Jerusalén – Cuatro franciscanos recorrieron hoy el Vía Crucis de Jerusalén durante un atípico Viernes Santo. Sin los miles de peregrinos que cada año siguen los pasos del Calvario de Jesús y con las oraciones interrumpidas por el alto número de policías y periodistas que impedían cumplir las restricciones por el coronavirus.
«No es un rezo que se haga con los labios y la lengua, sino caminando en los pasos de Jesús», expresó a Efe el fray Francesco Patton, custodio de Tierra Santa, al salir de la basílica del Santo Sepulcro, la última estación.
Una Vía Dolorosa empapada por la lluvia jerosolimitana y desierta por las restricciones de circulación acogió la limitada procesión por el camino que siguió Jesús, cargado con la cruz, y condenado a muerte por crucifixión, según la tradición cristiana.
Para poder celebrarse, a diferencia de otras liturgias de Semana Santa que fueron suspendidas, esta tuvo que seguir las limitaciones impuestas para evitar la propagación de la COVID-19, causante también del cierre de los principales sitios sagrados de la Ciudad Vieja (en la parte oriental de la urbe, ocupada por Israel desde 1967).
Los cuatro franciscanos oraron en las catorce estaciones de la Vía Dolorosa, desde la iglesia de la Flagelación, que señala dónde Cristo fue condenado, hasta la Basílica, donde fue crucificado, muerto y sepultado, y lo hicieron sin portar la simbólica cruz de madera y con mascarillas y guantes para evitar contagios por la pandemia.
Frente a cada una de las paradas, rezaron en árabe, inglés e italiano con vehementes discusiones de fondo entre los informadores y agentes policiales.
«Si bien hoy es Viernes Santo, sabemos que hay una pandemia afectando a todo el mundo, así que tenemos que respetar las restricciones que son para la buena salud de la población», recordó Patton.
Y en este sentido, comparó la Pasión de Jesús con el rezo de hoy para «transmitir a Dios la situación que atraviesa el mundo, la ansiedad, el miedo y el sufrimiento».
El resto de eventos de este Viernes Santo a puerta cerrada son retransmitidos vía internet, como la liturgia en la Concatedral del Patriarcado latino de Jerusalén y la ceremonia del funeral de Cristo, por la noche, en la basílica del Santo Sepulcro, ambos templos clausurados al público.
Esta Semana Santa tan particular, que comenzó con un Domingo de Ramos sin ramos y que se destacó por la cancelación de rituales característicos, como el lavatorio de pies del Jueves Santo, sigue mañana, Sábado de Gloria, con una vigilia en el Santo Sepulcro.
El Domingo de Resurrección coincidirá con el inicio de la Semana Santa ortodoxa, oriental, una de las ramas mayoritarias entre los residentes cristianos en la Ciudad Santa.
Jerusalén es la ciudad de la región más afectada por el coronavirus y el principal foco de casos tanto entre israelíes como palestinos. Una Ciudad Santa restringida a la que tampoco han podido llegar este año el resto de católicos, ni desde Cisjordania ni desde Israel, como Wadie Abunasar.
«Estuve llorando hoy. Tengo 50 años y esta es la primera vez en mi vida que no voy a la iglesia un Viernes Santo», declaró a Efe un mundano y espiritual portavoz del patriarcado latino de Jerusalén.
«Primero, por lo que le pasó a Jesús; segundo, por lo que nos está pasando a nosotros con esta pandemia, y tercero porque está dañando realmente a muchas familias, no solo en la salud sino social y económicamente», lamentó en este viernes de Pasión.