Varios inmigrantes decansan junto a la carretera en Calais, Francia. EFE/Etienne Laurent/Archivo

Calais/París (Francia) – La Jungla ya no está, pero Calais sigue maldita. Los inmigrantes son la munición predilecta de los ultras franceses y las próximas elecciones municipales volverán a poner a prueba la atracción de su discurso xenófobo en Francia.

Conocida tradicionalmente por ser un paso fronterizo con Reino Unido, la crisis migratoria de 2015 -cuando miles de migrantes se hacinaban en la llamada «Jungla de Calais»- se percibe ahora en esta localidad francesa como una maldición que transformó la imagen pública del lugar: «Ahora todos nos conocen por ser la ciudad de los inmigrantes», lamenta un vecino.

El Café du Mink, frente al puerto, es un monumento más de la ciudad. En su interior, abigarrado de reliquias anónimas, como gorras de pescadores, redes, postales roídas por el paso del tiempo e incluso un sujetador, se reúnen a primera hora los pescadores.

A media tarde, una clientela fiel recibe con un apretón de manos a cualquier recién llegado, pero la conversación se complica cuando el tema de debate es la inmigración. Los interlocutores retiran la sonrisa.

«¿Qué vamos a decir? Llevamos con esto desde 2002, con la guerra de Irak, y solo ha ido a peor. Claro que nos da pena ver escenas de miseria en nuestras calles, pero no podemos hacer nada», dice un cliente desde el anonimato.

Para él, la gestión de la alcaldesa conservadora, Natacha Bouchart, en el poder desde 2008, ha sido correcta. Lo suficiente para volver a ser elegida este domingo en la primera vuelta de las municipales con una lista respaldada por el partido macronista La República en Marcha (LREM), que ha visto en ella la única posibilidad de obtener un buen resultado en los comicios.

El antiguo Frente Nacional, actual Agrupación Nacional (AN), no da por perdida la partida, aunque los sondeos sitúan a Bouchart en cabeza (56 % de la intención de voto), seguida de una alianza de los partidos de izquierda, que a su vez denuncian el abandono de los migrantes, y en tercera posición, los ultras de la AN.

UNA APUESTA FAMILIAR

Su líder, Marine Le Pen, ha elegido esta ciudad para poner fin a sus actos de campaña y no es casualidad: la presidenta del partido ultraderechista obtuvo en 2017 en Calais el 57,42 % de los votos en la segunda vuelta de las presidenciales frente a Macron y su candidato a las europeas registró un 41,54 % de apoyos el año pasado.

Ahora, su apuesta en Calais es un joven bretón de 30 años que aterrizó allí el pasado verano tras trabajar en la Legión Extranjera del Ejército francés durante una década.

Enchaquetado, alto y sonriente, Marc De Fleurian ha sido respaldado desde finales de febrero por Marie Caroline, hermana de Le Pen, que ha entrado junto a su marido, el eurodiputado Philippe Olivier, en las listas municipales. Ella lo acompaña en la mayoría de actos, mientras Marine aparece junto a él en todos los carteles de la ciudad.

«El simple hecho de que el Ayuntamiento pase a manos de AN será disuasivo. Si los vecinos de Calais nos llevan al poder, pondremos en marcha una política ‘cero migrantes’ con la aplicación de un toque de queda en las zonas frecuentadas por ellos y un refuerzo de la policía municipal», defiende De Fleurian.

El empleo y la inmigración son sus más urgentes combates y, aunque reconoce en declaraciones a Efe que la gestión de la migración es un asunto estatal, asegura que pondrá al Estado frente a sus responsabilidades y luchará contra las asociaciones humanitarias que reparten comida (como también ha hecho Bouchart).

«Los migrantes arrancan los carteles de Marine Le Pen porque saben que no serán bienvenidos en esta ciudad. Haré lo que sea necesario para incitarlos a abandonarla», dice el candidato, confiado en recuperar el apoyo popular que recibió su partido en anteriores elecciones.

POLITIZAR LA INMIGRACIÓN

De Fleurian y Le Pen pretenden utilizar la carta de la inmigración como baza electoral, un asunto que ha impregnado de lleno la política francesa.

