Tegucigalpa- En medio de la pandemia por la COVID-19, con tres meses de confinamiento, los hondureños no han perdido el sentido del humor, al definir los tapabocas de protección entre «mas-carillas», que usan los que pueden comprarlas, y más-baratillas», aquellas para los pobres y más golpeados por el coronavirus SARS-CoV-2.

Hasta antes de la pandemia por la COVID-19, que según fuentes médicas estaría a punto de llevar a los hospitales públicos al colapso, por tanto enfermo, las mascarillas por lo general solo eran asociadas con los médicos y enfermeras atendiendo pacientes en los hospitales.

Pero en tres meses de pandemia, en el país de hecho ha surgido una nueva cultura, la del uso de la mascarilla, que ahora es obligatorio por decreto, para reducir las cifras de contagios y muertes, aunque quizá por negligencia, rechazo natural a algo impuesto por el Gobierno, o indiferencia, hay personas que salen a las calles sin llevarla puesta.

Muchas personas, entre hombres, mujeres y niños, deambulan en mercados populares y calles, pidiendo dinero o comida, sin llevar puesta la mascarilla, aunque algunos aducen que por ser muy pobres no pueden comprar una, y otros que: «aquí, o te mueres por el coronavirus o te mata el hambre», porque no tienen dinero.

Honduras tiene una población de 9,3 millones de habitantes, de los que más del 60 % son pobres y muchos subsisten con menos de un dólar diario, según fuentes de organismos de derechos humanos.

CORRUPCIÓN CON LAS MASCARILLAS

Con la llegada de la COVID-19 no tardaron en aprovecharse comerciantes, incluso dueños de farmacias, que comenzaron a acaparar las mascarillas existentes en el mercado y a elevar su costo, en algunos casos hasta casi el triple, lo que constató Efe con una N95.

En una de las farmacias de una cadena, una de esas mascarillas era vendida en marzo a 250 lempiras (diez dólares), cuando su costo normal rondaba los 90 lempiras (3,6 dólares).

Esta semana, en la misma farmacia, Efe comprobó que la misma mascarilla la vendían de nuevo a 3,6 dólares. Ante la necesidad de protegerse, muchos hondureños igual pagaron 50 lempiras (dos dólares) por un tapabocas quirúrgico de 17 lempiras (0,68 dólares), costo al que han vuelto, lo que también constató Efe.

Mientras entre la población surgían reclamos por el alto costo de las mascarillas en las primeras semanas de la pandemia, sectores de la sociedad civil denunciaban presuntos actos de corrupción en la compra oficial de mascarillas y otros materiales y equipo para hospitales a precios muy elevados, dentro y fuera del país. También afloraron en las calles vendedores de mascarillas artesanales, baratas, que no le garantizaban a nadie la mínima protección, según la opinión de fuentes médicas.

En otros casos, personas particulares desde sus casas vendían mascarillas, guantes, gel y alcohol clínico a un alto costo, sin dar factura, de lo que también conoció Efe en marzo. Ese mercado irregular se dio por el acaparamiento y el precio elevado de las mascarillas en el comercio formal, pero esos mismos vendedores de la calle, de manera gradual, han dejado de ofrecer estos dispositivos, por los que pedían entre 10 y 20 lempiras, menos de un dólar.

«MAS-CARILLAS» Y «MAS-BARATILLAS»

Las enormes diferencias de costo entre los diferentes tipos de mascarillas, que además escasearon durante un tiempo, entre los hondureños se prestaron a bromas, incluso en programas de entretenimiento, en radio y televisión, que comenzaron a definirlas entre «más-carillas» y «mas-baratillas».

Las «mas-carillas» pueden comprarlas «los del gobierno y los ricos, pero no los pobres», dijo a Efe Mario Quintanilla, un vendedor de frutas a orillas de un bulevar, cercano al Centro Cívico Gubernamental, en Tegucigalpa, que llevaba puesta una mascarilla, pero a la altura de la frente, aduciendo que «hay que quitársela para comer». Entre los indigentes, de los que muchos han salido a las calles a pedir, su situación es más extrema. Dicen que ni siquiera tienen dinero para una «mas-baratilla».

De paso, aprovechan para pedirle «algo para comer» a los periodistas. También son muchos los que siguen esperando que el Gobierno les regale una de las nueve millones de mascarillas que el presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, anunció que han sido compradas para darle «una a cada compatriota», actividad que ya comenzó.

Pero una mascarilla para cada hondureño, aunque sean reutilizables, no resolverá el problema, porque debido a lo impredecible y altamente contagioso que es el coronavirus, hay muchos asintomáticos que no se protegen, y otros que quizá hayan tenido muy tarde el acceso a una. Murieron sin saber que dieron positivo en el lento proceso de pruebas de laboratorio PCR.

CARACTERÍSTICAS DE LAS MASCARILLAS

Dulce Blanco, doctora en Química y Farmacia, dijo a Efe que las mascarillas N95, FFP2 o FFP3, son las requeridas por sus filtros de partículas para el personal de salud en atención directa a pacientes con la COVID-19.

Blanco añadió que la Organización Mundial de la Salud (OMS) las identifica en grados III, II y I, pero que de ese tipo no hace falta que la usen quienes no integran el sector sanitario, aunque siempre protegen de la mortal enfermedad.

La profesional, docente de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Unah), señaló además que se puede usar mascarillas «de tela, siempre y cuando sean fabricadas con tres capas: de algodón la interna, lo mismo que «una intermedia de polipropileno, y otra de poliéster, la externa, ya que es poco absorbente».

«Lo importante es que el paciente o portador del virus lleve puesta la mascarilla para que al toser o estornudar retenga las gotas. Como no se sabe quién es portador del virus, es mejor que todos la usemos, y puede ser suficiente con las quirúrgicas», que son de las de mayor uso entre los hondureños, indicó la profesional.

Blanco explicó que la posibilidad de transmisión aérea del coronavirus no está confirmada al 100 %, pero se han hecho experimentos con el virus que indican que, dentro de unos núcleos goticulares que miden menos de cinco micras, puede mantenerse suspendido en el aire por largo tiempo. Pero eso sucede principalmente en ambientes altamente contaminados, por eso el personal de salud en esos casos «debe portar las N95 o sus equivalentes», acotó.