Madrid – La escritora chilena Isabel Allende considera trágica y dramática la crisis humanitaria de refugiados que hay en la frontera entre México y Estados Unidos, a la que los gobiernos, dice, no ponen fin, y por ello pidió «humanizar» el proceso, un asunto al que dedica su última novela, «El viento conoce mi nombre».
«Es muy difícil explicar hasta qué punto es trágico» lo que ocurre con los refugiados en esa frontera, con zonas controladas por narcotraficantes y pandilleros, sin agua y sin letrinas, donde «las muchachas piden pañales porque no pueden salir a hacer pipí porque las violan o las matan», aseguró en una rueda de prensa telemática con medios internacionales la escritora viva en español más leída y traducida.
Es algo que sigue sucediendo hoy «y los gobiernos lo saben y no le han puesto final», recalcó la autora, quien considera que hay que permitir que la gente que quiera ir a Estados Unidos a trabajar lo pueda hacer, ya que el país lo necesita.
«Nadie norteamericano hace el trabajo que hacen los inmigrantes por ese dinero, nadie», y podrían tener un permiso para entrar, trabajar y volver a salir, afirma Allende, que tiene su residencia en California (EEUU).
Además, no habría refugiados si no fuera por la situación de extrema violencia o pobreza que viven en sus lugares de origen, señaló Allende, y subrayó: «No se va a resolver ese problema global si no damos una acción global, que no es separando a la gente con una muralla».
Su última novela mezcla las historias de Samuel Adler, un niño judío austriaco refugiado que nunca más volverá a ver a su familia, y de Anita Díaz, que, 80 años después, huye con su madre de El Salvador, pero su llegada a la frontera mexicana con EEUU coincide con una nueva política gubernamental que las separa y la niña se queda sola.
Lo ocurrido en 2018 por la política del expresidente estadouniodense Donald Trump, con miles de niños que fueron apartados de sus padres, y de los que mil aún no han sido reunificados, fue el germen de esta novela, así como la labor que desarrolla la fundación que Isabel Allende creó en 1996 para apoyar a organizaciones y personas que trabajan en la frontera de Estados Unidos con México.
«Las historias que acabo escribiendo son como semillas que tengo en el vientre, que crecen, me ahogan y entonces sé que es el tiempo» de escribirlas, explicó.
Isabel Allende, nacida en Perú en 1942, criada en Chile y que vive como inmigrante en California desde 1987, cree que las cosas se podrán solucionar cuando termine el patriarcado y sea reemplazado por un sistema «más humano».
Y aunque asegura que ha visto muchos cambios positivos para el feminismo, dice que hay «retrocesos tremendos», como ocurrió en Afganistán con los talibanes o como pasó en EEUU con la suspensión del derecho al aborto.
Cree que «la amenaza de la tercera guerra mundial es real, y la del machismo y el autoritarismo y la vuelta a la derecha extrema, también»; «estamos muy polarizados, hay mucho racismo, pero hay más democracia y tenemos más herramientas para progresar de las que teníamos cuando yo nací», consideró.
La escritora defendió también la libertad de expresión y aseguró que si se escribiera ahora su primera novela, «La casa de los espíritus» (1982), «habría que quitarle la mitad, porque es políticamente incorrecto».
«Vivo en Estados Unidos, donde casi todo es ofensivo» y hay que ir «pisando huevos», recalcó Allende, que aunque entiende las denuncias feministas contra Pablo Neruda, considera que no se puede renunciar a la obra del poeta chileno y Premio Nobel de Literatura.
También dijo que con la censura en la literatura hay un intento de tratar de ignorar movimientos por los derechos civiles: «Al ir censurando los libros vamos censurando la realidad y la historia de un país».