Calais (Francia) – Entre ollas de agua sucia, fogatas improvisadas y restos de basura, Karzhan, kurdo iraquí de 34 años, espera con sus tres hijos y su mujer que Reino Unido venga a buscarlos. Ignora qué es el «brexit» y sus efectos, pero sabe que mientras haya una forma de cruzar seguirán intentándolo.
Tras cuatro años en Francia y una demanda de asilo rechazada, este excombatiente kurdo que dice haber luchado contra el Estado Islámico, confía en que la política de acogida británica sea más amable de lo que ha sido Francia, donde sus hijas de 10 y 2 años y su hijo de 7 aprendieron a hablar francés.
«Quiero ir a Inglaterra para ir a la escuela y aprender inglés», dice sonriente el pequeño que vive junto a los suyos en un nuevo campamento levantado hace unos meses en unos hangares abandonados en la autopista que conecta Calais y Dunkerque, cerca de la localidad de Grande-Synthe.
En él viven medio millar de personas, en su mayoría kurdos procedentes de Irak, Irán y Siria. Hay numerosas familias con niños pequeños y hombres jóvenes que viajan solos.
Mientras comen huevos fritos, pan y té, su menú de cada día, Karzhan interroga sobre el «brexit», que se produce este viernes por la noche aunque con un período de transición que no cambia nada en la práctica durante los próximos meses.
«¿’Brexit’? ¿Qué es eso? Nos han dicho que Reino Unido no estará más en Europa, pero a los refugiados eso qué nos importa. Mientras haya comercio, habrá tráfico y seguiremos intentándolo», dice Karzhan.
El tal «brexit», dice, no será un problema para quienes, como él, pagarán a las mafias para viajar en camiones que cruzan el canal por el eurotúnel.
Tienen más simpatía por Inglaterra que por el país que se aprestan a abandonar: «En Reino Unido no sacan a las familias de las casas. En Francia sí», asegura.
A unos metros de su campamento, Arzhay, otra iraquí que trabajaba en su país como periodista, ha viajado hasta Francia con su hija de 6 años: «Irak no es un país para ser periodista», dice.
Lleva dos semanas en este campamento, lo suficiente para haber oído hablar del «brexit» del que sabe tanto como la mayoría de los vecinos de Calais: nada.
«Sí, creo que es mañana o pasado mañana, ¿no? Nosotros vamos a esperar a que pase, quizás sea más fácil. Hemos escuchado que los políticos ingleses van a hacer un llamamiento para buscar mano de obra. Esperamos que ahí vengan a buscarnos», señala confiada.
Junto a ella, otros refugiados interrogados responden con extrañeza ante una palabreja que consideran un asunto interno que no alcanzan a comprender y que tampoco cambia demasiado sus planes.
Asociaciones que trabajan en la zona como L’Auberge des Migrants, Refugee Community Kitchen o la Cruz Roja se encargan de distribuir alimentos y bebidas calientes a diario en las zonas habitadas.
No es fácil encontrarlos: desde el desmantelamiento de la llamada «Jungla de Calais» en 2016, el campamento donde más de 2.000 refugiados vivían en condiciones marginales, los campamentos improvisados de refugiados no han cesado.
Los puntos de acampada se han multiplicado así como los controles policiales. La presencia de agentes antidisturbios y furgones de policía en la zona forman ya parte del paisaje local.
Los bosques que rodean las carreteras están repletos de pequeños campamentos improvisados que cada 48 horas son desmantelados.
El de Grande-Synthe, repleto de niños, lleva varias semanas en pie y, según cuenta un refugiado, la policía no les molesta porque «hace mucho frío».
«Los refugiados están como nosotros, no tienen respuestas claras, pero sabemos que el ‘brexit’ puede ser utilizado como argumento por los traficantes para darles la impresión de que tienen que salir antes de territorio continental porque después todo será más complicado», dice Hugo Diehl, voluntario de Human Rights Observers.
El control fronterizo de personas, regulado por un acuerdo bilateral entre Francia y el Reino Unido, no variará con la salida de la UE. Pero si los cambios en las aduanas implican un mayor control de las mercancías eso podría implicar ahora más tráfico y con ello más intentos de subir a bordo de los camiones, advierte.
Aunque los intentos de pasar por el eurotúnel o el ferry siguen siendo mayoritarios, muchos grupos de refugiados, especialmente los iraníes, intentan ahora atravesar el Canal de la Mancha en pequeñas embarcaciones que no suelen aguantar la fuerza de las corrientes.
Los vecinos de Calais, el punto más cercano entre Gran Bretaña y Europa continental, se mueven entre la compasión y la frustración de convivir desde hace años con la miseria de los demandantes de asilo. Para ellos, también el «brexit» podría traer soluciones.
«Cuando se ponga en marcha no debería correspondernos a nosotros controlarlos (a los migrantes). No vamos a hacer el trabajo de los ingleses», dice un policía de Calais, que pide guardar el anonimato.
Este agente señala que conocer ahora la cifra de migrantes y demandantes de asilo, tras el cierre de la Jungla, es más difícil porque se han desperdigado pero estima que hay varias miles de personas por la zona y de manera casi continuada desde 2016.
Una situación que a muchos vecinos de Calais les causa más preocupación y tristeza de las que levanta el «brexit».
«Antes, cuando iba de vacaciones me decían: ‘¡Calais, la ciudad del Eurotúnel!’. Ahora me dicen: ‘¡Oh, la ciudad de los inmigrantes!», dice el policía.