Washington.- En su voluntariado como traductora en la frontera entre EE.UU. y México, Alejandra Oliva tuvo que comprimir cientos de historias de solicitantes de asilo, repletas de violencia, temor y sueños, para que cupieran en los formularios. Ahora las cuenta -y las humaniza- en un libro.
La «violencia” de esa experiencia que convertía a los humanos en «migrantes» y «alien» -la palabra que usa el Gobierno estadounidense para referirse a los extranjeros- le hizo tomar la decisión de escribir su nuevo libro, «Rivermouth: A chronicle of language, faith and migration», para poder plasmar el aspecto emocional del sistema migratorio de EE.UU.
En la obra, una mezcla entre autobiografía y crítica social, Oliva refleja cómo el proceso migratorio del país donde nació, en una familia de origen mexicano, «no está diseñado para poner en el centro la humanidad de la persona».
La escritora explica en entrevista a EFE que esta naturaleza burocrática y aséptica del sistema permea tanto el conocimiento que tienen los ciudadanos sobre cómo se migra o se pide asilo en EE.UU. como la información que se replica en los medios de comunicación.
«Mucho del lenguaje que usamos alrededor de la inmigración es muy burocrático y político, y pasa por la superficie de lo que es la experiencia» de quienes deciden migrar o pedir protección en EE.UU., señala.
Por ejemplo, la palabra «centro de detención», tan repetida por los medios y por los políticos, esconde, según Oliva, «la textura (del lugar), lo que es ser detenido, la comida horrible, los guardias que no hablan el idioma».
E incluso el propio sustantivo «migrante», que se enfoca solo en el acto de migrar y no en que son personas con una historia y biografía completas, que llevan consigo sueños, ansias, malos y buenos hábitos». Meter a la gente en esa categoría supone, para la autora, «quitarles mucho de su humanidad».
Durante sus años de experiencia como traductora, labor que comenzó a ejercer como voluntaria para organizaciones en pro de los migrantes en 2016, Oliva ha trabajado tanto en la frontera con personas recién llegadas como con quienes ya llevaban un tiempo dentro de EE.UU. y buscaban solicitar asilo.
El proceso de traducción, que implica sentarse con ellos y escuchar su historia, en español, para luego ayudarles a rellenar el papeleo, en inglés, e iniciar sus trámites migratorios, le resultó a Oliva «completamente deshumanizante».
Muchos de ellos, comenta la autora, no han transmitido lo que vivieron a nadie antes, ni han tenido el tiempo de desahogarse o situarse y la primera conversación al respecto, en su idioma, fue con gente como ella.
También, como en el caso de una solicitante de asilo plasmado en el libro, las personas han contado ya sus historias a las autoridades y no les han creído.
Esa salvadoreña, narra Oliva en «Rivermouth», estaba reticente a relatar cómo unos pandilleros mataron a su primo delante suyo y la amenazaron a ella y a su familia por haber visto lo sucedido, porque la primera vez que lo hizo las autoridades de migración no consideraron que calificaba para pedir asilo.
«A veces se siente como una violencia que se le agrega a lo que vivieron. Se siente fundamentalmente irrespetuoso (…) tener que cortar su historia en pedacitos para ponerla en un formulario donde están pidiendo quedarse en un lugar seguro», afirma.
MISMAS POLÍTICAS CON DIFERENTE NOMBRE
El lenguaje, sin embargo, también puede servir para maquillar una realidad, y eso es algo que Oliva argumenta que se está viviendo ahora bajo el Gobierno del presidente Joe Biden.
La manera en la que el Ejecutivo actual de EE.UU. habla de migración ha cambiado: se ha pasado de un expresidente como Donald Trump (2017-2021), que hablaba de «criminales» y «malos hombres», a la Administración demócrata, donde se pregona un trato “humano” en la frontera.
No obstante, señala Oliva, el cambio real en las políticas ha sido nulo.
«La Administración de Biden nos ha traído muchas de las mismas políticas, con un lenguaje un tantito más humanizante, pero eso no vale si no estás dando a la gente la oportunidad de ejercer el derecho que tienen de entrar al país y pedir asilo”, asegura.
El gobierno actual terminó el pasado mayo con el Título 42, una norma sanitaria impuesta por Trump que permitía las devoluciones en caliente en la frontera. Sin embargo, aplicó en su lugar nuevas reglas que han sido ampliamente criticadas por defensores de los derechos humanos porque buscan restringir las solicitudes de asilo en la frontera.
Bajo estas normas, el gobierno ha impuesto la aplicación móvil CBP One como la principal vía legal para pedir asilo, y contempla igualmente mayores consecuencias para quienes crucen de manera irregular, incluyendo la deportación y una prohibición de 5 años para entrar de nuevo en EE.UU.
«Estamos viviendo una discriminación digital, desde los niveles más básicos como iniciar el proceso para poder entrar en el país (…) son muchas de las mismas políticas (de Trump), con diferente ángulo, pero que tienen el mismo efecto”, sentencia Oliva. EFE