Tegucigalpa – El cardenal hondureño, Óscar Andrés Rodríguez, clamó este viernes 25 de diciembre por los damnificados de Honduras en la Misa de Navidad celebrada en la catedral menor Nuestra Señora de Suyapa en Tegucigalpa, capital de Honduras.
-El cardenal lamentó un mundo sin lugar para los refugiados, migrantes y ancianos; pidió por la paz en Medio Oriente.
Cabe mencionar que según datos oficiales más de cuatro millones de personas fueron afectadas en Honduras por el paso de las tormentas tropicales Eta e Iota que antes de tocar suelo alcanzaron la categoría mayor de huracán en la escala Saffir-Simpson.
Justamente por estos hondureños clamó hoy el arzobispo de Tegucigalpa durante la homilía de la Misa de Navidad.
El también coordinador del Consejo de Cardenales del Vaticano, lamentó un mundo sin lugar para refugiados, migrantes y ancianos.
“Dios no tiene casa en tantísimos que sufrieron la pérdida de todo después de los huracanes”, expresó el líder de la Iglesia Católica en Honduras.
Seguidamente tildó de triste que no exista lugar para los refugiados, migrantes y ancianos.
“Que triste que en este mundo no hay sitio para los refugiados, inmigrantes, ancianos que viven solos y para los más necesitados”, enfatizó.
No obstante, consideró que es más trágico “si Dios no tiene casa en nuestro propio corazón”.
Subrayó que Dios es el protagonista de la Navidad y sería triste si es el gran ausente de la fiesta.
Además el líder religioso pidió por la paz de Libia, Sudán, Siria y los países en guerra en el Medio Oriente.
Reflexionó que Dios asumió la condición humana al momento de su nacimiento y con ello nos enseñó su gran amor por la humanidad
“Celebrar la Navidad es celebrar el misterio de la encarnación, es celebrar que Dios se atreve a hacerse carne y humano”, acentuó.
Finalmente deseó feliz Navidad para todos y exhortó a tener la gracia de Dios en los corazones de los hondureños.
A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del santo evangelio según san Juan (1,1-18):
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.