Beirut – En pleno corazón de Beirut una iglesia jesuita ha abierto sus puertas a los desplazados por la violencia israelí, una alternativa ante la falta de espacio en los albergues estatales y un salvavidas para afectados extranjeros que a veces no son bienvenidos en otros centros.
En una amplia sala de la primera planta, varias desplazadas de origen africano comen alrededor de una mesa comunal flanqueada por hileras de maletas y enseres, la misma estancia por donde al caer la noche se esparcirán los colchones apilados en la puerta para crear un gran dormitorio improvisado.
Es la zona designada para las mujeres y los niños, mientras los hombres residen en la segunda planta. En total, la iglesia acoge a casi 60 personas, entre ellos unos 20 niños, explicó a EFE la coordinadora Mary Ghazal, del Servicio Jesuita para Refugiados (JRS, en inglés).
«El lugar no está bien equipado ni preparado para ser un refugio, al final es una iglesia con una zona para hacer algunas actividades y eso todo (…) Nos apañamos con lo que tenemos, tenemos dos baños abajo, dos arriba; sirve para las necesidades básicas», reconoció.
Según Ghazal, es una iglesia «conocida» entre la comunidad inmigrante, por lo que muchos pensaron «inmediatamente» en venir aquí cuando tuvieron que abandonar sus hogares. El boca a boca hizo el resto.
Aquí, la mayoría son africanos, pero también hay una filipina y una familia siria.
Vetados
Chris Ghafary, coordinador de la ONG Basmeh&Zeitooneh, llega para el reparto diario de comida para las personas alojadas en la iglesia, muchas de ellas trabajadores inmigrantes, especialmente vulnerables e incluso abandonados en las zonas bombardeadas por las familias para las que trabajaban.
No se saben las razones por las que algunos de estos empleados fueron abandonados a su suerte en el sur del país, si bien el trabajador humanitario es consciente de que las personas no pueden pensar con claridad entre el caos absoluto y el «sonido de los bombardeos».
Para los migrantes luego llegan también los problemas para encontrar un refugio que les acepte.
«Las personas que no son libanesas, como los sirios y otras nacionalidades, enfrentan dificultades a la hora de ir a albergues. Algunos, por todo el Líbano, no les permiten (quedarse), esto es lo que oímos sobre el terreno», afirmó Ghafary en declaraciones a EFE.
Lina (nombre ficticio), originaria de Sudán, llegó a la iglesia gracias a grupos de WhatsApp para sudaneses, tras pasar su primera noche en Beirut bajo un puente.
Huyeron del sur del Líbano al comienzo de la fuerte campaña de bombardeos israelíes hace unos diez días, llevánd solo sus pasaportes, relató, envuelta en una vestimenta roja que le fue donada por una mujer de la capital.
«El primer ataque fue justo debajo de mi casa, mi hija pequeña se despertó a causa del bombardeo (…) Los ataques comenzaron a hacerse más fuertes, cogimos solo nuestros pasaportes y bajamos; cuando llegamos al último peldaño, todo el edificio se vino abajo», recordó.
Tres huidas
Ahora, Lina pasa sus días en una iglesia, donde dice que ha hecho algunas amigas. No sabe que le depara el futuro, pero sí sabe que tampoco puede regresar a su país debido a la guerra que estalló allí el año pasado entre el Ejército y las fuerzas paramilitares.
«Ya no hay seguridad en Sudán, soy de una zona llamada Darfur y mi familia está desaparecida, ni siquiera sé si están vivos o muertos. Todo el mundo allí está también desplazado, no estoy pensando en regresar porque no hay seguridad y no tengo a nadie», lamentó.
Casi 14 años después de llegar al Líbano desde Sudán, Mohammad (nombre ficticio) también vivió una odisea hasta encontrar refugio en la iglesia beirutí, algo que en su caso requirió tres huidas diferentes.
Las relata en detalle como ensimismado, sin prestar atención cuando se le acerca a tirar de la manga uno de los niños que corretean por los pasillos adornados con imágenes de Jesucristo y frases del papa Francisco.
Como muchos de sus compañeros de albergue, Mohammad residía en la ciudad meridional de Nabatieh y el 23 de septiembre se despertó en medio de la noche «con toda la zona bajo ataque».
«Al final, atacaron el edificio al lado del mío, la gente estaba corriendo a las calles para meterse en los coches», cuenta sobre una primera huida bajo las bombas que quedó frustrada al estar las carreteras de salida «completamente bloqueadas».
Al día siguiente sí lograron salir de Nabatieh y posteriormente buscaron refugio en dos puntos diferentes de los suburbios capitalinos, que tuvieron que abandonar de nuevo a las carreras según se iba expandiendo el radio de los ataques israelíes.