US President Donald J. Trump speaks during a Cabinet Meeting in the Cabinet Room of the White House in Washington, DC, USA, 19 November 2019. EFE/EPA/Oliver Contreras

Washington – El teléfono no paraba de sonar en la oficina de Ayanna Pressley. Habían pasado cuatro días desde que Donald Trump tuiteó que esa congresista afroamericana, nacida en el corazón industrial de Estados Unidos, debía «volver» a su país de origen, y las amenazas se acumulaban en su contestador.

No era la primera vez que Trump rescataba un epíteto racista de la calle y lo elevaba en forma de tuit. Pero su ataque del pasado julio a las legisladoras demócratas que forman «The Squad» («La Brigada») -todas mujeres, ninguna blanca- es emblemático de las líneas divisorias que ha estimulado durante su Presidencia.

Estados Unidos es un espejo para el mundo, y los otros muros que ha fortalecido Trump -los del racismo, la xenofobia y el machismo- extienden sus raíces más allá de las fronteras de la primera potencia mundial e inspiran a muchos en el Brasil de Jair Bolsonarlo o en una Europa donde puja la ultraderecha.En vísperas de cumplir tres años en el poder, muchos se preguntan hasta qué punto ha acentuado Trump las brechas sociales en el país, y si su huella será permanente.

TRUMP Y EL “OTRO»

El ataque tuitero de Trump dio pie a una conferencia de prensa en julio. En ella, Pressley y sus compañeras en «La Brigada» -la latina Alexandria Ocasio-Cortez y las musulmanas Ilhan Omar y Rashida Tlaib- argumentaron que los tuits del presidente no eran más que un intento de distraer la atención de sus políticas.

Esa postura inquietó a André Perry, un investigador especializado en asuntos raciales en el centro de estudios Brookings:»El racismo nunca es una distracción, sino una táctica», opinó Perry en conversación con Efe.

«La retórica que usó Trump contra las congresistas de ‘La Brigada’ fue tan peligrosa como cualquier medida racista, porque inculcó a sus seguidores la idea de que hay gente que no debe estar en este país».

Con esos tuits, Trump no solo echó leña al fuego de las amenazas de muerte que habían recibido esas legisladoras desde que asumieron su cargo en enero.También trasladó al interior del país un discurso que hasta entonces había dirigido al exterior, a un «otro» colectivo que casi siempre hablaba otro idioma, tenía un color de piel distinto al suyo o profesaba otra religión, y que daba sentido a su empeño en construir un muro en la frontera con México.

Su defensa de los supremacistas blancos que asesinaron a una joven en 2017 en Charlottesville (Virginia) fue un ejemplo temprano de que dentro del país se fortalecía otro muro, el de aquellos que durante mucho tiempo se habían callado su xenofobia y ahora se sentían envalentonados para expresarla con palabras y actos.

En 2018, los ataques violentos motivados por la raza, la religión, el género o la identidad sexual llegaron a su punto máximo en 16 años, mientras aumentaban los crímenes de odio contra latinos, según un reciente informe del Buró Federal de Investigaciones (FBI).

A finales de ese año, en plena campaña para las elecciones legislativas, Trump repitió la palabra «invasión» en mítines, tuits y más de 2.000 anuncios en Facebook para referirse a las caravanas de indocumentados centroamericanos que llegaban a la frontera sur.

Nueve meses después, un joven denunciaba en un manifiesto «la invasión hispana de Texas» antes de perpetrar el ataque más letal contra latinos en la historia moderna de Estados Unidos: el tiroteo de El Paso, que dejó 22 muertos el pasado agosto y fue considerado un acto de “terrorismo interno”.

TRUMP Y EL MIGRANTE

La Casa Blanca insiste en que Trump no pretende dar alas al supremacismo blanco. En octubre, cuando el presidente comparó el proceso de juicio político con los linchamientos de negros, un portavoz pidió fijarse menos en sus palabras y más en los buenos datos de empleo para afroamericanos y latinos.

Perry, sin embargo, sigue convencido de que la retórica de un Gobierno es tan poderosa como sus medidas.»Cuando (en los siglos XIX y XX) los políticos describían a los negros como amenazas, como portadores de enfermedades y violentos, eso les facilitaba implementar después políticas discriminatorias» como la segregación racial, recordó el investigador.

Esa dinámica se está repitiendo ahora con los inmigrantes, advierte Perry: «Cuando Trump dijo en su campaña (de 2016) que México no estaba enviando a su mejor (gente), era una advertencia de que pretendía implementar políticas racistas».

