Cúcuta (Colombia) – Con los puentes fronterizos cerrados desde el pasado 23 de febrero, las trochas que atraviesan el río Táchira son la única conexión entre la ciudad colombiana de Cúcuta y Venezuela, y por esos pasos improvisados cruzan a diario miles de personas que necesitan ir de un país al otro.
Hasta hace menos de dos semanas el puente internacional Simón Bolívar, el principal entre ambos países, era un hervidero de gente que llegaba a Cúcuta desde la venezolana San Antonio del Táchira con el fin de abastecerse de productos de primera necesidad, trabajar, recibir tratamiento médico o estudiar, pero esa posibilidad está de momento bloqueada.
El 23 de febrero, en medio del fallido intento de enviar de Colombia a Venezuela toneladas de ayuda humanitaria, el gobernante de ese país, Nicolás Maduro, anunció la ruptura de relaciones y el cierre de los pasos limítrofes con el departamento de Norte de Santander, lo que afecta a miles de personas que ven en Cúcuta un oasis en el desierto de su escasez.
Es por eso que la desesperación lleva a muchos a aventurarse a través de la maleza que rodea las trochas -pasos ilegales que normalmente utilizan los grupos criminales dedicados al contrabando y el narcotráfico-, para traspasar el bajo caudal del río Táchira, que divide a ambas naciones, y tratar de seguir con su vida normal mientras se reabre la frontera.
Estrechos caminos de piedra sobre el lecho del río hacen las veces de puentes para multitudes que bajo un sol implacable cruzan presurosos el Táchira, de apenas unos 30 centímetros de profundidad en este punto, llevando a cuestas maletas, costales y bolsas repletas de productos que no consiguen en Venezuela.
Entre el gentío hay numerosos niños que con su uniforme escolar pasan el río cada mañana sobre improvisadas balsas construidas con pedazos de madera y bidones de plástico para ir a Cúcuta a estudiar, y por la tarde hacen el camino de vuelta a casa.
«He estado todo el día ayudando a pasar a los estudiantes, a las madres, a las embarazadas, sin cobrarles nada, a veces nos traen comida o nos dan algo (de dinero)», explica a Efe un hombre que se presenta solo como Larry, ya que por miedo a la delincuencia que hace de «autoridad» en las trochas, muchos prefieren no dar detalles de su identidad.
Oriundo del estado venezolano de Miranda (norte), Larry rechaza las restricciones que la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) le pone a sus compatriotas para venir a Colombia.
«Los guardias en el puente no dejan que la gente pase, pero alguna vez se va a presentar que un familiar de uno de ellos tenga que pasar, y también lo vamos a ayudar», asegura.
Luis López, quien llegó a Cúcuta desde Carache, en el estado de Trujillo (oeste), es una de esas personas que no pudo esperar a que la GNB le permitiera el paso, ya que necesita comprar un medicamento para un familiar que sufre de cáncer.
«Tratamos de pasar por el puente pero no se puede. Entonces tocó pasar por la trocha para buscar la medicina para mi suegra. Planeamos comprarla y devolvernos», explicó a Efe este hombre de 54 años.
Así como algunos vienen a Colombia y regresan a Venezuela con víveres a cuestas, otros llegan cargados de decepción, como es el caso de Geraldine Morales, una venezolana que vivía en la ciudad colombiana de Medellín donde se ganaba la vida como manicurista y se vio obligada a regresar a su país porque no tiene quien le cuide a su hijo pequeño.
«El simple hecho de pensar en regresar le cambia a uno la mentalidad que tenía: pasar todas estas calamidades, tener que cruzar así, ni siquiera se puede cruzar por el puente, es totalmente triste y deprimente», dijo Morales a Efe.
Como todos los que transitan por estas trochas, esta mujer de 31 años espera que la situación mejore y que los guardias permitan el paso a sus compatriotas.
No muy lejos de allí, y sobre el mismo río Táchira, se levanta el puente Francisco de Paula Santander, que une a Cúcuta con Ureña (Venezuela) y también es testigo del drama de quienes se arriesgan por el inhóspito terreno de las trochas.
En la orilla colombiana, por uno de los tantos senderos que se abren entre la maleza, un grupo de voluntarios venezolanos decidió ayudar a quienes necesitan cruzar ya que hay incluso personas que caminan con muletas o están en silla de ruedas.
«Por el momento el paso de nosotros va a ser este, para venir a hacer mercado, para cualquier diligencia, para los enfermos, para todo», dijo Yorlei Carrillo, que desde muy temprano se mete por las trochas con sus hijos de 8 y 14 años de edad para llevarlos a la escuela en Cúcuta.
Con la resignación dibujada en el rostro al ver que los puentes seguirán cerrados, Carrillo afirma: «Dicen que las trochas son peligrosas, pero por el momento para nosotros han sido de gran ayuda y gran alivio».
A sus 33 años, y con la respiración agitada después de cruzar el río por enésima vez, la mujer añade que no siente miedo y concluye que las trochas son, «como dicen, el paso amigo de todos».