Tegucigalpa – En la homilía dominical, el arzobispo de Tegucigalpa, José Vicente Nácher, reflexionó que el camino de la escucha es el inicio y el fruto maduro de la presencia del resucitado que camina a nuestro lado.

“El camino de la escucha es el inicio y el fruto maduro de la presencia del resucitado que camina a nuestro lado”, reflexionó el religioso quien acotó que la escucha conduce a buen fin.

Mejor dicho, la escucha es el camino, resaltó el arzobispo que al igual que los discípulos de Emaús exhortó a mantener la esperanza abierta a través del diálogo.

“Aun en las situaciones más conflictivas y difíciles el diálogo mantiene la esperanza”, externó.

Cuando dialogamos decimos lo que pensamos, esperamos y nos damos y a la vez escuchamos como otros interpretan los mismos acontecimientos, desglosó.

En ese orden, motivó a la sinodalidad de caminar juntos, pero no callados sino en diálogo espiritual.

“El diálogo abierto espiritual posibilita y atrae la presencia gratuita de Dios, con su caminar a nuestro lado, Cristo nos constituye en Iglesia Sinodal”, razonó.

En la narración y el diálogo aparece una nueva luz, fruto de la escucha. El camino de la escucha es fruto del Espíritu que abre nuestro corazón al otro, acentuó.

“El diálogo espiritual no es una discusión para mostrar quién tiene la verdad, sino para buscar juntos la verdad”, zanjó.

Insistió que en la escucha espiritual de los sencillos, los más humildes experimentan interiormente la voz de Jesús.

Recordó que la Eucaristía Dominical es el partir y compartir del pan que por acción de gracia abre nuestros ojos para reconocer la presencia de Jesús a la luz de la palabra.

 A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día timada del Santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.