Se trata de un arma transversal, todos los partidos recurren a ella de una forma u otra en beneficio propio, sobre todo cuando se acerca el período electoral.

En París, la alcaldesa Anne Hidalgo ha acusado al presidente, Emmanuel Macron, de haberla dejado sola en la gestión de la crisis e incluso de haber convertido el asunto en una baza política contra ella, según denuncia en una entrevista con Efe.

«Ha sido un asunto muy difícil en este mandato, pero es una competencia de Estado. Han intentado municipalizar un tema nacional y europeo. En 2017, cuando gana las elecciones, Macron viene a verme y me dice que mi trabajo con los refugiados había estado muy bien y que me va a ayudar. Y al final no lo hizo. Endureció su política», critica Hidalgo.

Desde 2015, en París han sido desalojados más de 60 campamentos improvisados en los que vivían entre 500 y 2.000 migrantes y demandantes de asilo.

Las asociaciones humanitarias que han socorrido a estas personas reconocen los límites de la política municipal. «No es responsabilidad de la ciudad de París poner a salvo a todos los que están en la calle. Con Hidalgo hubo voluntad de hacerlo, pero se vio confrontada por una política migratoria decidida por el Ministerio del Interior y la Prefectura, que le impiden hacer más», opina Corinne Torre, jefa de misión en Francia de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Para Torre, la presión en París hace que cada vez más migrantes pongan rumbo a Calais y otras ciudades cercanas a la costa (en las que también AN despliega sus fuerzas) para intentar cruzar el canal de La Mancha e ir a Gran Bretaña.

A día de hoy, y tras el desalojo de los últimos campamentos en febrero, los migrantes en la capital se han replegado a poblaciones adyacentes, como Aubervilliers, donde unas 400 personas viven en tiendas de campañas en un antiguo vertedero, la mayoría subsaharianos en espera de que se resuelvan sus demandas de asilo.

Allí reciben atención de organizaciones como Médicos del Mundo, que tres días a la semana acude con una consulta móvil para ocuparse de su salud.

Alí, somalí, sale de la furgoneta con una caja de pastillas que el médico le ha dado para sanar sus problemas de estómago.

«Pero ten más cuidado con el alcohol», le grita desde el interior el doctor que le ha atendido.

Lleva más de un año en Francia a la espera de que se resuelva su petición de asilo y ha pasado por varios campos de inmigrantes en la capital. Se muestra esquivo a señalar cómo llegó desde África a Italia, antes de cruzar la frontera francesa.

Los inmigrantes han encontrado en Aubervilliers un lugar tranquilo donde parecen pasar más desapercibidos. La zona en la que han instalado sus tiendas está junto a una cantera, un canal de agua y un enorme polígono industrial enteramente dedicado a la venta de textil y plagado de comercios regentados por la comunidad china. Solo un edificio de nueva construcción está situado junto al campamento y apenas tiene actividad.

«NO QUERÍA A ESTE PRESIDENTE»

Bruno, pensionista de 77 años, arrastra su carro de la compra por la zona. «Yo vivo en la plaza del Ayuntamiento (de Aubervilliers), pero los inmigrantes no molestan. De todas formas ¿a dónde van a ir? Lo que da pena son las condiciones en las que están», asegura.

Hijo de un inmigrante italiano que llegó con 17 años a Francia huyendo del fascismo, Bruno culpa al Gobierno de su situación.

«Solo se ocupan de los ricos y no les importa que esté creciendo la pobreza. Son unos traidores. En las presidenciales yo voté a Marine Le Pen, y no porque tenga simpatía por el fascismo, que hizo huir a mi padre. Pero no quería a este presidente», asegura.

Mucho ha cambiado la escena política francesa desde las últimas municipales de 2014, en las que la victoria mayoritaria de la derecha relegó al Partido Socialista a un segundo puesto.

La eclosión del partido de Macron en 2017 debilitó tanto a esas agrupaciones que no han logrado retomar el vuelo tres años después. Ahora, será el presidente quien ponga a prueba la implantación de su formación en el resto del territorio.