Caracas.- Moisés tardó 21 días en llegar desde Venezuela a México, en ruta hacia Estados Unidos, igual que otros migrantes que se enfrentan a un duro trayecto que recorren a ratos a pie, a caballo, en piragua, en bus y hasta en una carreta, en busca del sueño americano, del que muchos despertaron de golpe tras el anuncio de la nueva política migratoria del Gobierno norteamericano, que limita sus posibilidades de éxito.
A este joven de 20 años le cayó «como un balde de agua fría» la aprobación de la nueva política migratoria de EE.UU. para los venezolanos, que consiste en un programa que da estatus legal por dos años a quienes llegan en avión, y en la expulsión inmediata de quienes cruzan la frontera terrestre desde México, que coincide con el plan de Moisés.
Ahora, como miles de venezolanos que esperan en refugios por unos supuestos «permisos especiales», se mantiene entre la incertidumbre y el desánimo, mientras la muchedumbre en los albergues busca alguna información positiva o espera un comodín que le permita ingresar a suelo estadounidense.
«Acá (las autoridades) no nos dicen nada, pero el lamento aquí es horrible», aseguró a EFE el joven, quien dijo que, al mismo tiempo, «se escucha de todo», pues se ha desatado rumores que van desde el miedo a deportaciones masivas hasta caminos y excepciones positivas para algunos, pero nada está confirmado.
EL CAMINO RECORRIDO
El 17 de septiembre, Moisés salió de su casa en el estado Trujillo e inició el periplo que marca el nuevo rumbo de la migración de los venezolanos, un recorrido en el que atravesó Colombia hasta llegar al municipio Necoclí, donde tomó una lancha para entrar a los campamentos en las afueras del tapón del Darién.
Dos días y medio de caminata en el corazón de la selva, comiendo alimentos enlatados, pan y mucho dulce para aguantar la jornada, marcaron esta travesía, un camino que han tomado tantos venezolanos este año, casi 40.000 solo en septiembre, en su trayecto hacia EE.UU.
Tras superar la selva, el joven llegó a un campamento atendido por la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Panamá, desde donde lo trasladaron directamente a Costa Rica. Desde allí, avanzó en autobús, por su cuenta, hasta llegar a México.
Del grupo con el que viajó -unas nueve personas- ya tres habían cruzado a EE.UU. cuando el Gobierno norteamericano informó de la nueva política migratoria. Él, en cambio, llevaba 6 días en el albergue esperando una oportunidad para cruzar, entregarse a las autoridades estadounidenses y empezar una vida de ese lado de la frontera.
RESOLUCIONES
Ahora, estancado, los planes no están claros. «Que transcurran los días a ver qué más dicen en las noticias, esperar a ver qué va a pasar», piensa.
A la par, sopesa la idea de irse desde Oaxaca, donde se encuentra desde el viernes pasado, a Ciudad de México, una idea repentina que compite con la de moverse a alguna frontera del país azteca a probar suerte.
«O, si no, quedarme aquí en México o devolverme a Venezuela», sugiere.
Esa idea del retorno no estaba en los planes de Moisés cuando, con esfuerzo de familiares, juntó dinero para este viaje en el que ha gastado cerca de 1.500 dólares. Pero, en vista de las circunstancias, la posibilidad ahora resuena en su mente.
Para este joven, volver a Venezuela es, por un lado, «mucha felicidad» por un eventual reencuentro con su familia «después de todo», pero también siente que sería «como un fracaso» por no haber logrado el propósito con el que salió de su casa hace casi un mes.
«Lo intenté y no se logró, aunque sería más fracaso el no haberlo intentado», se plantea.
Con pesadumbre, admite que regresar a la Venezuela de la que intentó escapar es ahora la opción que luce más clara y que le permitirá retomar algo de la estabilidad que la ruta como migrante le quitó.