Tegucigalpa – “Esperar bien es prepararse bien, porque no somos dueños de nada más que de nuestra libertad”, reflexionó hoy el arzobispo de Tegucigalpa, monseñor José Vicente Nácher.

Durante la homilía de este domingo el también presidente de Conferencia Episcopal de Honduras (CEH) señaló que en el primer domingo de Adviento entramos en el tiempo de la Virgen María y su esposo San José, la familia del primer Adviento y el manantial de donde brota toda Esperanza.

En ese sentido, afirmó que la calidad de nuestra Navidad dependerá mucho de la calidad de nuestro Adviento.

Estas cuatro semanas que preceden a la Navidad son una oportunidad para prepararse en la esperanza y en el arrepentimiento, razonó.

De manera definitiva, no sabemos cuándo, pero sabemos que Cristo llegará. Así como vino, viene y vendrá, agregó.

Esperanza significa dejar espacio a la sorpresa, incluso en este mundo de seguridades y cálculos, dijo.

En ese contexto, criticó que dejemos que la tecnología nos guíe sin permitirnos la sorpresa o disfrutar del paisaje.

 “Usted tardará tanto tiempo en llegar por esta ruta”, nos dice la tecnología. En el camino, ya no disfrutamos la belleza del paisaje, porque andamos pendientes de una pantalla y una voz artificial. Las máquinas no conocen la sorpresa, señaló.

Pero no somos una inteligencia artificial asignada en un cuerpo animal, somos personas humanas, con cuerpo, alma y corazón, capaces de creer, esperar y amar, es decir, capaces de recibir la sorpresa de Dios, defendió.

Finalmente, exhortó a que este sugestivo tiempo litúrgico del Adviento nos encuentre vigilantes, confiados y dispuestos.

A continuación Departamento 19 reproduce la lectura del día tomada del santo evangelio según san Marcos (13,33-37):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»