México – Durante el día, las calles del centro de la Ciudad de México nunca están calladas y a la inherente mezcla de sonidos se suma la presencia de los nostálgicos organilleros, que parecen anclados en el pasado.
Su música estridente se mezcla con los ruidos menos melódicos de afiladores o el de la pequeña chimenea que traen los vendedores de camotes (boniatos) en sus carros.
Los organilleros crean una atmósfera de melancolía en peligro de extinción de la que algunos, la mayoría por tradición familiar, siguen viviendo.
Desde que comenzaron a verse por la ciudad hasta el día de hoy, parados entre los peatones que caminan por el centro histórico, estos intérpretes han pasado por múltiples altibajos pero siempre se han resistido a desaparecer.
Luis Román Dichi es uno de los supervivientes y también ejerce como secretario general de la Unión de Organilleros de México. Es el único sindicato que queda y en el que se tienen que inscribir las personas que quieran empezar en esta profesión.
Para él, quien heredó la profesión de su familia política, el oficio se complica «cuando haces lo que no te gusta», pero tiene claro que si el cilindrero consigue organizar sus ingresos y, sobre todo, «si hay pasión», puede tener una vida agradable.
Sosteniendo su organillo modelo harmonipán de 26 teclas, Dichi cuenta en entrevista a Efe que los primeros organillos llegaron a partir de 1890 de la mano de los circos, que los utilizaban para anunciar sus funciones recorriendo los barrios de la ciudad.
Terminando la Revolución Mexicana alrededor de 1920, se empezaron a alquilar para ganar dinero en la calle y fue entonces cuando se gestó definitivamente la tradición e incluso se le cambiaron las melodías circenses por canciones típicas mexicanas que, en su mayoría, hacían alusión a la Revolución.
Con esto concuerda el filósofo y ensayista mexicano Héctor Zagal, quien atribuye el protagonismo que adquirieron los organillos en sus inicios a la inexistencia de herramientas para escuchar música en aquellos años.
«Ahora tenemos acceso a Spotify y cualquiera tiene a disposición más música que el mismísimo Carlos V en el esplendor de toda su gloria», bromeó en entrevista a Efe.
En cuanto al origen de los trajes que utilizan actualmente los cilindreros, que recuerdan a los utilizados por el ejército de Pancho Villa durante la Revolución, existen diferentes teorías.
Dichi considera que la vestimenta viene debido a la necesidad de organización que surgió en 1965, momento en el que «reinaba la anarquía total» en las profesiones de la calle y el Gobierno de la ciudad exigió que hubiese un restablecimiento del orden.
Sin embargo, Zagal explica que la teoría más extendida es que dentro del ejército de Villa iba un organillero para animar a las milicias por lo que «probablemente haya una relación entre esto y los trajes que recuerdan a las fuerzas revolucionarias».
El uniforme tiene un color a medio camino entre el beige y el caqui, y una gorra de plato -estilo capitán- de la misma tonalidad, que habitualmente utilizan para pedir las monedas a los transeúntes.
Después de esta buena época en la que había espacio y dinero para todos los cilindreros, tras la Segunda Guerra Mundial, la fabrica alemana que construía los instrumentos, Wagner & Levien, dejó de fabricar.
Aún así, hubo personas que adquirieron los organillos para alquilarlos y de esta manera, el oficio sobrevivió.
Pero no fue hasta la década de los años noventa o incluso ya entrado el siglo XXI, cuando el Gobierno de Ciudad de México inició el rescate del centro histórico, para lo que era imprescindible mantener esta figura icónica por la que no pasan los años.
Actualmente, según Dichi, el número de organilleros tiene tendencia a disminuir, pero lo está haciendo lentamente, en parte «gracias al apoyo de gobierno local».
Hasta hoy, se ha conseguido que el sonido, para algunos desafinado y para otros encantador, de este instrumento que funciona con una manivela que acciona un fuelle y hace girar el cilindro, siga llenando las calles del centro y de las zonas más concurridas de la ciudad.
En el caso del joven cilindrero Juan Daniel Tepozotlán, de solo 24 años y quien decidió embarcarse en esta aventura para poder tener tiempo para seguir estudiando, toca en otras zonas en las que no hay tantos compañeros.
Tepozotlán contó a Efe que al principio sentía un poco de vergüenza al estar en la calle pero pronto empezó a «conectar con el instrumento y con la gente que le tiene cariño a esto».
«Estoy muy agradecido con este oficio, me ha dado para muchas cosas como avanzar profesionalmente, en conocimiento, en experiencias bellas o en conseguir metas. Me siento muy a gusto aunque tengo mis planes por separado», finalizó el joven.