Madrid.– Idolatrado y denostado, carismático y desmesurado, elegante y ‘freak’, Enrique Bunbury es un verdadero animal de escenario que ha vivido momentos de ascensión y caída y que a los 54 años se ve obligado a iniciar otra nueva vida en la que no dará conciertos por sus problemas de garganta, aunque seguirá dedicado a la música, a la pintura y a la poesía.
Nacido en Zaragoza (noreste de España) en 1967 con el nombre de Enrique Ortiz de Landázuri Izardui, tomó el apellido artístico de «Bunbury», un personaje de la obra de Oscar Wilde «La importancia de llamarse Ernesto», imaginado por un protagonista de la obra teatral para encontrar excusas y librarse de planes no apetecidos y poder llevar una vida más libertina.
Una ficción dentro de una ficción que tomó como referente cuando se sumergió en la adolescencia en la música y empezó a tocar con trece años la guitarra en un grupo escolar, al tiempo que pasaba de ser un buen alumno a acabar expulsado de varios colegios.
De familia acomodada, participó en varios grupos hasta que en 1984 germinó Héroes del Silencio, que desde su primer disco, «El mar no cesa», se convirtió en uno de los más exitosos del panorama musical. Con el siguiente, «Senderos de traición» (1990), la fama de la banda de pop-rock formada en Zaragoza se extendió por varios países europeos y latinoamericanos, especialmente en Alemania, donde explotó.
«He actuado delante de 25 personas y de 250.000», rememora Bunbury en el comunicado con el que hoy ha anunciado que sus últimos conciertos serán los ya programados en septiembre en distintas ciudades españolas.
Desde sus primeros directos llamó la atención la manera de actuar de este cantante, excesivo, abrumador, gesticulador y a ratos casi en trance, bailando sin parar acompañado de una voz grave y singular sobre unos escenarios que domina desde que empezó a frecuentarlos de manera profesional hace 35 años.
Esta versión suya tan histriónica, y que le ha valido comparaciones con cantantes como Jim Morrison, Raphael o David Bowie, ha despertado pasiones y también algunos odios: «Industria y público me ven como un ‘freak’», remarcaba en 2005, ya cuando tenía una carrera en solitario, tras la disolución en 1996 de los Héroes.
El grupo vendió más de 6 millones de discos en todo el mundo y a veces se han considerado injustamente encasillados y poco apreciados por la crítica en España, como se muestra en el documental de 2021 «Héroes: Silencio y rock & roll», de Alexis Morante.
En él se relata cómo Bunbury convocó por sorpresa tras un concierto en Tijuana (México) al resto de los miembros -Juan Valdivia, Pedro Andreu y Joaquín Cardiel-, para informarles de que el grupo de disolvía, un final traumático para el grupo de rock al que no fueron ajenos los problemas con las drogas. Volvieron a juntarse para una gira en 2007 antes de disolverse de nuevo para siempre.
A partir de ahí, el cantante empieza a explorar sonidos tan diversos como los latinos, la electrónica, los ritmos africanos, mediterráneos o hasta los balcánicos en discos como «El pequeño» (1999), «Flamingos» (2002) o «El viaje a ninguna parte» de (2004).
Creó un universo circense con El Huracán Ambulante con un grupo de amigos formado por Nacho Vegas, Carlos Ann, Iván Ferreiro, Adriá Puntí y Mercedes Ferrer, una muestra de su querencia por las colaboraciones a lo largo de su carrera, con artistas como Atercipelados, Skizoo, Jaime Urrutia, Amaral, Loquillo y Andrés Calamaro, Love of Lesbian, Mikel Erentxun o Amaral.
Con sus composiciones Bunbury ha querido también establecer «un puente entre la música latinoamericana y el rock, procurando que la balanza no esté inclinada hacia la visión más folclórica o a los clichés», según sus propias palabras. En 2009 se convirtió en el artista español, en solitario, que más público reunió en México, al cantar ante 90.000 espectadores en el legendario Estadio Azteca.
NACIMIENTO DE SU HIJA
El cantante ha vivido momentos cruciales, como fue el nacimiento de su hija Asia en 2011: «A todos nos cambia la vida tener descendencia. A mí particularmente me ha dado una visión un poco más revolucionaria, más ganas de buscar fórmulas para cambiar este mundo que evidentemente no funciona», explicaba, y resumía sus demonios en «la industria farmacéutica, la armamentística, la industria de las semillas, de la alimentación» y quien se lo permite.
Otra situación que supuso «un antes y un después» fue la gira de su disco «Las consecuencias» (2010) por EE.UU., «un cuestionamiento de la vocación» ante audiencias muy pequeñas, en lugares muy poco habituales dentro del circuito latino y que fueron «una bofetada al ego personal».
«Después de aquello, volví a aceptar que esta carrera es la que amo con todas sus consecuencias. No hay una meta, no busco ser el número uno, sino permanecer en el camino», aseguraba después.
Influenciado por la visión del arte y de la vida de David Lynch -que además de ser conocido como cineasta es practicante e impulsor de la meditación trascendental- Bunbury vive retirado en su residencia californiana del mundanal ruido y de sus tentaciones, por lo que, como él mismo cuenta, no ha notado mucho los efectos de los semiconfinamientos recomendados en EE.UU por el covid.
Interesado desde muy joven en la filosofía y la lectura, dice que ahora que se retira de los escenarios, pero no de la creación: «Se abre ante mí un sinfín de posibilidades, en las que lo creativo, es decir, componer canciones, grabar discos, pintar y escribir libros de poesía forman parte de mis objetivos. Tengo la edad para hacer este cambio importante en mi vida».