El veto migratorio a los ciudadanos de cinco países de mayoría musulmana, que sigue en vigor, y «la separación de niños de sus familias» indocumentadas en la frontera, que ha continuado a menor escala desde que Trump ordenó ponerle fin en 2018, son las medidas «más racistas» que ha implementado el presidente, según Perry.

Pero Trump también ha actuado para reducir la inmigración en cualquiera de sus formas y, sobre todo, para restringir el derecho a solicitar asilo en Estados Unidos.

«El (verdadero) muro, para mí, es el cambio de varias políticas que impiden no solo la inmigración irregular, sino también la legal», afirmó a Efe la encargada para Latinoamérica de la organización Refugees International, Rachel Schmidtke.Esa estrategia ha sido más efectiva que «cualquier infraestructura» que se esté construyendo en la frontera, agregó.

Obligar a miles de indocumentados a esperar fuera del país hasta que se tramiten sus solicitudes de refugio y firmar acuerdos para retener en Centroamérica o México a los indocumentados salvadoreños, hondureños y guatemaltecos son los dos máximos exponentes del muro invisible que ha levantado Trump contra el asilo.

TRUMP Y LAS MUJERES

Cuando Trump tuiteó su ataque a las congresistas de «La Brigada», fue su insinuación xenofóbica de que esas ciudadanas estadounidenses no tenían cabida en el país lo que hizo que los demócratas pusieran el grito en el cielo.Pero, según las expertas consultadas por Efe, hay otro factor clave en ese episodio.

«No creo que esto hubiera pasado si no fueran mujeres», aseguró Soraya Chemaly, autora del libro «Rabia somos todas» sobre el feminismo en la era Trump. El mandatario tiene «una tendencia demostrable a demonizar a las mujeres que le desafían, y en particular a las mujeres de color, ya sean periodistas o políticas», recalcó Chemaly.

Trump no solo ganó en 2016 a la primera mujer que tenía opciones de presidir la nación, lo hizo a pesar de haber presumido de asaltar sexualmente a jóvenes, de agarrarlas por los genitales.

Eso «generó un efecto chocante en muchas mujeres del país, que habían empezado a sentirse complacientes respecto a sus derechos», relató Chemaly.»La mayoría de quienes se implicaron de inmediato en la resistencia política eran mujeres», con la multitudinaria «Marcha de las mujeres» de 2017 como pistoletazo de salida, recordó.

Su elección ayudó a catalizar el movimiento «Me Too», pero Trump se mantuvo inmune a ese fenómeno que acabó con las carreras de otros hombres famosos. Al menos 26 mujeres le han acusado de abusos que van desde besos no deseados a la violación que la columnista E. Jean Carroll denunció este año en un libro, y que el mandatario negó.

La acusación de Carroll se diluyó rápidamente entre la avalancha de noticias de la era Trump, algo que para Chemaly demuestra que «la mayoría de la gente sigue sin considerar demasiado importante el acoso sexual a las mujeres».

La llegada al Supremo del juez Brett Kavanaugh, respaldado por Trump pese a las acusaciones de acoso sexual en su contra, «desanimó» a muchas mujeres progresistas, recordó a Efe la directora del Centro de Mujeres y Política en la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey), Debbie Walsh.

Pero ese hito también motivó a otras mujeres a presentarse a las elecciones legislativas de 2018, lo que repercutió en un récord de legisladoras en el Congreso.El legado de Trump en temas de género es, por tanto, doble: su defensa de hombres acusados de delitos sexuales «sirve de excusa a otros hombres para adoptar comportamientos abusivos», según Chemaly, pero su Presidencia ha inyectado fuerza al movimiento feminista.

DESPUÉS DE TRUMP

La evolución de ese fenómeno todavía es incierta, y Walsh ve «difícil mantener a largo plazo el nivel de energía» actual de la movilización femenina.Pero la investigadora cree que la actitud de Trump «ya está teniendo un impacto en sus posibles votantes», como las mujeres blancas que le auparon al poder en 2016 y que ahora están incómodas por temas como «la separación de familias en la frontera».

«Lo estamos viendo en las encuestas: está perdiendo apoyos en ese grupo, y creo que se debe a su comportamiento con las mujeres», recalcó Walsh.

La sombra de Trump es más larga en cuestiones de raza, y es difícil predecir si el supremacismo blanco perderá fuelle una vez que abandone el poder.

Pero hay algo que Perry tiene claro: «Trump no creó el racismo. Ya existía antes, y existirá después de él».»(Trump) ha abrazado abiertamente a los racistas, y eso debe preocuparnos. Pero ya hace décadas que el Partido Republicano es un refugio para los racistas. Solo les faltaba un líder que lo expresara (sin tapujos)», concluyó.