Ciudad Juárez (México) – La colombiana Estefanía, el venezolano Jhondeiby y su bebé recién nacido sufrieron un secuestro en la mexicana Ciudad Juárez y perdieron su cita de asilo en EE.UU., una historia que refleja la creciente violencia y hostilidad que afrontan los migrantes en la frontera norte de México ante las crecientes restricciones.

El muro, las púas y la excesiva vigilancia de la Guardia Nacional y la Patrulla Fronteriza, además de las boyas en el río Bravo y el cerco de alambre que colocó el Gobierno de Texas, complican la situación de quienes buscan entrar a Estados Unidos.

Estefanía Briseño, de 20 años, y Jhondeiby Pérez, de 24, cargan su bebé de 3 meses justo frente al puente internacional de cruce de carga ferroviaria en Ciudad Juárez, donde están desesperados por pasar a la ciudad estadounidense de El Paso, Texas.

Antes los impulsaban las ganas de una mejor vida, pero ahora los mueve el miedo tras su secuestro de 20 días, tiempo en el que perdieron la cita que tenían asignada para revisar su solicitud de asilo en Estados Unidos el 7 de julio.

Los migrantes venezolanos Estefania Briceño y Jhondeiby Pérez caminan en las cercanías del puente Internacional Paso del Norte, el 23 de julio de 2023, en Ciudad Juárez (México). EFE/Luis Torres

Ahora duermen en el Parque Chamizal de Ciudad Juárez junto con decenas de migrantes.

Cuidan a su hijo del calor, que lleva tres semanas con temperaturas que superan los 40 grados.

A diario caminan unos 5 kilómetros a lo largo del Bravo, hasta el puente internacional Paso del Norte y el cruce internacional ferroviario en busca de un hueco para cruzar.

Los migrantes venezolanos Estefania Briceño y Jhondeiby Pérez posan en las cercanías del puente Internacional Paso del Norte, el 23 de julio de 2023, en Ciudad Juárez (México). EFE/Luis Torres

Se mezclaron con un grupo de 30 migrantes que duermen junto al muro, mientras la vigilancia al otro lado del río, en territorio texano, es cada vez más dura, con patrullas en casi cada kilómetro.

“Si llegamos del otro lado lo único que hacemos es llamar para que nos paguen los pasajes y llegar a trabajar. Tenemos la posibilidad del patrocinador allá adentro, no tienen un año, ni dos años, tienen más de 20 años allá”, explica a EFE Estefanía, quien tiene familia en Tennessee.

UN PANORAMA MÁS DESAFIANTE PARA MIGRAR

La situación refleja el panorama en las fronteras de México tras la expiración el 11 de mayo pasado del Título 42 de Estados Unidos, una medida que expulsaba de manera inmediata a migrantes con el argumento de la pandemia, reemplazada ahora con el Título 8 y mayores restricciones al asilo legal.

Además, medios estadounidenses han reportado nuevas medidas antimigrantes de Texas, donde los agentes locales tienen la orden de empujar a migrantes al río Bravo y no dar agua a los solicitantes de asilo.

Estefanía sabe que un cruce no autorizado implica la posibilidad de que separen a su familia, con asilo para la madre y el hijo, pero con el padre deportado a México.

“Con el artículo 8 tengo miedo de que pueda pasar yo con el bebé y él no, no lo puedo dejar solo. Sí estoy decidida a cruzar, pero quiero cruzar como una familia”, manifiesta.

VIOLENCIA CONTRA MIGRANTES EN MÉXICO

La familia estaba en Ciudad de México cuando logró la primera cita para el 7 de julio, pero en el camino personas que se identificaron como policías los bajaron del autobús.

“Nosotros veníamos con la propuesta de poder entrar con nuestra cita, de pasar legal, pero en el camino tuvimos un inconveniente de que fuimos secuestrados, duramos 20 días secuestrados, pagamos 7.500 dólares y gracias a que pagamos nos soltaron”, relató.

Para pagar el secuestro, la madre de Jhondeiby vendió su casa en Venezuela.

“Realmente no fue nuestra culpa perder la cita, solo que del otro lado (Estados Unidos) no lo entienden y es un poco muy frustrante para nosotros, que ya no hallamos qué hacer, realmente ya debemos mucho dinero”, dice Estefanía llorando con su bebé en los brazos.

“Nos decían que iban a matar a mi hijo, muchísimas cosas, entonces yo salí traumada, me da miedo que un carro se pare, me da miedo cualquier cosa, por eso yo quiero cruzar ya”, añade.

Jhondeiby, quien trabajaba en repartos domiciliarios, cuenta que hace tres meses atravesaron la selva de El Darién, que divide a Colombia y Panamá.

“Hemos sufrido bastante porque no tenemos dinero, ya no tenemos cómo comer, ya estamos pasando trabajo porque no tenemos dónde estar, estamos quedándonos en la calle en un parque con el bebé en una carpa y ha estado difícil”, expone.

El hombre dice que seguirán intentando entrar legalmente a Estados Unidos y, si no lo logran, regresarán a Ciudad de México para buscar trabajo ahí porque Juárez es una ciudad muy insegura para los migrantes.

“No conseguimos por dónde (pasar a EE.UU.) hay muchas puás, hay muchos alambres y no podemos pasar con el bebé”, lamenta.