latas”, la seguridad social solo abarca el 15 por ciento de la población del país y los seguros privados, que tienen muy poca cobertura por lo costosos que son. Hasta allí es todo y no cuente más, ah, y el Instituto de Previsión Militar, de ahí no hay nada más”.
Reformas y hospitales móviles
Para este médico “patepluma”, Honduras requiere un cambio de modelo estructural, donde no se vea la salud como un gasto sino como una inversión, en espera de mejores resultados; un sistema en que la seguridad social abarque con dignidad a la mayoría de la población, pero con el aporte de todos.
Se refirió sobre la Ley Nacional de Salud y cuestionó que la misma esté “engavetada” en el Congreso Nacional desde el 2016, y lamentó que lo único que ha dejado cada intención, por mejorar el tema de salud, son debates inadecuados que demuestran poca voluntad para mejorar.
Luego también abordó su visión sobre la adquisición de siete hospitales móviles que costaron al erario 48 millones de dólares, en una compra dudosa. De ellos solo uno funciona a medias en el norte del país, mientras los otros duermen el sueño de los justos.
Al respecto externó que “la decisión de comprar siete hospitales móviles fue errónea, porque fueron adquiridos sin un concepto técnico y científico, lo mejor que hubiera pasado es que se fortaleciera la infraestructura que ya se tenía, pero es una lástima que en este país no se escuche a los expertos; eso es lo que más le pesa al país, – ¿por qué habiendo gente muy competente, que está dispuesta a trabajar por Honduras?”.
Sobreviviente al COVID
Al par, reconoció que ha habido buenos profesionales liderando las instituciones de salud, – “pero lamentablemente, detrás de ellos, hay una red de políticos tomando decisiones y ese es el mayor problema que se tiene históricamente en Honduras, aunque nunca es tarde para utilizar a los mejores hijos de este país en sistema de salud”, dijo sin perder la esperanza.
Aunque en el país hay otros sectores que, a su juicio, están mal administrados, la diferencia es que, son más visibles las precariedades en la educación y en la salud, – “estamos como como en un callejón sin salida. Es doloroso ver cómo la gente le pide a uno por sus familiares, entendemos, porque nosotros también hemos perdido gente muy valiosa” expuso con una expresión de pesadumbre.
Luego adicionó que “cuando alguien se contagia de COVID e ingresa al hospital, no se sabe si se saldrá vivo de ahí, cuando me hospitalicé, también le tocó a mi colega y amigo el doctor Luis Enamorado, teníamos los mismos días de enfermedad, yo salí del hospital y él quedó ahí, estaba enfermo todavía y me tocó trabajar mes y medio en esas condiciones.
Hijo de Santa Bárbara
El doctor Díaz es originario de Santa Bárbara, Santa Bárbara, occidente de Honduras, tiene 51 años y 26 años de ejercicio profesional en los hospitales del país y asegura que el gremio médico enfrenta uno de los desafíos más grandes en la historia de la medicina.
Está casado con la doctora Ana Ramos, con quien procreó tres hijos: Ana Gabriela, María José y Sebastián.
Su padre murió muy joven y le tocó realizar junto a su madre y sus hermanos, labores del campo para poder continuar sus estudios. Describió esa etapa de su vida como una de las mejores porque fueron épocas muy sanas, llenas de muchos sueños y deseos por salir adelante.
Realizó sus estudios primarios en Santa Bárbara y posteriormente se graduó como médico en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), luego en el Centro Médico Siglo 21 en México, que es una dependencia del Seguro Social en México y egresó de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El doctor Oscar Díaz sigue así su rutina, probablemente cuando los internautas visitantes de Proceso Digital estén leyendo esta historia, él estará luchando por salvar una vida, llorando por alguna se fue o dando gracias, por haber rescatado a un hondureño que logró vencer el COVID-19.