Tegucigalpa (Especial Proceso Digital /Joel Perdomo) – “Ya tengo unos 35 años de venir a Tegucigalpa a vender las palmas para los ramos, esto -actividad-, es una tradición familiar, de generación en generación, pero, mire cómo son las cosas, antes yo traía a mis hijos porque estaban muy pequeños y ahora son ellos los que nos traen a nosotros”, comentó doña Lidia Irías, una eterna vendedora de ramos en el atrio de la catedral en el centro histórico de la capital hondureña.
– La venta de ramos, una tradición familiar que, aún golpeada por la pandemia, retornó al atrio de la Catedral de San Miguel, en una mezcla de fe y la urgencia de suplir las necesidades económicas ingentes.
Y es que este 29 de marzo, Domingo de Ramos, la feligresía católica conmemora la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén; este día una enorme multitud de creyentes recibe al Mesías, al Hijo de Dios y con ello se inicia la Semana Santa, en la que los cristianos recuerdan la Pasión de Jesús.
“Bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna, aleluya”, son algunas de los frases que entre júbilo y algarabía proclaman los devotos católicos, luego de que el sacerdote bendice los ramos en la santa eucaristía de ese día, misma que deberá desarrollarse bajo medidas de bioseguridad debido a la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, convertido en azote para Honduras y el mundo entero.
Esta semana en Honduras, no habrá procesiones ni multitudinarias eucaristías, la liturgia será diferente han acordado los jerarcas católicos que saben a conciencia la grave tragedia que enfrenta el país ante los crecientes casos de coronavirus que ya suman 186 mil 337 contagios y 4 mil 536 muertes, según datos oficiales además de la frágil atención sanitaria.
La tradición se rompió bruscamente el 2020, ante el pánico colectivo y el confinamiento generado por la presencia de los primeros casos de coronavirus en Honduras, un país marcado desde entonces por un acentuado desempleo, la precariedad económica y la corrupción pública.
Una familia y su trabajo en equipo
Cada año los campesinos y pobladores de los municipios de descendencia tolupán de Curaren, Alubarén, Reitoca, y San Miguelito y algunas comunidades del sur del país, así como de las aldeas y caseríos del Distrito Central como La Tigra, Las Matas, Limones, Los Jutes La Cantadora, entre otras, bajan con sus flores de coyol, y sus palmeras, para traer los ramos con son parte centenaria de la tradición religiosa de la época.
Van con el olor de la foresta verde y dulzón de generación en generación, esparcen el fervor y, además, suman a sus endebles economías, unos lempiras, que les ayudan en la época.
Y como desde hace tres décadas, doña Lidia de 76 años, llegó desde el viernes con sus ramos. Ella se hace acompañar por dos de sus hijos, Walter (38) y Mario López (31), quienes cargan entre sus brazos varios sacos con palmas de donde elaborarán al menos un millar de manojos para celebrar el Domingo de Ramos.
Walter y Mario, caminan despacio, en dirección a la Catedral San Miguel Arcángel, ubicada justamente en centro de Tegucigalpa, caminan al ritmo que les marca su madre, ella con su avanzada edad va lenta, pero acompaña a sus hijos en una nueva jornada en la capital de Honduras.
Ellos, dejan los sacos en un lugar afuera del templo, mientras su madre, lánguidamente busca un lugar para sentarse, su objetivo es cuidar; no ha terminado de instalarse, cuando sus dinámicos hijos ya han regresado con más costales con ramos, a todo esto, un viejo amigo taxista, le espera frente al edificio Midence Soto, donde funciona un referente centro comercial de la ciudad.
Un sacrificado pero tradicional viaje
Todo ocurre, mientras centenares de personas caminan por la plaza central, donde otros vendedores también aprovechan para ofrecer los productos de la temporada, al fondo se escuchan voces que ofrecen: agua, mascarillas, paraguas, gel anti-bacterial, comidas, entre otros objetos; doña Lidia no pierde tiempo, ya atiende clientes interesados en comprar ramos.
Así empieza la extensa faena que le espera a la familia Irías López, quienes han tenido que emprender un largo viaje para poder llegar muy temprano a la ciudad y comenzar con energía la venta de ramos. Ellos son oriundos de la comunidad Altos del Tanque, Alubarén, unos 87 kilómetros al sur de Tegucigalpa, en el departamento de Francisco Morazán y una de las comunidades más pobres de la zona central, habitada por descendientes tolupanes.
El ramo preferido de los feligreses, -cuenta doña Lidia-, es el que lleva varias ramas al costado, donde se figura como un corazón, cuyo centro, es adornado por una flor blanca y amarilla, que es sostenida por una delgada cinta de la palma; con la que, las manos de Lidia, Walter y Mario hacen un nudo especial para que el ramo tenga una forma simbólica de amor y fe.
El costo de los ramos en Honduras
Para llegar caminaron unos 40 minutos, a un lugar acordado donde les esperaba un vehículo que les traería a la ciudad, su viaje inició a eso de las 2:00 de la madrugada del viernes 26 de marzo, el recorrido dura un poco más de cinco horas; eso debido al deterioro de las carreteras, como a la oscuridad de la madrugada, que les obliga a que el viaje sea más lento.
Los ramos se comercializan entre 10, 20 y 30 lempiras, todo depende del tamaño y gusto que requieran las personas, quienes no esperan el domingo para comprarlo, sino que con suficiente antelación lo llevan a su casa y lo traen a la eucaristía dominical donde el sacerdote los bendecirá a través de un rito especial.
“Estamos muy alegres porque vamos a poder vender, ya que el año anterior no pudimos debido al confinamiento; recuerdo que cerraron todo el país y cancelaron todo tipo de actividad, nosotros estábamos casi listos para venirnos”, recordó doña Lidia, mientras su atención está centrada en la elaboración de uno y otro ramo.
Exposición y sacrificio en Tegucigalpa
La familia Irías López, no tiene amigos ni familiares donde quedarse en la ciudad; su permanencia dura más de 48 largas horas, no tienen donde dormir o descansar, por lo que pasan la noche en un lugar de la plaza central y cuentan que lejos de preocuparles el peligro que eso podría representar, se sienten muy agradecidos con los capitalinos por comprar sus palmas.
“Aquí nos quedamos afuera, nosotros venimos a trabajar, no podríamos pagar un hotel porque dejaríamos toda nuestra ganancia ahí, no tenemos miedo, porque venimos varias personas del pueblo y nos cuidamos entre nosotros mismos”, relató Walter el mayor de la familia Irías López.
En años anteriores, unas 150 familias llegan de municipios del interior del país para vender sus ramos, pero este año debido al tema de la pandemia ocasionada por el COVID, a pocas horas de la celebración litúrgica se visualizan muy pocos núcleos familiares alrededor de la Catedral San Miguel Arcángel.