México – La bruja Karina, que despacha para todo tipo de males en su puesto del mercado de Sonora de Ciudad de México, no tiene un antídoto contra el coronavirus, pero sí un método que ayuda «mucho»: «Se prenden tres veladoras blancas y le pides a Dios con mucha fe».
Esta maestra en esoterismo asegura que «mucha gente» ha acudido a su consulta del mercado más mágico de la capital mexicana buscando una cura para lo que nadie tiene cura. Ni ella tiene la respuesta contra la COVID-19, aunque le gustaría.
Se conforma con decir a sus clientes que «la fe mueve montañas» y que pidan ayuda «a Dios, a los santos y a los muertos» por todos aquellos «que han muerto, por los que van a morir y por los infectados».
UN RICO PANORAMA MÍSTICO
La fe de la que habla Karina, aunque no se ejerce en una iglesia, responde a la misma necesidad humana de «generar ritos, rituales, conductas y actos para encontrar un cierto orden en el mundo», según explica a Efe Ricardo Trujillo, profesor de la facultad de psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Trujillo cuenta que eso es una necesidad de todos los pueblos, y que en América Latina, México incluido, la forma de expresarla tiene visos más exóticos por sus características culturales, aunque no responde de manera frontal al manido dogma del «México mágico» con el que se suele despachar la espiritualidad de su pueblo.
«Latinoamérica y otros países se manejan mucho más por imagen, por lo imaginario», dice, algo que contrasta con una concepción Europea «más basada en el diálogo» y con el pragmatismo anglosajón.
Isabel, dueña de un puesto en el mismo pasillo que el de Karina, no precisa teorizar sobre su fe, ni sobre sus veladoras o sus inciensos. Ella prende un cirio y pide a Dios porque le «escucha».
«Si vienen a hacer alguna consulta o alguna limpia, yo no les digo que a lo mejor se van a curar o que no. Pero pienso que con fe todo sirve», resume la señora a las puertas de su particular templo.
LIMPIAS Y FETICHES
Isabel relata que el asunto de la COVID-19 no es especialmente popular estos días entre su clientela, porque los mexicanos no quieren «tocar tanto ese tema» y preguntan más «por el dinero, por el amor o porque no tienen empleo».
En el aspecto de salud, no puede más que recomendar prender un cirio, por eso ahora es lo que más vende. De todos modos, según cuenta, en sus limpias nunca se juega con la integridad.
«La limpia se hace con un ramo, un huevo, cascarilla y otras cosas. Conforme se le va haciendo, se le va dando una consulta para ver si la persona trae algún daño o si es un mal de doctor», detalla.
José no tiene un mal de doctor que tratar en el mercado de Sonora, sino que acude como una «rutina» a recibir sus limpias desde hace mucho tiempo para que las «cosas salgan bien».
Por encima de su bigote y mientras espera su turno, este pensionista se sincera al hablar de su amuleto fetiche, el niño Eleggua, que es una deidad de la tradición africana Yoruba.
«Es un niño que me acompaña. Bueno, lo tengo en casa y le oro todos los días. Platico con él como si fuera una persona de las cosas que me preocupan o de las que no me preocupan», dice con la parsimonia de alguien en paz con sus misticismos.
Parte de su charla habitual con Eleggua es «proyectarle ginebra y también lanzarle humo de tabaco» antes de leerle unas oraciones. José tiene el hábito, pero también afirma que en las circunstancias actuales «debe haber más gente» buscando su propio ritual.
RITUALES POPULARES ARRAIGADOS
Coincide con él el profesor del Instituto Tecnológico de Monterrey Alejandro Díaz, especializado en encuestas religiosas, y quien destaca que la religión popular en el caso de México desborda a una religión sacramental.
«La religiosidad popular pareciera tener una expresión importante e incluso en algún porcentaje mayor que la asistencia formal al culto», defiende Díaz.
Los fieles de la Santa Muerte dieron esta semana la razón al experto. Y es que mientras las iglesias permanecen cerradas en México, este miércoles, como cada primer día del mes, los adoradores de esa figura popular acudieron con puntualidad a su altar del norteño barrio capitalino de Tepito.
Los aledaños de la figura de la Santa, pese a una bajada de asistencia, rezongaban más vitalidad que preocupación por el coronavirus.
Había unas pocas mascarillas, pero no se percibía ningún temor por el contagio de COVID-19. Había abrazos y la complicidad se demostraba con el contacto.
«Es un poder superior», justificaba la escena Maribel, quien zanjó desde el «barrio bravo» de Ciudad de México con un posicionamiento contundente: «Primero para nosotros siempre han sido las creencias».