Londres – Mohamed se dispone a cenar con su familia de acogida en el Reino Unido a las ocho y media de la noche. El matrimonio compuesto por Sara y Malcolm ha decidido posponer el horario de la cena -generalmente más temprano para los británicos- para hacerlo coincidir con el Iftar, el momento en el que se rompe el ayuno de todo el día.
Es el mes de ramadán y él, que profesa el islam y se define como una persona «muy espiritual», celebra la ocasión de forma peculiar este 2020. Lo hace en confinamiento por la pandemia de coronavirus y en un país al que llegó hace poco más de un año, ya con la condición de refugiado tras huir de Egipto.
A sus 38 años, se considera «afortunado» de haber podido escapar de allí cuando la Primavera Árabe, que parecía la oportunidad para «un nuevo comienzo», se tornó en una «sangrienta» represión. «Creía que esas cosas solo pasaban en Siria», recuerda, muy afectado.
El miedo a ser deportado -lo que para él «habría significado la muerte»-, lo llevó al campo de refugiados francés de Calais, conocido como «la jungla», y meses más tarde, a Londres, donde su solicitud de asilo fue aprobada.
«A veces eres fuerte porque no tienes más opciones. Aquí hay muchas alternativas, pero en Egipto, en algunas ocasiones, no hay elección», señala.
Antes del confinamiento, Mohamed, que tiene un grado en Educación Física y otro en Literatura Árabe, trabajaba en una cafetería y, por la tarde, enseñaba árabe en un colegio comunitario.
Sin embargo, y pese a ser «muy activo», desde el 23 de marzo evita salir de casa para proteger a Sara y Malcolm, que le abrieron las puertas de su hogar el pasado junio.
Sara fundó hace cuatro años la organización «Refugees at Home» (Refugiados en Casa), para ayudar a quienes necesitan un lugar temporal en el que residir mientras esperan la aprobación de sus peticiones de asilo o se establecen en el país.
En estos momentos, son 95 las personas que forman parte de este programa de acogida, 40 menos de las habituales, porque no se aceptan solicitudes desde el inicio de la pandemia. «Nuestra responsabilidad es cuidar tanto a los anfitriones como a los huéspedes», subraya Sara.
Además, algunos refugiados han tenido que ser reubicados por falta de espacio. Este es el caso de los hogares que ahora, cuando la convivencia se extiende las 24 horas del día, son demasiado pequeños para cumplir las recomendaciones sanitarias.
«Lo que antes funcionaba, ha dejado de hacerlo», confiesa Sara, que insiste en que «no es culpa de nadie».
Según la cofundadora de la organización, muchos de los asilados «no entienden» por qué deben permanecer en casa «después de haber pasado por tanto» a lo largo de sus vidas, mientras que para otros el confinamiento es «solo una piedra más en el camino», al haber tenido que adaptarse antes a «circunstancias externas que no podían controlar».
A esto se suma una dificultad añadida: el mes de ramadán, pues «al menos la mitad» de los acogidos por «Refugees at Home» son musulmanes.
«Para la mayoría es más fácil sobrellevar el ayuno si trabajan, pero la pandemia lo impide», apunta Sara.
Mohamed lo lleva bien. Aunque no puede acudir a la mezquita para rezar, lo hace desde casa, y el resto del tiempo estudia inglés, practica jardinería, hace deporte y cocina.
Para él, el Ramadán se hace más fácil una vez superado el ecuador y al compartirlo con Sara y Malcolm «no es tan duro».
«Pensaba que no iba a funcionar, que no iba a poder compartir mi vida con una familia más de dos o tres días, pero ahora son como un hermano y una hermana para mí», afirma.