Tegucigalpa – Las figuras de las mujeres son preponderantes en todos los espacios vitales de Tegucigalpa, la capital del país, donde cada día lidian con los desafíos cotidianos para llevar el pan a sus hogares, transformar o construir su futuro y el de sus familias. La resiliencia ante las adversidades es poderosa y les potencia como constructoras inigualables.

– Este 25 de enero se celebra el día de la mujer hondureña, una fecha que no dará tregua a las que deben hacer frente a sus labores para llevar el pan a sus hijos.

– Las mujeres son víctimas visibles de la corrupción, marcadas por la exclusión.

Son las principales víctimas de la corrupción porque están marcadas por los más bajos indicadores de pobreza y exclusión, pese a ello, están de pie y luchan sin tregua.

Basta con transitar por calles y avenidas de la capital, para darse cuenta la innumerable cantidad de niños, jóvenes, mujeres y adultos mayores, que caminan con sus productos en manos, para comercializarlos en puntos estratégicos, como semáforos, estaciones de buses y taxis, entre otros. Son las imágenes de la pobreza.

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Según el INE 4 millones 735 mil 943 conforman la población femenina de Honduras.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), Honduras tiene una población de 9 millones 928 mil 969, de los que 4 millones 493 mil 026 son varones y 4 millones 735 mil 943 son mujeres lo que indica que existen en el país 242 mil 917 mujeres más que los hombres.

En ese contexto las mujeres son las guerreras de la vida con sus luchas en diferentes campos. Las hay que han puesto el nombre de Honduras en estándares de primer nivel, las que lograron convertirse en agentes que trascendieron fronteras y que llenaron de orgullo a todo un pueblo.

Pero sin duda en el país existen mujeres donde su más sagrado logro, es la lucha diaria, ellas son pilares sólidos que cargan entre sus responsabilidades familiares la conquista de lo necesario para enfrentar los retos de cada día.

Pero al caminar por las calles de Tegucigalpa y Comayagüela, las heroínas que por ellas transitan son incontables. En el país un 32% de los 2,060,511 hogares, son conducidos por mujeres, de acuerdo con datos del INE.

La lucha de Katherine

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Katherine, sale cada día a vender productos de acuerdo a la temporada.

Más allá de los datos estadísticos y cercana al semáforo ubicado en bulebar Morazán, se aposta Katherine Gómez, una capitalina que es madre soltera (29), vende abarrotes y productos de temporada entre centenares de vehículos en una lucha contra reloj. Su formación educativa parece escasa pero su intuición y conocimiento de la realidad le hacen una sobreviviente con ventaja.

En el país las mujeres tienen un promedio de 7.9 años de estudio. En el nivel urbano alcanzan 9.0 y en Distrito Central, es donde alcanza su nivel más alto, con 10.1, debido a la mayor accesibilidad a centros de enseñanza. En el área rural la brecha es profunda y en ella la mujer tiene 6.6 de años de promedio educativo.

Frente a ese escenario, la joven Katherine discurre con unas 10 pequeñas toallas colgadas de su muñeca izquierda, al mismo tiempo sostiene, varios cuantos almanaques, mientras en su otra mano carga con sumo cuidado tres agendas, camina rápidamente entre en medio de decenas de carros para mostrarles su escasa oferta con la que pretende conseguir una pequeña ganancia para lograr el sustento familiar.

En esa realidad Katherine está allí, apostada en las calles para luchar cada día. Ella viste camisa manga larga, un pañuelo en su cuello, como si se tratara de una bufanda y una gorra; para protegerse del sol o bien de las frías temperaturas que golpean en este mes de enero a la capital Tegucigalpa.

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Tiene al menos 60 segundos para poder ofrecer sus productos a los conductores y pasajeros los automóviles que hacen una pequeña parada, obligados por el semáforo. Al igual que ella, niños, jóvenes y más mujeres se suman a la gama de ofertantes.

“Señora disculpe, me permite un momento”, le consultó el enviado de Proceso Digital a Katherine, quien respondió: ¿Qué desea?, tras su reacción se le propuso la entrevista y ella aceptó, pero bajo la condición que fuera rápido, porque estaba trabajando, asume que “es la hora buena para los que vendemos aquí y se acerca el fin de la jornada”.

