Tegucigalpa – El maestro, director de orquesta, músico y cantante hondureño, Jorge Gustavo Mejía Medina, abrió su historia a Proceso Digital y en el tiempo, ritmo y compás, articuló lo que ha sido su vida con retazos de alegría, sacrificios, distinciones y presentaciones sin soltar la batuta.

– “El arte es como la sangre de un país, si no hay sangre que corre por esas venas no hay vida, no se alimenta uno de dinero, uno se alimenta de lo que le da vida al cuerpo, eso es las emociones, las pasiones, lo que le da identidad y aquí no se ha entendido porque lastimosamente los políticos no lo quieren entender”, descifró.

– De no haber sido clásico, hubiera sido roquero “porque se puede llegar al público con una intensidad diferente”, dijo.

– “Hay que darle vida a la vida y eso solo lo puede hacer el arte”, expresó.

Desde pequeño mostró pasión por la música.

Por poco más de una hora, el genio de la música hizo movimientos hacia arriba, abajo, izquierda y derecha, pero con una sincronía casi perfecta que derivó en una estupenda narración sobre su vida y obra, esa misma que pocos conocen y que debe ser apreciada en la tierra que le vio nacer.

El maestro de música nació el 22 febrero de 1961 en La Ceiba, pero se llena de tener raíces de Valle de Ángeles, de donde es oriundo su padre; y de Danlí, el terruño de su madre.

Como música para sus oídos se le viene el recuerdo de su padre, Jorge Enrique Mejía Ortega, un empresario y administrador de empresas, así como su madre, Flora Isabel Medina, una trabajadora social, escritora, pintora y maestra. Ella expiró hace dos años. Ambos influyeron en su dilatada carrera.

Jorge Gustavo es uno de los nueve hermanos que se formaron en la familia Mejía-Medina, dos de ellos sin lazos de consanguinidad.

Tiene dos hijos: Maya Nicté (12), que vive con él; y Vincent (38) que radica en Canadá y que recientemente conoció mediante una historia extraña que prefirió no detallar públicamente.

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