El periodista birmano Mratt Kyaw Thu, durante una entrevista con Efe en la que explica que iniciará la próxima semana el proceso para pedir asilo político en España con la esperanza de convertirse en el primer periodista birmano con ese estatus en la Unión Europea (UE) desde el golpe militar en su país. EFE/J.P. Gandul

Redacción Internacional – Mratt Kyaw Thu iniciará la próxima semana el proceso para pedir asilo político en España con la esperanza de convertirse en el primer periodista birmano con ese estatus en la Unión Europea (UE) desde el golpe militar en su país.

El procedimiento pondrá fin a un largo y penoso éxodo desde Birmania (Myanmar), donde permanece en busca y captura y la junta golpista ha puesto en el punto de mira a la prensa independiente en su campaña para reprimir, entre otros, el derecho a la información.

«Durante un mes he tenido que cambiar de lugar a diario, pasando cada noche en una casa diferente, escapando del Ejército», explica Mratt en una entrevista con Efe en la que denuncia que al menos 35 periodistas birmanos prosiguen encarcelados tras la asonada.

Veintidos han recuperado la libertad tras pasar por prisión y una veintena se encuentra en busca y captura como él, que a sus 30 años acumula una década de trayectoria en medios locales y extranjeros que le ha ganado en su país un notable prestigio profesional.

Mratt ha trabajado con el grupo mediático Mizzima, el mayor y más influyente de Birmania, y en 2017 se hizo acreedor del premio Kate Webb, que le otorgó Agence France Presse (AFP) por su cobertura de los conflictos étnicos que asolan el país del Sudeste Asiático.

Relata que «los primeros días tras el golpe (el pasado primero de febrero) fueron un auténtico caos. Todos los días había manifestaciones al mismo tiempo en casi todas las grandes ciudades y fueron momentos duros para los periodistas, que sencillamente no dabamos abasto».

«Lo peor llegó luego, a fines de mes. En la última semana de febrero los soldados empezaron a disparar a los civiles», recuerda.

«Por la noche iban a buscar a la gente y muchos tuvimos que ocultarnos para que no nos localizaran. Lo primero que hacian los militares era ir a nuestras casas particulares, por lo que tuvimos que dejarlas para refugiarnos en las casas de los amigos», dice.

Apunta que «algunos intentaron incluso cambiar su aspecto físico, dejandose barba o rapándose, para que no se le reconociera».

«Muchas veces dormíamos de día y trabajábamos de noche para estar más seguros», anota Mratt, que añade que «nos fuimos alejando del centro de las ciudades para irnos a los barrios de la periferia, donde los soldados rastreaban menos y la gente era mas anónima».

En su caso, decidió abandonar Yangon, la antigua capital y mayor núcleo urbano del país, a fines de marzo, para internarse en la jungla del Estado Karen, en el oeste birmano y donde estuvo semanas protegido por un grupo armado étnico que prefiere no identificar.

«Allí continúan cientos de personas esperando salir», explica.

Gracias a su vinculación con Efe, de la que era corresponsal en Birmania desde 2018, a Mratt se le emitió un visado español con el que pudo viajar a la zona Shengen, donde su primera etapa fue Alemania, país en el que había estudiado y cuenta con conocidos.

Alemania declinó la posibilidad de concederle el derecho de asilo al poseer un visado español, de modo que viajó el pasado martes a Madrid para, con el asesoramiento de la letrada Paloma Favieres Cear, iniciar los trámites a fin de obtenerlo en España.

Mratt duda ante la pregunta de cual será el resultado de la resistencia ciudadana que se registra contra la junta militar, que ha segado la vida de mas de 800 personas desde que hace cuatro meses descabalgó al gobierno civil de la premio nobel Aung San Suu Kyi.

«La revolución está en marcha pero es difícil saber cual será el desenlace. No lo sabremos hasta al menos dentro de dos años. Lo que es verdad es que el Ejército tiene mucho miedo a que se extienda la desobediencia civil porque el país dejaría de funcionar», comenta.

Entretanto, recomienda un método infalible, asegura, para conocer si la información que divulgan los medios oficiales es veraz.

«Si la televisión estatal desmiente algo, ese algo es verdad. Es un metodo que no falla» agrega, esbozando una sonrisa.

Originario del estado de Rakhein, en el este birmano y hogar también de los rohinyá, Mratt mantiene que la actual represión militar «ha generado un movimiento de comprensión» hacia esa minoria de fe musulmana y etnia bengalí, acosada secularmente en Birmania.

«Otras minorías han comprendido lo duro de enfrentarse al Ejército y entienden mejor la persecución que han sufrido», afirma.

Deja entrever que esa distinta aproximación popular al problema rohinya es la sola y única novedad que ha traído el golpe de Estado.

«Lo que ocurre ahora me recuerda mucho a lo que ha ocurrido antes», sostiene, y repasa algunos de los momentos de la historia de un país que ha estado gobernado por el estamento castrense cerca de 60 de los 73 años transcurridos desde que alcanzó la independiencia.

«La historia se repite», apostilla.