Tegucigalpa (Especial Proceso Digital) – Cuando usted llega a la Plaza Los Dolores, no puede imaginar a simple vista todos los dramas que allí se encierran. Usted se encuentra con el barullo del comercio informal pujante, desordenado. Allí los ambulantes y los que ya no deambulan y se han establecido en un mercado ante el beneplácito de las autoridades, ofrecen todas las marcas de productos, en sus imitaciones más elaboradas, van desde bolsos, zapatos deportivos, camisas, ropa en general y una amplia gama de menaje.

En Los Dolores se siente la sensación de trasladar un poco de Comayagüela al corazón de la capital, es algo del caos que abruma la ciudad gemela y sus cada vez más anárquicas avenidas.

Al llegar a la plaza y contemplar la imagen de San Miguel algo maltrecha en su fuente seca y divisar a pocos metros la Iglesia donde la Virgen de Los Dolores, invita a arrodillarse, aún a aquellos que veneran al sol y la luna, porque su imagen, justamente, está estratégicamente parada en los astros.

El hoyo de Merrian, donde viven los olvidados, pero a ocupar un lugar visible de la ciudad.

Pero todo lo divino de la Iglesia o lo alegre y bullicioso de la plaza, quedan atrás cuando usted descubre que unos metros abajo todo ese ruido del mercado o de la fe eclesial, se encuentra una especie de ghetto donde los confinados son más de una docena de hombres, mujeres, jóvenes, y hasta niños. Viven marginados o autoaislados, son mendigos y desesperanzados. Son los dueños de nada.

Viven en el fondo del paso a desnivel conocido como el Hoyo de Merriam, una obra de arquitectura, mal construida allá por los años 70 y que ocasionó enormes inundaciones a la capital del país por varias décadas hasta bien entrado el siglo XXI.

Maltrechos colchones “amueblan” el emblemático paso a desnivel.

El Hoyo de Merriam, dicen los activistas por recuperar el centro de Tegucigalpa, “es realmente un desarrollo urbanístico que buscó la protección de la simbiosis de la Plaza Los Dolores y su entorno, para ello crearon un paso subterráneo que evitaba que la Avenida Jerez “partiera” la plaza haciéndola desaparecer, aprovechando dicho paso subterráneo se diseñaron estacionamientos que de igual forma solucionarían el enorme problema de estacionamiento de la zona, un proyecto visionario que se vio entorpecido con el cambio de administración edilicia y que finalmente no se concluyó en todas sus etapas”.

“En el proceso de la construcción inició con la demolición de la calle frontal, luego se hicieron sendas excavaciones para que la calle cruzara bajo el nivel de la plaza y se hicieron las cimentaciones de lo que sería el edificio de estacionamientos, la gente al ver la enorme envergadura de los trabajos bajo nivel de tierra decía que estaban haciendo un enorme hoyo, y de ahí la asociación con el responsable de las obras”.

Tampoco podía faltar un mueble en el improvisado hogar de los que nadie vela por ellos.

Y agregan que “fue gracias a esa visión del alcalde y arquitecto Henry Merriam que los capitalinos aún gozamos de ese espacio tan importante que se remonta al principio de la población de la Villa de Tegucigalpa, una magnífica obra que merece el reconocimiento que se merece”.

Pero los activistas olvidan que justamente en el hoyo lo que hay es un ghetto, donde los habitantes son los más pobres entre los marginados.

Tienen sus colchones o pedazos de ellos podridos, negros por la mugre o casi deshechos, algunos van colocados sobre parrillas donde las alcantarillas de metal van por bajo. Es el subterráneo que oculta en el centro de la ciudad a mujeres y jóvenes que no tienen esperanzas, que son huraños ante la prensa o ante cualquier visitante, que apenas hablan para pedir algo de dinero o comida y que trafican silenciosos con cualquier cosa, incluso con sus propios cuerpos, todo bajo códigos que fácilmente les pueden costar la vida.

Muchos de ellos muestran recelo y temor. La vida les ha golpeado tanto que no tienen por qué confiar. Su futuro es incierto.

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Autoridades de la Alcaldía del Distrito Central dijeron que desde mediados del año anterior tienen un plan para atenderlos y compartieron un raquítico documento con Proceso Digital. Son apenas unas líneas escritas donde todo es presunto y nada es certero. Creen que hay niños que no están y madres que no viven allí. Tienen desde entonces la intención de hallarles y atenderles, pero no los buscan. Dicen que es una zona donde deben tener cautela.

En Honduras, según datos proporcionados por Casa Alianza a Proceso Digital, hay unos 20 mil niños y niñas en la calle. La cifra se incrementó en poco más del 20 % tras la pandemia ocasionada por el COVID-19.

De esos menores, sólo en el Distrito Central, indica el reporte de Casa Alianza, son alrededor de ocho mil las niñas y niños en situación de calle y la cobertura institucional para atenderles es débil e insuficiente. Muchos de ellos toman la ruta migratoria y de sus destinos poco o nada se sabe.

Casa Alianza, trabaja con parte de ellos (en edades entre 12 y 18 años), a través de metodologías lúdicas, intenta atraerlos mediante juegos y métodos amigables para generarles alguna certidumbre. Les enseñan juegos, les hablan del programa y si ellos aceptan, voluntariamente se incorporan al mismo, un servicio de puertas abiertas explica Bertilio Amaya, coordinador del Observatorio de los Derechos de Niños, Niñas y Jóvenes de la organización.

Ellos llegan a lugares de vulneración de derechos de los niños, entre los que tienen alguna presencia en el hoyo de Merriam, allí han identificado núcleos familiares, niñas y niños en situación de calle. Indica que “últimamente esos niños ya no se encuentran allí y solo permanecen indigentes adultos”.

El grafiti parece recordar la miseria arraigada en una ciudad con miles de niños en las calles.

Una de sus hipótesis es que estos niños y niñas hayan tomado la ruta migratoria hacia los Estados Unidos y sean parte de esos 40 mil niños y niñas que son detenidos anualmente por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos, sin la compañía de un adulto.

Ellos, los desamparados siguen allí, a los lados de la calle subterránea por la que pasan los vehículos con gran velocidad, impulsados por la bajada de la pendiente que antecede el centro del hoyo de Merriam. En una pared de la edificación subterránea, a la que acercan sus colchones, remarcado y con letras grandes dice “100 años”, como una especie de grafiti eterno. Al lado otro dibujo: una mano enorme, cerrada y con los dedos interconectados a un cable, en el pie del nada mal hecho grafiti dice, – y ya a punto de borrarse – “familia es familia”.

Por momentos “el hogar” de los indigentes queda solo y vacío, apenas resguardado por las leyendas de la pared.

Otro escrito más viejo o hecho con mala pintura expresa: “Todos los del Hoyo de Merriam les pedimos con amor y cariño sus pascuas. Gracias”. Y como reflejando la posibilidad de amar en pareja, otro escrito cercano expresa: “Yamileth y ‘sanpedrano’ se aman”.

Son huellas con las que pareciera querer decirle al mundo que existen, que viven, y sueñan, aunque mueran cada día, que sienten a flor de piel, aunque en medio de sus miserias sus sentimientos se diluyen.