Un grupo de migrantes hondureños emprende una caravana rumbo a EE.UU. desde la ciudad de San Pedro Sula (Honduras). EFE/ Gustavo Amador/Archivo

Washington – Para los estadounidenses, «un elefante en la sala» equivale a un asunto que, por complicado, es mejor evitar. Y ese parece que será el destino, al menos de cara al público, de la migración centroamericana en la reunión que sostendrán el presidente de EE.UU., Donald Trump, y el de México, Andrés Manuel López Obrador, el próximo 8 de julio en Washington.

El eje de la cita será el nuevo tratado comercial entre México, EE.UU. y Canadá (T-MEC), que entró en vigor el pasado el 1 de julio, aunque, con 3.175 kilómetros de frontera común y miles de inmigrantes atravesando hacia territorio estadounidense, esta realidad difícilmente pasará desapercibida.

Cuando Trump estreche la mano de López Obrador, más conocido en su país y en Latinoamérica por su acrónimo de AMLO, la opinión pública seguramente estará atenta de las «conversaciones sobre varios temas» a las que aludió el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) de México, Marcelo Ebrard, al confirmar el encuentro.

EL ELEFANTE EN LA SALA

«El tema de migración va a ser, como dicen en inglés, ‘the elephant in the room’ (el elefante en la sala), porque es un tema central de la relación bilateral», dijo a Efe María Fernanda Pérez, directora asociada del Centro Adrienne Arsht para América Latina del instituto de estudios Atlantic Council.

La migración es para ambos países una autopista de doble carril, ya que por un lado involucra a los mexicanos que, por vecindad, han cruzado tradicionalmente hacia EE.UU., con o sin documentos.

Y, por otro, México es la bisagra entre Norteamérica y una Centroamérica golpeada por la pobreza y una violencia que expulsa a miles de personas de sus hogares, en especial desde Guatemala, Honduras y El Salvador, que conforman el llamado «triángulo norte».

La agenda migratoria bilateral aborda aspectos sensibles como el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, en inglés) -que entre sus cerca de 644.000 beneficiarios en marzo pasado contaba con al menos 517.000 mexicanos-, y las visas para los trabajadores agrícolas y de la construcción.

CARAVANAS Y UN FLUJO INVISIBLE

Pese a que los asuntos comunes den por sí solos para un extenso capítulo, Centroamérica será el invitado sin anunciar en la mesa de ambos presidentes.

Antes de poner un pie en cualquier punto de entrada de EE.UU., los migrantes centroamericanos o procedentes de otros países de la región o de lugares remotos de África o Asia deben cruzar territorio mexicano.

De ahí que cualquier intento desde Washington para frenar el flujo migratorio requiera de una acción -u omisión- de su vecino del sur.

En octubre de 2018, el éxodo que miles de centroamericanos emprendieron solos o en pequeños grupos se convirtió en un río humano que partió de San Pedro Sula, en Honduras, y a él se sumaron otras miles de personas desde otros lugares de ese país y de El Salvador. Era el comienzo de las denominadas caravanas de migrantes, duramente criticadas por Trump.

Los rostros de hombres, mujeres y niños dispuestos a alcanzar a pie el sueño americano contrastaban con las advertencias de presidente estadounidense, que aprovechó el boom mediático para satanizar a los caminantes y amenazar a los Gobiernos centroamericanos.

MÉXICO, EL HERMANO MAYOR

Fue, sin embargo, México la pieza empleada por Trump para llevar a cabo sus intenciones. Y eso se logró después de que AMLO, en principio proclive a recibir las caravanas, legalizar a los migrantes y darles un empleo en su país, diera un vuelco a su política.

«Primero, unos gestos amables. Luego, confusión. Luego, cacería», escribía en una columna de mayo del 2019 en el diario The New York Times el periodista salvadoreño Óscar Martínez, sobre los vaivenes del Gobierno mexicano.

La historia fue otra a partir del 7 de junio de ese año, cuando México y Estados Unidos sellaron un acuerdo que en la práctica es migratorio.

La amenaza de imponer aranceles a productos mexicanos llevó a que López Obrador aceptara desplazar la recién creada Guardia Nacional a las fronteras sur y norte de su país para frenar a los migrantes.

El acuerdo permitió también ampliar a todo el linde la política estadounidense Protocolos de Protección al Migrante (MPP, conocido como “Permanezca en México”), por la que han sido devueltas a México miles de personas que esperan por un asilo en Estados Unidos.

Con la casa del vecino en orden, fueron llegando uno a uno los acuerdos de cooperación de asilo -el beneficio más restringido por la Administración Trump- con los países «triángulo norte», de donde procede mayoritariamente la migración centroamericana.

Guatemala, el 26 de julio de 2019; le siguió El Salvador, el 20 de septiembre; y cinco días después Honduras. El objetivo es que cada país acepte recibir migrantes desde EE.UU. y tramitar su asilo; lo que el Gobierno estadounidense ha venido a denominar como «tercer país seguro».

UNA MEZCLA INUSUAL: COMERCIO Y MIGRACIÓN

Para Ariel Ruiz Soto, analista político en Migration Policy Institute (MIP), con Trump en el poder se ha mantenido la dinámica de que México ajuste su sistema de migratorio en «reacción» a las decisiones de Washington.

«En 2014, 2015, cuando hubo la crisis de niños no acompañados que llegaron de Centroamérica a EE.UU, la Administración de Enrique Peña Nieto en ese entonces con la Administración (Barack) Obama en EE.UU. pusieron presión para que México hiciera más para contener los flujos de migrantes», detalló Ruiz Soto, sobre el inicio del programa bautizado «Frontera Sur».

El comercio ha sido la tenaza con la que Trump ha presionado a su vecino, un tema hasta ahora paralelo al migratorio.

En medio de la pandemia, los cruces por la frontera común se han reducido a mínimos: Atrás parecen haber quedado imágenes trágicas como la del joven salvadoreño y su pequeña de 23 meses que murieron ahogados en el río Bravo al intentar alcanzar suelo estadounidense.

Con elecciones en noviembre, la experta del Atlantic Council no descarta que Trump esté dispuesto a «sacarle jugo» a su encuentro con López Obrador para «perfilarse con la comunidad mexicano-americana»; lo que no impedirá que alardee de su caballo de batalla electoral: el muro fronterizo.