El párroco Juan Carlos Martínez.

Tegucigalpa – El párroco de la Iglesia Catedral Metropolitana San Miguel Arcángel de Tegucigalpa, Juan Carlos Martínez, tildó en la homilía dominical de “defecto” el hecho de querer cambiar la sociedad sin cambiar uno mismo y especificó que esta es la ley de algunos políticos y de jerarcas religiosos.

“Quizás sea este uno de los defectos más graves de nuestra sociedad”, cuestionó el religioso durante el sermón dominical.

Acto seguido, enfatizó que “todos queremos” cambiar muchas cosas en la actual sociedad pero sin, primero, cambiar a su mismo.

“Queremos cambiar las cosas, lograr una sociedad más humana, transformar la historia y hacerla mejor, pero no queremos cambiarnos a nosotros mismos”, acentuó.

Agregó que, esta actitud se ve reflejada en determinados aspectos de la vida social, religiosa y política del país.

“Es la ley de algunos políticos, jerarca religiosos y es la ley del sistema vigente en nuestra sociedad ¿y por qué no decirlo?, puede ser nuestra ley también”, apostilló.

No obstante, precisó que Dios “nos ama” tal como somos, con riquezas, limites, fragilidades y pecados.

En ese sentido, instó a orar de forma sincera y humilde diciendo “Señor ten compasión de nosotros”.

“Hoy podríamos dejar brotar en nuestro corazón una oración humilde y decirle a Dios, Señor tu hijo resucitado es la luz de nuestra vida… ten compasión de nosotros”, concluyó.

A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomado del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres:
ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».