San Antonio Secortez (Guatemala)- Refundida en un camino de tierra y lodo al norte de Guatemala, en un caserío llamado San Antonio Secortez, la familia Caal Maquín lamenta con una profunda tristeza la muerte de Jakelin Amei Rosmery, la niña de 7 años que falleció en custodia de la Patrulla Fronteriza de EE.UU.

En medio del sitio, en el que viven unas 80 personas en casas con techo de paja y suelo de tierra, un corazón de plástico blanco sostenido en un palo de madera clavado al piso anuncia la tragedia: el nombre de Jakelin, su edad y la sentencia: «se murió el 8 de diciembre».

En uno de los troncos tirados cerca del corazón blanco, uno de los habitantes observa en su teléfono móvil escenas de vídeos que cuentan el desenlace del viaje que comenzó Nery Caal, un jornalero de 29 años que buscaba el sueño americano junto a su hija Jakelin, quien pese a su corta edad no quiso desprenderse de su padre.

Entorno al joven que descarga los vídeos en este paraje suspendido en el tiempo, una decena de chicos lo rodean. Hay un silencio que habla de la tragedia normalizada con las risas de los niños -la mitad de los habitantes del caserío- y que se mezclan con las miradas perdidas de la madre y los hermanos y los llantos de los abuelos de la menor.

Una docena de familias de San Antonio Secortez (a unos 340 kilómetros de la capital), en el departamento norteño de Alta Verrapaz, tienen a familiares en Estados Unidos.

Bajo esa esperanza de poder llegar al norte, Nery emprendió el viaje con su hija hasta que la Patrulla Fronteriza los detuvo el pasado 6 de diciembre al sur de Lordsburg (Nuevo México), junto a un grupo de otros 163 migrantes.

Hacia las 06:25 del día siguiente, unas ocho horas después de su detención, la niña empezó a tener convulsiones y fue trasladada con fiebre de 41 grados en helicóptero a un hospital de El Paso (Texas), donde llegó con paro cardíaco.

En el hospital lograron reanimarla, pero murió horas después.

Según la Patrulla Fronteriza, la muerte se debió a la falta de hidratación pues, como informó al periódico The Washington Post, la niña llevaba «varios días sin comer o consumir agua», algo que el padre de la menor no ha confirmado.

En casa de Jakelin la incredulidad da paso al profundo «dolor y tristeza» que siente en el pecho su mamá, Claudia Maribel Maquín, de 27 años, mientras carga a otra de sus hijas, la más pequeña, de 6 meses de edad.

A un lado, uno con el dedo entre la boca y otro con los brazos cruzados están Abdel Jonathan Domingo y Elvis Radamel Aquiles, los dos hermanos de Jakelin, de 9 y 5 años, respectivamente.

Playeras rasgadas por delante y detrás, pies descalzos, desnutrición. La pobreza de la familia Caal Maquín tenía en el plan de Nery Caal una solución: enviar dinero y ahorrar lo suficiente en un trabajo -el que fuese- durante los próximos cuatro años desde Estados Unidos, para luego volver a casa.

La traducción al español del abuelo, Domingo, de 61 años, se entrecorta mientras Claudia Maquín intenta explicar en idioma q’che’ la razón del viaje de su esposo y su hija. Ahora todo es difuso.

La familia aspiraba a salir del círculo de escasez en el que se había reducido: trabajos por jornales de 80 quetzales al día (10,3 dólares) que se diluían cuando no había trabajo en los maizales y otras siembras cercanas donde llegaban a contratar a Nery Caal.

Contenta por tener su primer par de tenis poco tiempo antes del viaje, Jakelin buscó un futuro que ni su madre ni su padre imaginaron que podría terminar así.

Y pese al dolor que apenas permite hablar, el abuelo Domingo Caal considera que no es quién para decirle a los migrantes que detengan su camino.

«Cada quien lo hace por sus razones», «no les diré que no migren», suelta.

Porque su esposo, cuenta Claudia Maquín, se fue de Guatemala «por necesidad», pues en el municipio de Raxruhá «la vida es muy dura».

Ahora la tarea será velar por los demás, asiente la madre de la menor que ha dado la vuelta al mundo y que desde los móviles regresa en formato de noticia, estremeciendo al caserío en su conjunto.

Ya no habrá quien, en casa, suba a los árboles con tanta agilidad, a cortar melocotones. A ser una niña.