Tegucigalpa – En un mensaje centrado en la vida y la muerte, el cardenal Óscar Andrés Rodríguez, dijo hoy a los hondureños que “nuestro futuro está en buenas manos, está en manos de Dios, el Dios de la vida”.
Durante su homilía dominical el arzobispo de Tegucigalpa reflexionó sobre la vida, la muerte y la resurrección.
Sobre esta última refirió que la resurrección en la que creemos es la consumación del anhelo más profundo de vida que llevamos dentro del corazón.
La resurrección es la buena noticia del Evangelio, enfatizó al tiempo que reiteró que Dios es un Dios de vivos.
Si se vive una vida en plenitud en Dios se puede aspirar a la resurrección, razonó.
El creen en Dios vivirá para siempre, acotó el también coordinador del consejo de cardenales del Vaticano.
A diferencia de otras ocasiones en las que el religioso liga la homilía con las realidades del país, en este día centró su mensaje únicamente en la vida y la muerte.
En ese renglón, estableció que Dios es un Dios de vivos y todos podemos aspirar a la resurrección si creemos en él.
“Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos”, explicó.
Seguidamente, caviló que sí después de esta vida no existiera nada nos sentiríamos profundamente frustrados, la vida humana sería una pasión inútil.
Sin la creencia de la resurrección el hombre sería un ser para la muerte, añadió.
“Nuestra civilización rica en conocimiento y poder, ya no ofrece respuesta al enigma de la muerte, trata de olvidar la muerte, pero eso no es posible”, aseveró.
La alegría de la resurrección resuena hoy en un mensaje renovado a través de la palabra de Dios, zanjó.
Finalmente, subrayó que la muerte, el día que acaba la condición biológica no puede extinguir la vida que viene de Dios.
A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del santo evangelio según san Lucas (20,27-38):
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».