Moscú – Desde su ascenso al poder en 1999 hasta la anexión de Crimea en 2014. La gestión del presidente ruso, Vladímir Putin, ha llegado a los libros de texto, donde no hay ni atisbo de crítica y apenas se mencionan las protestas contra el Kremlin o la matanza de la escuela de Beslán.
«Se mantenía la amenaza de desintegración del Estado unificado…, era necesaria una revisión de toda la estrategia de desarrollo del país», señala la introducción a la «Vida política en Rusia a comienzos del siglo XXI».
El libro de historia de Rusia aborda en detalle los dos primeros mandatos de Putin, cuyos mayores logros serían la estabilidad política, la recuperación económica y la normalización en Chechenia, y ya de manera más esquemática sus cuatro años como primer ministro y su retorno al Kremlin en 2012.
El texto va acompañado de fotos de Putin y un mapa en el que la antaño península ucraniana de Crimea figura ahora como parte de la Federación Rusa.
La lectura de la lección 49 del libro para los estudiantes del décimo curso, el penúltimo de la educación secundaria, arranca con una descripción del desolador panorama de Rusia a finales del siglo XX: una economía en ruinas y un Cáucaso a punto de explotar.
Entonces, el primer presidente ruso, Boris Yeltsin, elige a Putin como su sucesor. Después de unos pocos datos biográficos -incluidos sus dieciséis años (1975-1991) en los órganos de seguridad, es decir, el KGB-, el texto relata el fulgurante aumento de la popularidad del nuevo inquilino del Kremlin.
«Las firmes medidas para restablecer el orden constitucional en Chechenia, la lucha contra los terroristas, las visitas a puntos calientes y la postura sólida y coherente en defensa de la unidad del país le convirtieron en el político más popular» de Rusia, apunta.
El repaso de sus primeros ocho años incluyen éxitos como el acercamiento entre Iglesia y Estado, la Segunda Guerra Chechena, el pago de la deuda externa o el nuevo himno nacional.
Ni palabra del hundimiento en agosto de 2000 del submarino nuclear Kursk, donde murieron 118 tripulantes, considerado uno de los puntos más bajos de sus primeros años de gestión. Y sólo una brevísima referencia al secuestro por un comando chechén del teatro de Dubrovka (2002), donde murieron 130 personas.
Más llamativo es el escueto párrafo sobre la matanza en la escuela de Beslán (2004), ya que habla de más de un millar de rehenes, pero no hace referencia a los 334 muertos, la mitad niños, y obvia las críticas a la confusa operación de rescate, condenada por organizaciones de madres.
Los escolares deben aprender que la política exterior de Putin prioriza la seguridad nacional, la lucha contra el terrorismo internacional y la instauración de un orden multipolar justo y democrático.
El texto denuncia como factores de inestabilidad los intentos de aislar a Rusia, la ampliación de la OTAN, la invasión de Irak y el abandono del tratado de defensa antimisiles por EEUU.
Una foto con el que fuera presidente chino, Hu Jintao, demuestra que el gigante asiático es el mayor aliado del Kremlin y también destaca la primera visita de Putin América Latina en 2008.
La guerra ruso-georgiana por el control de Osetia del Sur (2008) es explicada como una victoriosa intervención militar en defensa de la población suroseta. Eso sí, apunta que la reacción de Occidente al reconocimiento ruso de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia fue «hostil».
Las multitudinarias protestas contra el fraude electoral de 2011, las mayores desde la caída de la URSS, son descritas como manifestaciones y mítines a secas, que demostrarían «el aumento de la actividad política en la sociedad rusa».
El último capítulo está dedicado a Crimea. Acompañado por una imagen de Putin en un mitin, explica que al poder en Kiev llegaron «los nacionalistas», que derrocarían al legítimo presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich.
Y recuerda que el referéndum de reunificación en Crimea fue respaldado por el 96,77 % de los habitantes de la península.
Lo demás es historia. Putin promulgó la anexión el 21 de marzo, indica. «La reunificación de Crimea provocó una dura reacción de EEUU y la UE que introdujeron sanciones contra Rusia. Con todo, esas medidas no llevaron a un cambio en la soberana política interior y exterior de la Federación Rusa», señala.
La guerra en el Donbás queda fuera de esta edición, aunque alude a que Kiev quiso derogar la ley que reconocía el ruso como lengua regional, lo que significaba prácticamente «la prohibición de su uso» en Ucrania.
«En respuesta, en las regiones del sur y este de Ucrania la población rusohablante salió en defensa de sus derechos», señala, en alusión a la sublevación que desembocaría en una cruenta guerra entre Kiev y los separatistas prorrusos.