“Permítame”, dice y se desplaza unos cuantos metros hacia otro sector del Bulevar Morazán desde donde un vehículo, baja el vidrio y le pita, ella muestra las agendas y comienza una conversación con el conductor, pero no logró vender, entonces retorna y dice: “disculpe, así es este trabajo, no tenemos tiempo que perder”. Luego de esa interrupción se mostró lista para continuar con la conversación.

Katherine es parte del 43,8% de participación de las mujeres en el mercado laboral hondureño, que se concentra en el área urbana con un 48.8% y 37.1% en el sector rural de acuerdo con el INE.

Una viudez prematura

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Como Katherine, muchas mujeres se ganan la vida vendiendo en las calles.

La vida no ha sido fácil para esta joven mujer que, de acuerdo con su relato, en 2014, cuando tenía cuatro años de relación con su pareja, perdió a su compañero, quien no pudo sobrevivir a la férrea lucha contra el cáncer en los pulmones, “desde entonces mi vida tomó un nuevo rumbo, porque me tocó enfrentarme sola a la vida”, contó.

Recordó que, en el momento de quedar viuda, su único hijo, “apenas tenía 2 años y pues me tocaba ingeniármelas para que no le hiciera falta nada y no es que lo tiene todo, pero sí lo necesario”, detalló y luego agrega: que siempre soñó con tener su casa propia, un sueño incumplido ante la urgencia de conseguir al menos el pan para su pequeño hijo y su madre Yamileth Henriquez.

De sol a sol

Su jornada comienza a las 8:00 de la mañana y concluye cuando al ocaso del día, a eso de 6:00 de la tarde. Su meta es vender todos los productos que adquiere en los mercados de Comayagüela. El comercio, las actividades de manufactura, el alojamiento, son las principales actividades que ocupan a la población femenina. También destacan las que se ocupan en agroindustrias artesanales y caseras, las hay tortilleras, reposteras, artesanas, tejedoras, bisuteras, panaderas, entre un sinfín de actividades.

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Miriam Roxana Lagos (25) trabaja como orientadora ial en la AMDC hace tres años.

Cada día Katherine se propone vender de 500 a 600 lempiras, para poder al menos conseguir una ganancia entre 250 a 350 lempiras, con los que tiene que ajustar 2 mil 500 lempiras, para pagar el alquiler de la casa donde vive con su hijo y madre. Además de los gastos de agua, luz, educación y alimentación.

Y es que cuando el semáforo hace la transición del color amarillo al rojo, Katherine, está atenta a esa señal, para salir rápidamente, como si se tratara de una competencia, para mostrar a la mayor cantidad de conductores, sus franelas, libros y agendas, detrás de ella, más personas (jóvenes y niños) limpian vidrios, ofrecen otros productos distintos a los que ella vende.

“Aquí vendemos de acuerdo con la temporada, como es enero entonces se venden mucho las agendas, pero ya vamos a febrero, donde cambiamos las ofertas, porque se venden más los productos que tienen que ver con el Día del Amor y Amistad (14 de febrero), en marzo por ejemplo vendemos pelotas, extinguidores, agua para beber, todo depende de la temporada”, explicó.

Entre la mayoría de los vendedores, así se juega la vida esta valiente mujer, que, pese a los golpes, cree que “vender en las calles es un trabajo digno, porque no se le hace daño a nadie, aquí solo apelamos a la buena voluntad de las personas, pues con algo que nos compren, contribuyen bastante con nosotros”.

El sueño que le mantiene la esperanza

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Cinco años tiene de vender en las calles desde donde sueña con darle una vida digna a su hijo, de manera que pueda salir adelante, – “quiero que él estudie y que tenga la oportunidad que yo no tuve, y aunque la situación cada día está más difícil, yo seguiré ganándome la vida por él”, afirmó cargada de orgullo.

Su trabajo está sujeto a muchos riesgos en la calle, es un espacio para quienes no tienen oportunidad, “pero si tenemos salud todos podemos hacer algo, no importa lo que sea, pero que sea de manera honrada, no me da pena mi trabajo, me gusta lo que hago”, concluyó, mientras se prepara para retornar a los automóviles que hacen la pausa obligada en el semáforo.

Los vehículos se detienen, pero la vida de Katherine no, ella sigue su lucha intensa y sin tregua, el país no le ha brindado oportunidades, pero su carácter y su amor le han hecho resiliente ante la adversidad.