Tegucigalpa – “Todos podemos ser tierra fértil dónde la semilla de Cristo dé frutos”, reflexionó hoy en la homilía dominical Monseñor José Vicente Nácher.

– Cuando la semilla de la verdad y la tierra fértil de la libertad se encuentran, dan frutos de eternidad, caviló el arzobispo de Tegucigalpa.

El arzobispo de Tegucigalpa razonó que se trata de dejarnos inundar por la lluvia de Cristo, es decir, por su Espíritu.

En ese orden, pidió que no dejemos que los tres riesgos que explica Jesús en la parábola del sembrador nos dejen estériles.

Explicó que los tres riesgos son: falta de atención, superficialidad, apego a las riquezas. Esos tres riesgos se convierten en pensamientos paralizantes que dicen “no hay salvación”, dijo.

Son las tres mentiras que nos siguen paralizando, pero conviene recordar con la carta a los Romanos, “que los sufrimientos presentes no tienen comparación con la gloria que un día se nos descubrirá”, agregó el religioso.

La Palabra de Dios es el núcleo de la semilla del Reino y es el agua nutritiva que la acompaña en su crecimiento, contrastó.

La Palabra de Dios es el núcleo de la semilla del Reino y es el agua nutritiva que la acompaña en su crecimiento, concluyó.

Jesús, es la semilla de vida enviada por la libertad del Padre, que espera ser acogida por la libertad de los hijos, externó.

Exhortó a dejarnos inundar por la lluvia de Cristo así, la misma Palabra -que es la semilla-, es también la que prepara la tierra y la que la abona. Cristo es el que dispone nuestros corazones, y Él mismo es el que riega con su enseñanza y sus sacramentos, para que demos frutos de amor.

 A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del santo evangelio según san Mateo

Mt 13, 1-23

Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:

«Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga.»

Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.

En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.

Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron.

Escuchen, pues, ustedes lo que significa la parábola del sembrador.

A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.

Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.

Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.

En cambio, lo sembrado en tierra buena, representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta».